Viñetas del Porfiriato II: La masacre de Río Blanco - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

viernes, 19 de noviembre de 2021

Viñetas del Porfiriato II: La masacre de Río Blanco



Hola, personas. Ésta es la segunda de dos viñetas para tener un panorama básico de los aspectos más oscuros del Porfiriato. En la entrada anterior les compartí un fragmento de México bárbaro, el reportaje del periodista estadounidense John Kenneth Turner, quien visitó varios lugares de México y conoció de primera mano las brutales condiciones de explotación y marginación en las que vivía la mayoría de sus habitantes.

 

En esta ocasión les traigo algo diferente, no ya un testimonio, sino una pieza de ficción literaria, basada, eso sí, en los testimonios e historias de quienes vivieron los acontecimientos. Se trata de un fragmento de La región más transparente, una de las novelas más aclamadas del que fuera el narrador mexicano más importante de la segunda mitad del siglo XX: Carlos Fuentes.

 

La historia de México, en especial la Revolución y la etapa que le siguió, es uno de los temas centrales en la obra de Fuentes y algo que él conocía profundamente. En esta ocasión nos narra la historia de la huelga de Río Blanco, que tuvo lugar a finales de 1906 y principios de 1907. La fábrica textil de Río Blanco, Veracruz, era la más grande del país en su momento, una empresa millonaria. Sin embargo, los trabajadores y sus familias vivían en la miseria y trabajaban en condiciones inhumanas: las jornadas laborales eran de hasta 13 horas, los salarios no pasaban de los 75 centavos diarios, los empleados sólo tenían permitido comprar sus víveres a precios inflados en la tienda de raya, y los químicos usados en el procesamiento de los textiles hacían que los obreros enfermaran y murieran jóvenes.

 

Así, los trabajadores se fueron a huelga para exigir mejores condiciones. Los empresarios no cedieron y el gobierno de Díaz se puso de su parte. Así que los obreros pasaron a la insurrección, la cual fue reprimida brutalmente por el ejército, ocasionando la muerte de por lo menos entre 50 y 70 personas, incluyendo hombres, mujeres y niños.

 

Conocer los datos de un suceso histórico (cuándo y dónde pasó, cuántas personas murieron, etcétera) puede ser impactante, pero no tanto como puede llegar a serlo leer una narración literaria de la pluma de un gran autor. La ficción histórica nos permite involucrarnos con los hechos, llegar a sentirlos más allá de la simple información. La obra de Fuentes es ideal para esto.

 

Bien, pongamos un poco de contexto para el siguiente fragmento. Ixca Cienfuegos, un periodista, está entrevistando a Federico Robles. Ambos son personajes ficticios, pero lo que narran es la pura realidad. Robles peleó en su juventud en la Revolución Mexicana y, como a otros hombres de orígenes modestos, la gesta armada le permitió ascender en las filas del ejército y en la escala social, como nunca habría podido soñar en tiempos del Porfiriato. Así, a mediados del siglo XX se había convertido, como tantos de su generación, en parte de la élite del régimen del PRI, el partido único que gobernó el país en las siete décadas que siguieron a la Revolución.

 

El revolucionario convertido en banquero representa en su persona la forma en la que la Revolución se corrompió; inició como la revuelta popular contra la dictadura y se consolidó ella misma como una “dictablanda” en la forma del régimen priista, sobre las tumbas de los líderes más radicales, muertos en luchas fratricidas durante o poco después de la contienda misma. Esta metamorfosis decadente queda manifiesta en el mismo Robles, el viejo caudillo rebelde que termina justificando las atrocidades del régimen porfirista.

 

En este pasaje, Robles recuerda lo que su primo Froilán le había contado en su juventud sobre la huelga de Río Blanco. Fuentes gustaba mucho de experimentar con voces y tiempos narrativos, por lo que aquí veremos intercalados párrafos del diálogo entre Robles y Cienfuegos (en redondas) con los recuerdos del viejo banquero (en cursivas). Espero que no se considere muy sacrílego de mi parte haber dividido un extenso párrafo original de Fuentes en varios menores para hacer más fácil la lectura en línea, en especial teniendo en cuenta que la mayoría lee desde dispositivos móviles.

