I
NO MIRES AFUERA
El viernes 25 de marzo de 2022
tuvieron lugar una serie de protestas y manifestaciones contra el cambio
climático en
diversas ciudades del mundo. Bajo lemas como #PeopleNotProfit y
#VidaContraCapital, jóvenes de todo el mundo manifestaron su reclamo contra los
líderes mundiales por no actuar para salvaguardar el bienestar de la humanidad
y de la vida en la Tierra. Sin embargo, los hashtags no se convirtieron en
tendencia. A mí hasta se me había olvidado que la huelga anual ya tocaba, de no
ser porque de casualidad vi a una amiga mencionarlo. Me fui a Google a buscar
noticias por los días que siguieron, pero la mayoría de las notas eran anuncios
del evento antes de que sucediera, y el resto eran breves reportes locales. En
ciudades como mi natal Mérida, los manifestantes fueron apenas un puñado.
Al mismo tiempo, una amistad en
Monterrey me contaba que ya no tienen agua para lavar la ropa, lavar los platos
o bañarse. Una terrible sequía ha agotado el agua de las presas y Nuevo León
muere de sed, mientras las grandes corporaciones siguen extrayendo agua a
cambio de muy poca paga. El
gobernador Samuel García culpa a los ciudadanos comunes de la crisis y los
exhorta a no tardar demasiado en la ducha (y promueve una reforma
constitucional para castigar
con cárcel a quien le falte al respeto). Y esto es en sólo un estado del
país; la
Comisión Nacional del Agua reporta que casi la mitad de México padece sequía.
Si buscas noticias al respecto a todo esto en Google, verás que no se
actualizan muy seguido. En redes sociales casi no se habla de esto. No es
escándalo nacional, no ha provocado disturbios, no hay una oleada de
solidaridad como la que se da cuando alguna región del mundo es golpeada por un
huracán o terremoto.
Ese mismo fin de semana, la noche
del domingo 27 de marzo, lo que acaparó la atención de los medios y el público
fue la bofetada que Will Smith le propinó a Chris Rock durante la
ceremonia de los Oscar. No solamente los medios de espectáculos, sino hasta los
periódicos y revistas digitales serios publicaron sesudos análisis del suceso.
Y no era solamente el público asiduo a los chismes de la farándula; todo el
mundo tenía una fuerte opinión al respecto en todos los colores del espectro
político. En redes sociales, la izquierda de la justicia social estuvo dale y
dale con el asunto durante días, y la wokeósfera quedó dividida en quienes
alegaban que la acción de Smith era machismo puro, y quienes sostenían que
criticar la acción era racismo sin más.
Y yo me quedé así de: “¿Pero qué
berga está pasando? ¿Por qué este incidente, entre dos millonarios en una
fiesta de millonarios, se ha convertido en el tema más importante del
momento, al mismo tiempo que hay protestas globales por el cambio climático
y una crisis hídrica devasta mi país?”
De inmediato me acordé de Don’t
Look Up, la película de Adam McKay estrenada en diciembre de 2021 y
que de hecho estuvo compitiendo por el Oscar en la misma entrega en la que se
descontaron a Chris Rock. Así que éste es un buen momento para escribir un
ensayo que tenía pendiente…
Por si no saben, Don’t Look
Up es una sátira de humor negro con toques de ciencia ficción
sobre un cometa que está por destruir la Tierra y de lo inverosímilmente
estúpida y mezquina que es la respuesta de los líderes de la humanidad ante
esta amenaza. Dos astrónomos, el doctor Randall Mindy (Leonardo DiCaprio) y su
estudiante Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) descubren el cometa y su inminente
colisión. En vano tratan de advertir al mundo y presionar a los líderes para
que hagan lo necesario para salvar al planeta, pues se topan de frente con un
gobierno corrupto e incompetente, una industria mediática superflua que distrae
al público con frivolidades y un sistema capitalista que pone demasiado poder y
riqueza en manos de papanatas sin escrúpulos que se creen genios futuristas. La
cinta es, por supuesto, una alegoría del cambio climático.
