Buenos
días, Internet. Hoy voy a compartirles una reseña sencilla de la clásica novela
de Emily Brontë Cumbres borrascosas. Originalmente, había publicado este
texto en mi cuenta de GoodReads, pero como la verdad es que muy poca gente la
lee allá, y como en general la tengo bien descuidada, decidí que tendría mejor
vida en éste, su humilde blog. Con esto doy por cumplido el pendiente que tenía
de comentar los tres primeros libros que he leído en los tres primeros meses del
año dos mil tíjiri dos. Vamos a ello, con spoilers en verdad mínimos…
Llegué
a esta novela un poco por accidente. Hace varios años me compré la edición que
ven en la imagen, sobre todo porque me pareció bonita, pero no me había
decidido a leerla. Cuando a finales del año pasado hice mi épica investigación sobre literatura gótica, encontré el título de Cumbres Borrascosas repetido
una y otra vez como un referente básico del estilo, de modo que me decidí a
abordarla para cerrar un año e iniciar el siguiente. No fue nada como yo lo
esperaba; me imaginé algo más en la tradición de los romances de Jane Austen, no
una obra tan sórdida, tan devastadora. Es decir, estaba medio preparado para
algo cursilón y todo fue mucho más intenso de lo que me imaginaba.
Cuando
pensamos en la literatura gótica nos viene a la mente el horror sobrenatural,
pero también existe, dentro de esta misma tradición, una vertiente más enfocada
a lo social y lo psicológico. Es a esta última que pertenece la novela de Emily
Brontë. Así pues, son por excelencia góticos los escenarios en los que se
desarrolla la trama: dos grandes casonas en medio de una tierra yerma e
inhóspita, barrida por el viento y salpicada de pantanos. Son góticos los
personajes: seres por completo sanguíneos llevados por sus emociones exaltadas.
Es gótica la historia en general, que narra la decadencia de dos familias
vecinas y la perpetuación del abuso y la violencia a través de las
generaciones.
Sí
hay horror, pero en forma de la perversidad humana perpetuada por el dolor, y
no por presencias sobrenaturales. Se sugiere la aparición de fantasmas, pero no
es nada que no se pueda explicar por la degradada condición psicológica de los
personajes y las espectrales sugestiones del sobrecogedor medioambiente en el
que viven. No todas las maldiciones requieren de poderes demoniacos, ni todas
las casas embrujadas tienen ánimas en pena. Basta lo meramente humano para
ello.
A
menudo se cita ésta como una “gran historia de amor”. No puedo imaginar qué
clase de relaciones amorosas tendrán las personas que piensen que la pasión
malsana entre Catherine y Heathcliff es no es nada menos que tóxica. Su
amor es salvaje e ilimitado, ciertamente, pero también es egoísta y posesivo.
Desean tenerse el uno a la otra, pero no se desean ni procuran el bien. Y en su
egoísmo se destruyen a sí mismos, y a casi todos los que les rodean. Heathcliff
podría parecer en un principio un antihéroe romántico byroniano, pero conforme
avanza la novela se consolida más y más como un perverso villano gótico, del
tipo que manipula y destruye a quienes caen en su poder.
Por
momentos parece que sólo hay dos tipos de personajes: los malvados y los
pusilánimes. Y todos son miserables. Unos son capaces de actos atroces con tal
de lograr sus objetivos y destruir a los que consideran enemigos. Los otros son
demasiado débiles para oponerse a los primeros. Para Brontë es muy importante
comprender por qué las personalidades resultan así y encuentra la respuesta,
como ya era tendencia en la literatura decimonónica, en la crianza. La infancia
de los Earnshaw transcurre entre la negligencia y la violencia; se endurecen y
vuelven egoístas para sobrevivir a ellas. La infancia de los Linton se da entre
mimos y privilegios; se vuelven volubles y caprichosos, vulnerables a las
manipulaciones y violencias de los otros. En un ambiente así, no puede ocurrir
otra cosa más que un ciclo de violencia sin que nadie le pueda poner fin; en
medio de tierras salvajes, no hay ley, ni civilización, ni siquiera solidaridad
comunal que pueda detener tal ciclo.
A veces
personajes de un tipo se tornan del otro. Hindley inicia como el torturador de
Heathcliff, pero la tragedia y el alcoholismo lo convierten en un guiñapo y
termina como un mequetrefe demasiado degradado como para resistirse a la
inversión de los papeles. En una novela llena de personajes despreciables, en
lo particular ninguno me lo parece tanto como Joseph, el mayordomo, un
individuo miserable que se la pasa invocando la Biblia y alardeando de su
propia beatitud mientras ejerce y permite ejercer violencias frente a sus ojos.
Es la hipocresía religiosa encarnada.
Nelly
Dean es, muy a menudo, la única con cordura y sensatez. La que puede decirle
sus verdades al mismo Heathcliff. Sin embargo, su estatus como simple ama de
llaves la deja casi impotente y tan es así que Heathcliff, convertido ya en amo
de todo, nunca ve en ella un peligro. Sólo hacia el final de la historia (y
aquí va un spoiler chiquito) podemos atestiguar algo de verdadero heroísmo, en
la persona de la segunda Cathy. Niña mimada y caprichosa, es la única que se
atreve a enfrentar a Heathcliff, aun estando en sus garras, y decirle que, sin
importar cuánto la golpee o si la mata, no se le va a someter. Es ella, cuando
todo parece perdido, quien encuentra no sólo la fortaleza para resistir al abusivo,
sino la compasión para redimir a Hareton, que parecía perdido.
Parecería
que hablar con desprecio de los personajes y con desazón de los acontecimientos
de la novela me estoy refiriendo a una obra desagradable, pero no es así. Es
una obra magnífica, y junto a la opresión emocional me hizo sentir una gran
admiración por la autora que fue capaz de crear este portento. Además, tras
soportar tantas penas, hay algo de agridulce esperanza al final. Eso es lo que
permite sobrellevar la dureza emocional a la que nos somete esta genial novela.
Habiéndola leído en enero, fue una excelente forma de pasar los gélidos y
lúgubres días de invierno.
¡Hey, gracias por leer! Si te gusta mi trabajo, puedes ayudarme a seguir difundiendo la literatura c
No hay comentarios.:
Publicar un comentario