 

LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE

 

—Me pide usted que hable de alguien muy distinto, Cienfuegos —dijo Federico Robles, de pie frente al ventanal azulado de su oficina. Se veía las manos, después levantaba la vista y trataba de reflejar en el vidrio otra imagen, dibujada sobre un aire ligero y frío. —Ya no me acuerdo que vine de allí

 

un riachuelo manso y junto a él un jacal, bosques muy delgados, algunas milpas; venía un hermano tras otro, de manera que tenerlos ya no era cosa de alegría o de pena; y la madre sabía recuperar tan pronto esas formas concisas, que apenas están allí, de la raza purépecha; imágenes que ya no son verdaderas, solo pintorescas: el padre que llega a comer y a acostarse y a enjuagarse el sol de la cara: viejo con la tierra momificada en la cara, de ojos terribles y manos dulces, que todo lo hubiera querido decir siempre sin abrir la boca, porque las palabras le pesaban y le ardían; como que decir las cosas era venderlas, o dejarlas escapar de lo importante, lo que no se decía: las imágenes del campo y la mujer y las horas con ellos, que es cuando salían ardientes y pesadas las palabras,

 

«arre mula cabrona, arre que se acaba el sol

»dios quiere que seas mía Madalena dormida cada que la luna se asoma y no te deja dormir»

 

los domingos en Morelia: dulces y calandrias, y hombres a caballo; iglesias hermosas de atrios abiertos como saetas entre el verdor del cielo de hojas; todos juntos a colocar un retablo pintado por el hijo mayor, que ya trabajaba en Morelia como carpintero, al altar del santo predilecto

 

«que el niño salga con bien

»que me regalen a la Torcaza recién nacida

»que salgan bien las mazorcas

»que estemos siempre juntos

 

»—Se siente uno a gusto, señor padre, trabajando libre aquí, en la carpintería» y otra vez al jacal cercado de milpas, el olor de tallos podridos y hojas quemadas y cerdos flacos

 


—Hay que olvidar todo aquello. Subimos muy de prisa como para pensar que somos los mismos que hace apenas medio siglo trabajábamos bajo las órdenes de hacendados. Tenemos ahora tanto por hacer. Abrir fuentes de trabajo. Hacer la grandeza del país. Aquello se murió para siempre. decían que los amos eran buenos; que exigían lo suyo pero que permitían cultivar la parcela en libertad, y que no tenían tienda de raya

 

—Don Ignacio de Ovando era el dueño de aquellas tierras. Pasaba muy pocas veces por allí. Su nombre y su figura eran casi legendarios. Ahora recuerdo la figura de mi padre, la recuerdo como si desde el principio del mundo hubiera estado allí. Recuerdo que cuando terminaba la faena siempre hundía un pie en el surco negro para que al día siguiente el sol secara el lodo sobre los huaraches. Los sábados todos se reunían a contarse sus cosas, y entonces mi padre también recordaba cómo era la situación antes.

 

«—Todavía en tiempos de Serafín mi abuelo esta tierra daba de comer a todos. Después vinieron las leyes esas y es cuando el señor don Ignacio empezó a comprar todas las parcelas. Después los soldados extranjeros acabaron con muchos de nosotros. Yo me quedé cultivando. Todavía andaba creyendo que era para dar de comer a todos, como antes. Pero después de la guerra nos mandó el gobierno esas nuevas leyes, y entonces sí nos tragó don Ignacio. Pero no hay que quejarse. En otras partes los hacen comprar todo en el lugar. Aquí por poco y vas a Morelia y gastas como te gusta»

 


—Sí, yo creo que estaba satisfecho. El indio nunca hubiera hecho por sí solo la revolución. Por aquel entonces llegó por allá mi primo grande Froilán Reyero, al que se habían llevado desde niño a México. Yo lo recuerdo mojándose unos bigotazos lacios en la jícara mientras me acariciaba la cabeza, y contando que en Morelos había sabido que el joven Pedro, el hijo de don Ignacio, hacía tropelía y media en el ingenio. El joven Pedro iba a venir en lugar de su padre cuando el viejo se muriera.

 

«—Allá en Morelos organiza unos paseos a caballo con sus amigos y salen todos a lazar a las mujeres de los campesinos. ¡Vieran el chilladero que se arma! Ya nadie quiere salir de sus casas. Pero como a fuerzas hay que ir por agua o a lavar al rio, pues entonces se aprovechan, se las lazan y después las regresan»

 

-Froilán hablaba también de otras cosas que había sabido en sus viajes. Del Valle Nacional, de donde nadie salía con vida, y de los huelguistas de Cananea. Y también había estado en Río Blanco.