En una escena nuestros
protagonistas son invitados a un programa de televisión para anunciar la
noticia y, para su total desconcierto, ni los presentadores Brie y Jack
(interpretados por Cate Blanchett y Tyler Perry) ni el público los toman en
serio y al cabo la noticia queda opacada por los chismes de una cantante famosa
y su novio. Es el momento en que tiene lugar el siguiente diálogo:
KATIE: Perdonen, ¿no estamos siendo claros? Estamos tratando de
decirles que el planeta entero está a punto de ser destruido
BRIE: Bueno, es algo que hacemos aquí, tratamos de mantener las
malas noticias ligeras.
JACK: Así es. Ayuda a pasar la medicina.
KATIE: Quizá la destrucción del planeta entero no debería ser
divertida. Quizá debería ser aterradora y desconcertante. Y ustedes deberían
quedarse despiertos toda la noche llorando. ¡Porque estamos 100% seguros de que
vamos a morir, carajo!
Ésta es la escena que me vino a
la mente cuando ese fin de semana en que el mundo estaba en llamas y la gente sólo
podía hablar del millonario que golpeó al otro millonario.
II
NO MIRES A FUTURO
Miren, no creo que Don’t Look
Up fuera a convencer a ningún negacionista del cambio climático.
Creo que para entender sus metáforas una persona tiene que ya saber lo básico
acerca de esta crisis y de algunos hechos relacionados. Además, a estas
alturas, para ser negacionista hay que creer en una gigantesca conspiración que
involucre a la mayoría de los científicos e instituciones del mundo, a las
universidades, a la NASA, a la ONU y a George Soros para eliminar la
libertad de empresa e instaurar el socialismo. Una persona que ya cree esto
no cambiará de parecer con una sola película, incluso si sus capacidades de
raciocinio no están por completo atrofiadas.
¿Entonces, a quién está dirigida?
¿Qué es lo que puede lograr? Bueno, no sé ustedes, pero a mí la cinta sí me
impactó. Ya sabía sobre el cambio climático y ya me preocupaba, pero sentí Don’t
Look Up como un grito de alarma, como si me tomaran de los hombros y me
sacudieran. Y empecé a preguntarme, ¿por qué estoy perdiendo el tiempo pensando
en otras cosas? ¿Por qué no estoy informándome más, e informando a mis
camaradas y empezando a actuar? Sobre todo, ¿por qué desde la izquierda no se
está haciendo lo suficiente?
Ok, no hay que ser injustos.
Nadie puede estar ocupándose de “los asuntos importantes” todo el tiempo. No
nos alcanzan las horas, ni la capacidad de atención, ni la estabilidad
emocional. Tenemos derecho a la diversión y a la frivolidad, porque si
no la tensión nos mataría. Siempre va a haber cosas menos importantes que otras
sin que por ello dejen de valer la pena, y hasta las que no lo son tanto pueden
dar lugar a conversaciones valiosas. Incluso si no, a veces necesitamos sólo
echar el cotorreo y pasarla bien. Entonces no estoy pidiendo que cada persona
esté pendiente del cambio climático en cada momento de su vida consciente. Pero
desde que vi Don’t Look Up empecé a notar que, de hecho, se habla demasiado
poco del tema, incluso en los círculos izquierdosos en línea que
frecuento.
Buscando noticias sobre el cambio
climático en Google cada semana (y tengo que buscarlas porque los algoritmos de
Twitter y Facebook no me las muestran), he notado que en español se producen
pocas y con escasa frecuencia. En
general, el tema casi no es abordado en medios que no sean especializados en
ciencia o ambientalismo, y cuando se hace se difunde muy poco. Nunca se
convierte en trendig topic en Twitter, nunca jala a la mitad de los
usuarios de Facebook a acalorados debates. Los youtubers e influencers más
famosos no se sienten obligados a dar su opinión cada vez que hay un desastre
ecológico. Sí, esto es en gran parte culpa de los algoritmos de redes sociales,
diseñados para favorecer la inmediatez, la visceralidad y lo superfluo.
Así que tenemos que trabajar más duro para traer el tema a primer plano.
En México, las voces de los
verdaderos ambientalistas y defensores de la tierra, quienes arriesgan y a
manudo sacrifican la vida en esta lucha, son silenciadas por el barullo
estúpido de los fanatismos pro-Amlo y anti-Amlo. La izquierda chaira se
entrega a una lealtad absoluta al presidente y le aplaudiría aunque él dijera
que quiere quemar la selva maya con napalm. La oposición derechista alardea de
un novísimo interés en el medio ambiente, pero éste es vacuo (y clasista),
inserto en la dinámica del “capitalismo verde” (falsa sustentabilidad provista
por las corporaciones para quien pueda pagarla), y además sólo existe por puro
llevarle la contraria al Peje.