 

«—Igual que allá se organizaron las gentes, hay que hacerlo aquí con los campesinos. Ahora el señor Madero anda de campaña, y las gentes dicen que se va a acabar con él toda la desgracia»

 

—Recuerdo que mi padre nada más fruncía las cejas, atizaba el fuego y le decía a Froilán que los dejara en paz, que las cosas se arreglan solas.

 

«—En Morelos ya andan reuniendo gente los Zapata. Yo estuve en lo de Río Blanco y me di cuenta de que ya se pasaron de la raya. Mi amigo Gervasio Pola anda en México buscando fondos para Zapata, y ya nadie va a aguantar más si Don Porfirio no respeta las elecciones»

 

Federico Robles tomó asiento en el sofá de cuero y esbozó una sonrisa: —«Dense la paz», decía con su voz pareja mi padre, mientras Froilán recordaba los incidentes de la huelga de Río Blanco.

 


«—Yo conocía por allá a un compadre que se le murió el niño y por eso fue a Río Blanco. Allá la fábrica y las casas están en lo bajo, pero luego empieza el monte y la selva, que es como una empalizada para que todos se sientan bien cercados. Se sentía mucha tristeza, que venía de la sierra y llenaba de polvo el centro de la calzada entre la fábrica con sus balconcitos y atrás la tienda de raya. Pues ahi tienen que el hijito de mi compadre se había muerto porque a los once años lo habían metido a trabajar a las entintadoras, y el pobre no duró ni un año, metido ahí tragando tanta pelusa. Ahi me lo encontré metido en una caja, con su camisa blanca y sin calzones, todo chupado el inocente.

 

Y no era la primera ocasión. La de viejos que se murieron por lo mismo, y que llegaron a viejos de puro milagro. Porque los obreros tienen hijos a cada rato, y quién va a decir si les viven o no, cuando ganan cincuenta cobres diarios y en seguida hay que meter a trabajar a los niños que solo les pagan veinte. Échese sus cuentas, Albano, y piense que ahi tienen que pagar dos pesos a la semana por las casas. Y como el pago se hace con vales para la tienda, pues solo porque Dios es grande no se han muerto todos de hambre y de puritita mugre. Pero la mayoría nomás se seca, después de trabajar trece horas todos los días, nomás se secan como un montón de raíces al sol. Yo los veía llegar, sin poder hablar como si les hubieran cosido la boca, y caer rendidos al suelo. Ya estaban tan cansados que ni de comer pedían.

 

Pero le estaba contando, que ahi estaba el niño tendido y mi compadre ya no aguantó y salió dando de gritos con el cadáver del niño arrastrado de los pies hasta que todos los jefes se asomaron a los balconcitos esos entre asustados y haciendo burla y yo creo que mi compadre no pudo aguantar ni que tuvieran miedo ni que se burlaran y les aventó el cadáver a las caras mientras todos cerraban las ventanas. Pero ya para entonces se estaba organizando el Círculo de Obreros y Gervasio Pola, que es de letras, llegó a decirles a todos que se aguantaran un rato y se organizaran.

 


Por eso, cuando vino la huelga textil en Puebla, los de Río Blanco hicieron a duras penas una colecta y se la mandaron a los de Puebla. La empresa se enteró y mandó cerrar la fábrica. Entonces vino la huelga y todos sabían que iban a cerrar la tienda y no iba a haber qué comer. ¡Dos meses anduvieron en el monte, buscando qué comer! Hubiera usted visto, Albano, cómo sacaron aquellas gentes fuerzas de su hambre. Todos tenían las manos arañadas de andar buscando entre las espinas una raíz. Todos andaban con los pescuezos estirados y los ojos pelones. A veces se ve en las caras de la gente lo que les está pasando allá dentro, y así era entonces.

 

Dos meses se aguantaron, y aunque no hubiera pasado nada después, como pasó, yo ya hubiera sabido que solo de recordar esas caras nunca dormiría sosegado otra vez hasta ver libres a esos mexicanos. Porque se comían las uñas, Albano, y hasta se hubieran cortado los brazos y la lengua para que los otros comieran algo. Si usted lo hubiera visto, ya sabría a estas horas que no está solo. Y también que no estar solo es como morirse de pena. Yo tenía pena y rabia, y ya nunca se me ha de quitar, se lo digo.