No espero nada de la derecha, que
cuando no está negando la realidad o gravedad del cambio climático, está
oponiéndose a cualquier medida que pueda ayudar a mitigarlo porque éstas
afectan los intereses de los ricos y poderosos (cuya defensa es la
esencia misma del pensamiento conservador). Pero sí esperaría mucho más
de las izquierdas, no digamos ya a nivel de acción, sino de discusión, de
divulgación, de propuestas. Esperaría ver en las redes sociales donde se ponen
tan intensos los debates sobre sexismo, clasismo, racismo y demás, se diera con
la misma insistencia y enjundia una conversación permanente sobre la crisis
climática, que además se interseca con todos esos otros temas.
Los movimientos por la justicia social
han normalizado las grandes protestas en contra problemas como el racismo y el
sexismo, y eso es muy bueno. Se ha vuelto a validar la acción directa y la
iconoclasia contra la propiedad pública y privada como medida legítima de lucha.
Pero las manifestaciones por el medio ambiente todavía son raras,
relativamente poco concurridas y poco impactantes. Casi no se ven formas de
acción directa en la lucha contra el cambio climático. Se podrían hacer un
montón de cosas, desde pintarrajear las altamente contaminantes camionetas SUVs
de los ricos, hasta ocupar oficinas de corporaciones y gobiernos o bloquear los
puertos de donde parten los cruceros de lujo. No estoy diciendo que
necesariamente esto es lo que se tendría que hacer, pero he llegado a preguntarme
cómo es que nada parecido sucede.
Hoy en día hay muchas personas en
primera línea haciendo la lucha contra el cambio climático, desde
científicos profesionales, pasando por adolescentes de la generación zoomer
en Europa, hasta pueblos indígenas que llevan siglos defendiendo sus tierras
del despojo y la extracción. Pero hace falta y urge extender el interés y la
responsabilidad al público general, hacia quienes no son activistas de tiempo
completo ni expertos en el tema.
Claro, no todas las personas
tenemos la misma posibilidad de hacer activismo y organizarnos. Después de
todo, la mayoría de las personas estamos sobrecargadas de deberes,
exhaustas, abrumadas o deprimidas. Pero por lo menos deberíamos arreglar las
cosas de tal forma que se esté hablando de la crisis climática todo el
tiempo, todos los días, en todos los medios, como parte de todas las
plataformas políticas. No digo que necesariamente cada individuo se ponga a parlotear
sobre el cambio climático cada segundo del día; hay muchas cosas que requieren
nuestra atención y además el asunto es deprimente y no siempre queremos lidiar
con esta realidad. Pero colectivamente la conversación debería estar
teniéndose todo el tiempo, y debería ser la más importante.
Por eso, lo primero que me
propuse después de ver Don’t Look Up fue todos los días leer (o ver,
o escuchar) y compartir por lo menos una pieza sobre el cambio climático, o
sobre temas relacionados. Si me siguen en Facebook o Twitter, sabrán que he estado
cumpliendo. Y no solamente noticias sobre catástrofes ocurriendo en el mundo,
sino contenidos que nos permitan comprender mejor este gigantesco problema y
sus diferentes implicaciones científicas, sociales, políticas, económicas,
éticas. Creo que todas las personas que saben que esta crisis es real y un
peligro existencial podrían y deberían hacer lo mismo, como mínimo, como
primer paso.
En YouTube el mejor contenido para iniciarse en el tema está en inglés. Les recomiendo las series Hot Mess y Our Changing Climate. La mayoría de los creadores izquierdistas en la plataforma han dedicado cuando mucho un video al asunto, o algunas referencias esporádicas; Second Thought es el único canal (que yo conozca) que trata de ideas de izquierda en general y que consistentemente aborda la crisis climática. Por eso he preparado algunas listas de reproducción de muy buenos canales educativos y de divulgación científica:
Los mejores y más serios medios
en español, ya sean de noticias en general o de divulgación científica, dedican
con frecuencia buenos textos para hablar del tema. La Marea tiene una
excelente serie al respecto, titulada Climática. Es una pena que
nunca se viralicen tanto como otras notas, así que hagamos algo para
remediarlo. Si conocen otras fuentes, por favor compártanlas en los
comentarios.
¿Creen que esto es poco? Los
legos solemos pensar que ya sabemos sobre el cambio climático lo que
necesitamos saber. Que es real, que será una catástrofe global, que afecta más
a las poblaciones marginadas, que es producto del sistema capitalista,
etcétera. Y luego nos quedamos esperando a que alguien haga algo para, si
acaso, sumarnos a su esfuerzo o a lo mucho apoyar moralmente. O de plano a que
alguien nos consiga la abolición del capitalismo porque nada menos que eso vale
la pena.
Pero algo que he aprendido en
estos meses es que tenemos mucho que aprender aún: sobre aspectos
específicos de esta crisis, sobre políticas en general y sobre medidas
concretas, sobre propuestas a nivel individual, comunal y global, sobre cómo
una plétora de otros temas se relacionan con éste de formas insospechadas. Hay
mucho espacio para el aprendizaje propio y para contribuir a educar a los
demás. Porque será hablando de este problema, entendiéndolo mejor y poniéndolo
como prioridad que podremos pasar a acciones bien planificadas y organizadas…
¡Y tiene que ser pronto!
III
NO MIRES ADENTRO
Escribiendo esto a casi cuatro
meses del estreno de Don’t Look Up, se me hace raro que el impacto de la
peli no se haya sentido en forma de una conversación más amplia y sonora
sobre el cambio climático en todos los espacios. Es que pienso, caray, que no
puedo ser el único al que la cinta tocó de esa manera. Y no sólo eso, sino que,
aunque a muchos izquierdistas sí les gustó la película de McKay, otros muchos
la denostaron por completo.
De los primeros, temo que muchos
cayeron (caímos) en aquello de lo que nos advertía el filósofo socialista
Mark Fisher: pensar que consumir productos mediáticos con mensajes
izquierdistas ya equivale a “haber hecho algo”. Consumir y difundir contenidos
valiosos puede ser un excelente primer paso, pero ninguna praxis puede quedarse
ahí.
De los segundos… Uff, bueno… Para
arribar donde quiero vamos a tener que hacer algunas desviaciones y aventarnos
un muchotexto, pero les prometo que sí hay una meta.
La Internet 2.0 ha propiciado el
surgimiento de algo a lo que llamo “la industria del comentario mediático”.
Cada vez que aparece un producto de consumo mediático (película, serie,
videojuego, cómic, etc.) se crean montones y montones de contenidos que comentan
acerca del mismo. Críticas, análisis, reseñas, opiniones, datos curiosos,
etcétera. Ya sea en forma de blogs, videos de YouTube o hilos de Twitter,
decenas de creadores-usuarios compiten para atraer la atención del público.
Esto tiene su lado bueno: han
surgido estupendos análisis de la cultura pop y los medios. Y bueno, eso es más
o menos mi especialidad. Claro que a cambio hay muchos personajes que en
realidad nada tienen que aportar a la discusión. De este universo de contenidos
que no valen la pena, hay de varios tipos. Están las opiniones superfluas
de gente que no sabe de lo que habla, están los snobs que se creen de gustos
demasiado exquisitos pero en realidad dicen pura mamada, están los
reaccionarios que berrean que todo lo que no les gusta es marxismo cultural,
y por último está cierto tipo de crítica que se reduce a detectar qué tan
woke o qué tan problemática es una obra. Esto último abunda en particular
en los círculos chairo-progres en los que me muevo, y se vuelve un tanto
fastidioso con el tiempo, porque además tales análisis suelen ser bastante
simplones y muy poco interesantes. Y, no pocas veces, algunos de los buenos
creadores caen en esas mismas actitudes.