 

Entonces se dirigieron los huelguistas a Don Porfirio para pedirle que tuviera clemencia y prometieron cumplir con lo que él dijera. Y Don Porfirio solo dijo que se aguantaran y volvieran a trabajar igual que antes. Aquellas son gentes de palabra, y cuando se rindieron solo pidieron que les dieran un poco de maíz y frijoles para aguantar la primera semana antes del pago. A esos perros no les damos ni agua, dijeron entonces los capataces. Pero con el hambre se puede hacer todo, Albano, menos burlarse. Mientras no se burlen del hambre, cada quien se aguanta, por pura dignidad, hasta la muerte. Entonces los seis mil trabajadores se metieron a la tienda de raya y sacaron todo lo que había y luego la incendiaron y también la fábrica. No había rabia en sus caras, ni siquiera odio. Solo había hambre, algo así como nacer o echarse la bendición antes de morirse, que ya ni quien lo evite. Que se viene encima sin que nadie lo piense.

 

Entonces fue cuando entraron las tropas de Rosalío Martínez, echándose sus descargas una tras otra, sin parar, mientras todos caían muertos en las calles, sin poder ni siquiera gritar, sin tener para dónde voltear del ruido y el polvo que levantaba esa metralla. Pues hasta las casas los seguían y allí los balaceaban, sin averiguar nada. Y a los que se metieron al monte, allá los fueron a buscar y a matar sin decir nada. Ya a esas horas nadie abría la boca, ni las tropas ni los trabajadores. No había más ruido que el de las balas. Todos se murieron en silencio, pero ya para entonces no sabían qué era mejor. Ya no distinguían bien. Hubo un batallón de los rurales que no quiso disparar, y luego fue exterminado por los soldados de Rosalío. Después nomás se vio cómo salían las plataformas de ferrocarril repletas de cadáveres y a veces nomás de piernas y cabezas. Los fueron a echar al mar en Veracruz, y a los del Círculo de Obreros que quedaban en Río Blanco luego luego los ahorcaron allí mismo»

 


Robles se dirigió a la caja de ébano que, sobre el escritorio esmaltado, guardaba los habanos:

 

—Mi primo Froilán murió muy pronto. Lo mandó fusilar Huerta. A veces me pregunto qué habría sido de él después, una vez terminada la lucha.

 

La vista perdida sobre los contornos pálidos de la Alameda, Ixca Cienfuegos murmuró: —Es lo que nos preguntamos todos. ¿Qué habrían hecho los llamados «revolucionarios puros» ahora? ¿Qué harían hoy los Flores Magón, Felipe Ángeles, Aquiles Serdán?

 

—Quizá serían profesores mal pagados y un poco atarantados —gruñó Robles mientras daba vueltas en la boca al puro, como un torniquete aromático. —No es lo mismo darse cuenta de la injusticia que ponerse a construir, que es la única manera eficaz de acabar con la injusticia. Yo tuve la suerte de pelear primero y construir después. Aunque quién sabe… Queremos construir una economía capitalista y al mismo tiempo aplicar una legislación protectora de la clase obrera. La pura verdad es que para tener capital hay que pagarlo con vidas, como la de los niños que murieron en las salas de tinte de Río Blanco, y después hacer leyes del trabajo.

 


Unos días después de la masacre, Díaz ofreció a los dueños extranjeros de la fábrica un banquete para compensarlos por las molestias y mostrarles su buena voluntad. Y ésa es la época que, todavía hoy, algunos quisieran revivir.


La Revolución Mexicana al fin y al cabo nos dio una de las constituciones más socialmente avanzadas del mundo, la reforma agraria, leyes que protegían a los trabajadores, educación y salud pública, movilidad social que permitió el surgimiento de una clase media. También nos dio un régimen que se enquistó en el poder durante décadas, que se mantuvo a través de la corrupción y la violencia, con una oligarquía gobernante cada vez más anquilosada.

 

Tan necesario era derribar al Porfiriato como lo fue en su momento derrotar al PRI. Pero, así como priato posrevolucionario no terminó de extirpar todos los males de tiempos porfiristas, nuestro país está lejos de haberse deshecho de todos los vicios de la partidocracia priista, y antes bien los gobiernos actuales, desde el federal hasta los locales, siguen reproduciéndolos. Será ésa la lucha de estas generaciones.


FIN


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