¿Qué tiene que ver esto con Don’t
Look Up? Los
activistas y científicos del cambio climático aplaudieron la película y
dijeron que expresaba perfectamente la desesperación que sienten cuando
tratan de comunicar a gobiernos y poblaciones la urgencia de hacer algo con
respecto la crisis. Pero los
críticos profesionales y la industria del comentario mediático de Internet no
la apreciaron tanto…
Puede ser que los científicos y
activistas se sintieron validados por el mensaje de la película, pero no
repararon en los aspectos de narrativa, lenguaje cinematográfico, y construcción
de personajes que expertos en el arte de la creación audiovisual habrían
considerado de mayor relevancia. Ciertamente Don’t Look Up es muy poco
sutil en su mensaje, que a menudo peca de simplista. También entiendo que no
todo el mundo la considere graciosa, y eso es una gran desventaja si es
que se está vendiendo como comedia.
Pero muchas de esas críticas son,
para ser honestos, bastante mamonas; tienden a repetir más o menos los mismos
puntos, hacer observaciones irrelevantes o rebuscar intenciones que no pueden
desprenderse de una lectura atenta. Que sí, Melancholia de Lars von
Trier es una obra de arte infinitamente superior, y sí, el capítulo de Los
Simpson sobre el cometa de Bart es mucho más gracioso. Pero ninguna de
estas dos instancias es un llamado a la acción tan contundente como la
sátira de McKay.
Una de las críticas contra Don’t
Look Up es que la fábula del cometa como metáfora del cambio climático
es inexacta. Un cometa es un objeto concreto que puede ser visto, incluso a
simple vista cuando ya está cerca; mientras, el cambio climático es un
hiper-objeto, un conjunto de fenómenos demasiado vasto y complejo que para
concebirlo requerimos pensar a escalas a las que la mayoría de las personas no
están acostumbradas, y cuya realidad no se puede demostrar con una sola prueba
empírica, sino que requiere de una multitud de datos científicos. La
destrucción que trae el cometa es inmediata e incuestionable, un solo
evento que acaba con todo el planeta de una sola vez. El cambio climático, por
su parte, se manifiesta de diferentes maneras en distintas zonas del mundo, no
afecta a toda la población por igual ni se hace sentir a la misma velocidad en
todas partes, sino que va presentándose poco a poco a lo largo de las décadas,
y gradualmente va deteriorando la calidad de vida de las poblaciones humanas.
Lo más importante: el cometa no
es culpa de los seres humanos, sino un accidente del destino, a diferencia del
cambio climático, causado por las sociedades humanas y nuestros estilos de
vida (aunque no por todos los humanos por igual, cabe subrayar). Además,
para resolver el problema del cometa basta con lanzarle unos misiles y
destruirlo; o sea, la solución está en manos de quienes tienen el poder e
implementarla no afectaría en nada la calidad de vida de la mayor parte de la
población humana. En cambio, para enfrentar el problema del calentamiento
global necesitaríamos hacer cambios revolucionarios en muchos aspectos de
nuestras sociedades, algunos de los cuales impactarían profundamente
nuestros estilos de vida.
Todo esto es verdad, pero creo
que, en primer lugar, son obviedades inútiles de repetir, y en segundo
creo que al concentrarse en ello los críticos pierden los puntos más
importantes de la película. Ninguna metáfora puede ser perfecta, y una metáfora
del cambio climático siempre estará muy lejos de serlo, porque ésta es una
crisis sin paragón en la historia humana. Nada es como el cambio
climático, excepto el cambio climático, así que al usar cualquier otra cosa
para hablar de ello siempre nos quedaremos cortos.
Pero en cambio la película funciona
muy bien para hacer sentir algunos mensajes contundentes: que nos
enfrentamos a una crisis que amenaza nuestra existencia; que hay algunas
acciones que podríamos llevar a cabo como humanidad para mitigar la crisis; que
dichas acciones no se llevan a cabo porque no conviene a las ambiciones de las
clases que se benefician del sistema; que los medios de comunicación
traicionan su propósito al mantenernos mal informados y distraídos con patrañas
intrascendentes, y que las actitudes anticientíficas pueden ser letales cuando están ampliamente difundidas en una sociedad.
Un aspecto en particular en el
que la peli dio justo en el clavo es el retrato de los tecnomillonarios (al
estilo de Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg). Los presenta como unos
imbéciles pagados de sí mismos que quieren ser considerados no hombres de
negocios, sino constructores del futuro, pero que tienen solamente ideas
estúpidas (como el metaverso o la carrera espacial privada), que en nada ayudan
a la humanidad, al mismo tiempo que practican un capitalismo de vigilancia y se
enriquecen cosechando nuestros datos. Como los tecnomillonarios reales, Peter
Isherwell (interpretado por Mark Rylance) promete acabar con todos los males
del mundo con tecnología de ciencia ficción absurda; lo que sea para distraer
la atención del hecho que la existencia misma de sus grandes fortunas es una
de las causas de nuestros problemas y que la verdadera solución está en
cambiar el sistema que les ha permitido hacerse asquerosamente ricos.
Otro acierto, no menos relevante,
está en cómo la cinta retrata la forma en la que el sistema hace a un lado a la
científica mujer y al científico afroamericano y coopta al científico blanco,
lo convierte en el centro de atención, le da todo el crédito del
descubrimiento, lo vuelve celebridad y lo transforma en una herramienta. En
cambio, la científica es humillada públicamente y memeficada como una loca
histérica por haber tenido una reacción perfectamente razonable ante la
situación, cosa que le sucede a las mujeres todo el tiempo sobre casi cualquier
cosa.
Además, ésta es la primera
película exitosa que trata sobre el cambio climático sin ser un espectáculo de
desastres como The Day After Tomorror ni una aventura post-apocalíptica
como Water World. Que sólo haya UNA película así tras años de sabernos
en medio de una crisis climática y que como opinólogo lo único que quieras es centrarte
en sus imperfecciones es algo pedante, por decir lo menos. Incluso si
piensas que la película es mediocre y no vale la pena, deberías darte cuenta de
que el tema que aborda es vital, y hacer algo para que esté en el centro de la
atención. Pero estas personas no lanzaron sus desdeñosos comentarios y luego se
pusieron a hablar del cambio climático “como debe ser”; no, simplemente pasaron
a seguir haciendo sus rutinarios análisis de productos mediáticos.
Era de esperarse estas actitudes
desde la derecha que niega o minimiza el problema del cambio climático, y hasta
de los cultosos mamalones de la cinefilia, pero extraña que mucha mala leche
venga de la wokeósfera. Es como si hubiera un deseo a priori de
odiar esta película, una necesidad de convencernos de que es mala y de castigar
a su director por atreverse a creer que estaba haciendo algo importante con
ella. ¿Qué rayos pasa?
Para entender esto hay que hablar
de la evolución de ciertas actitudes muy propias del liberalismo gringo
y de la reacción de rechazo que éstas provocan en la izquierda contemporánea.
En tiempos del gobierno neoconservador de George W. Bush en Estados Unidos
(2000-2008), había cierto discurso popular en el ala liberal (onda Partido
Demócrata), que atribuía a los políticos y votantes conservadores cierta
estupidez endémica que explicaba sus acciones y sus creencias. Bush era un
mal presidente porque él sus votantes eran un ato de gaznápiros cretinos. En
México, este discurso tenía su equivalente cuando se hablaba de la estupidez de
Vicente Fox (2000-2006) o de la ignorancia de Enrique Peña Nieto (2012-2018).
La narrativa resultaba
reconfortante para los liberales y al mismo tiempo derivaba en una actitud altanera
y condescendiente: el país está en manos de unos zopencos, pero por lo menos
yo no soy uno de ellos, yo soy superior. Esta forma de pensar ha quedado
encarnada a la perfección en la película Idiocracy (2006) que
retrata una distopía estúpida producto de que el mundo queda poblado por
imbéciles (les recomiendo
este excelente videoensayo de Sarah Z).
Cuando Trump ganó las elecciones
a la presidencia de los Estados Unidos en 2016, montado en una ola de
movimientos reaccionarios y fascistoides, desde el liberalismo se intentó
aplicar esa misma retórica: pasa que Trump y sus seguidores simplemente son
unos tarados prejuiciosos. Pero las cosas habían cambiado. Ya desde unos años
antes se venía haciendo notar el crecimiento de tendencias políticas que
iban más allá del liberalismo gringo, desde un renovado interés en el
socialismo y el anarquismo hasta los diferentes movimientos por la justicia
social. La victoria de Trump fue una sacudida que movió a la izquierda
todavía más y aceleró este proceso. El liberalismo al estilo del Partido
Demócrata, tan tibio, pusilánime y doblecara, había sido insuficiente para
impedir la victoria de Trump y era insuficiente para derrotar al posfascismo.
Es más, ese mismo liberalismo había contribuido a crear las condiciones para
que pudiera surgir.
Así, para muchas personas, la
“teoría del conservador estúpido” se reveló como lo que realmente es: una
narrativa liberal autocomplaciente que no sirve para entender los fenómenos
sociales y políticos, y que además tiene graves implicaciones clasistas,
capacitistas y racistas. En cambio, desde esta nueva izquierda (auténticamente
de izquierda, y no sólo relativamente de izquierda como el liberalismo
hasta entonces), las explicaciones tenían que venir del análisis de las
estructuras de poder y los sistemas de opresión. Bush y Trump eran malos
presidentes no (solamente) porque fueran unos soperútanos, sino porque sus
políticas estaban diseñadas para servir a las clases privilegiadas en un
sistema capitalista, racista y patriarcal.
Todo bien, pero esto en ocasiones
ha llevado a un callejón sin salida, a descartar por completo la ignorancia, el antiintelectualismo y la falta de pensamiento crítico como problemas en sí mismos y como factores
que contribuyen a otros problemas (en un tema relacionado, vean
este video de un diputado neoloenés). Cualquier alarde de superioridad
intelectual es políticamente sospechoso, pero los alardes de superioridad moral
pasan libremente, si se expresan en forma de imprecaciones contra las faltas
morales del prójimo. Esto hace que se condene el criticar a las personas con
ideas estúpidas y potencialmente peligrosas, porque hacerlo sería pecar de
creerse más inteligente que ellas; son los sabelotodos quienes merecen nuestro
desdén. Ello ha derivado en otra forma de arrogancia: la de quien se pone tan por encima de todos que no juzga a nadie, excepto a quienes juzgan. Dicho de
otra forma: “soy moralmente superior a ti, porque no me creo más inteligente que
estas pobres personitas y tú sí”.
Creo que muchos críticos
entendieron que Don’t Look Up hacía algo demasiado similar a Idiocracy:
culpar de los problemas del mundo a la gente pendeja. El problema es
que, de hecho, la peli no va por ahí, por lo menos no tanto como han
querido achacarle. Es cierto que la presidenta Janie Orlean y su hijo Jason
(interpretados por Meryl Streep y Jonah Hill, respectivamente) son retratados
como unos fantoches palurdos y vulgares, pero es que la película está
parodiando al gobierno de Donald Trump y sus vástagos, que en efecto son unos
fantoches palurdos y vulgares.
Quizá habría sido más potente el
mensaje de la película si, en vez del estrafalario monigote parodia de Trump,
hubiese puesto a un liberal centrista de buenos modales y aspecto respetable,
al estilo de Obama o Biden, y que el resultado final hubiese sido el mismo,
porque el problema no es qué tan campechano sea el gobernante, sino que el
sistema está hecho para favorecer los intereses de una minoría.
¡Pero es que de todos modos ése
es el mensaje principal de la película! La gente común y corriente no es
retratada como estúpida, sino como víctima del engaño y la manipulación
por parte de quienes se supone que deberían servirle: el gobierno, los medios y
las corporaciones. Si acaso, la peli es optimista hasta la ingenuidad con
respecto al pueblo. En una escena, cuando los parroquianos de un bar se enteran
de los planes de los ricos para lucrar mientras ponen en riesgo al planeta, de
inmediato estallan los disturbios. En otra, una multitud que coreaba vítores a
la presidenta Orlean, en cuanto ve el cometa en el cielo y se da cuenta del
engaño, se vuelve contra los demagogos.
Otra crítica que se repite mucho
asegura que Don’t Look Up es maniquea y que hace una división muy
simplista entre científicos buenos y políticos, empresarios y comunicadores
malos. Eso tampoco es del todo cierto. Los científicos son retratados como
personas comunes y corrientes, poseedoras de conocimientos indispensables,
claro, pero tan susceptibles a las neurosis, la ambición, la desesperanza, los
aires de grandeza o la cobardía como todos los demás.
Hay una escena en la que el
doctor Mindy le espeta, a través de Internet, a un negacionista del cometa, “lo
sabemos por el método científico, el mismo que construyó la computadora que
usas para difundir tus teorías conspiratorias”. Esta escena ha sido celebrada
en los círculos ateoscépticos, pero creo que la entendieron mal. Tanto ellos
como el doctor Mindy sienten que están ganando una gran batalla con una jugada
magistral, pero no es así. Tal acción es absolutamente fútil, tan fútil
como ha sido la actitud de escépticos y fans de la ciencia que obtienen
satisfacción de “pendejear” a los magufos, pero sin contribuir nada a la
divulgación del conocimiento científico.
Fútil también es el concierto con
Ariana Grande para invitar a la gente a “mirar hacia arriba”. No logra nada, no
consigue nada, no hace que los poderosos tomen las decisiones correctas y
salven al mundo. Si en la cinta intercalan este concierto con escenas del rally
de la presidenta Orlean y sus seguidores negacionistas, no es porque haya una
oposición sino un paralelismo: ambos son inútiles. A final de cuentas,
lo único que habrían podido hacer quienes querían salvar al mundo era
desmantelar el sistema que tenía en el poder a un puñado de estafadores
profesionales, pero esa opción ni siquiera cruza sus mentes.
Parece que una parte de la
crítica no reparó en nada de esto y percibieron una arrogancia intelectual
intolerable en la película de McKay. Los cultosos mamalones de la cinefilia
se ofendieron porque el snobismo cultural es lo único que te da superioridad
intelectual y este blockbuster es demasiado pop y de media ceja. Los críticos
de la wokeósfera se ofendieron porque la única forma de superioridad es la
moral, y quien alardea de superioridad intelectual siempre es moralmente
inferior.
Incluso me tocó ver comentarios
de personas en la izquierda woke que aseguraban que todo es culpa de los
científicos que no han sabido comunicar la urgencia del problema a
la gente común. Y hasta celebraban con cierto morbo la ironía de que esos
taimados científicos que se creen tan inteligentes estén desconcertados porque
la gente no les escucha. Se joderá el mundo, pero por lo menos esos sabelotodos
que se asumen más listos que el resto serán puestos en su lugar y eso es
lo que importa.
Como he dicho, hay muchas razones
por las que una película puede o no gustar, y Don’t Look Up está lejos
de ser tan perfecta que nos tenga que gustar a fuerzas. Sin embargo, sí me
pregunto el porqué de esas interpretaciones tan mamalonas y tan poco
caritativas que se repitieron tanto. Bueno, pues aquí va mi poco caritativa especulación…
¿Qué tanto las críticas de esta
película pueden aplicarse no sólo a una derecha oscurantista y ecocida, sino a una
izquierda que también se deja distraer por tonterías? Hay una parte de mí
que me sugiere que esta reacción se debe a que muchos criticones se sintieron
aludidos por la muy poco sutil sátira que hace Don’t Look Up. No porque
ésta ataque de forma directa a la industria del comentario mediático o a la
wokeósfera de redes sociales, pero sí a la vacuidad de la cultura contemporánea.
Quizá es que se vieron en esta sátira a la frivolidad mediática; se sintieron
aludidos y quizá pasó por su mente que toda su actividad de comentócratas es
igualmente trivial e irrelevante que los chismes de famosos con los que nos
distraen del cometa.
Y esto es lo que me regresa a la
cachetada de Will Smith, y cómo este hecho acaparó la conversación durante
días y días, al mismo tiempo que se realizaban protestas a nivel mundial por el
cambio climático y que en México se experimenta una sequía de proporciones
catastróficas. Y cómo el discurso en la wokeósfera de redes sociales se
centró tantísimo en el bofetón, con largas y mamonsísimas disertaciones, en
su mayoría simplonas, viscerales y maniqueas.
Estoy escribiendo a principios de
abril de 2022, pero puede ser que ustedes estén leyendo mucho después, así que
les invito a pensar qué desastre ecológico ha ocurrido por estos días y
qué mame insulso le ha arrebatado la atención de las redes. Verán entonces que
esto pasa todo el maldito tiempo. Se supone que los progres, wokes, sjws y
similares son la gente que quiere cambiar al mundo y eliminar las injusticias,
pero una y otra vez se deja llevar por el tren de los mames más
intrascendentes. Resulta sobremanera atinado que un libro que critica a la
izquierda contemporánea desde la izquierda misma se titule Canceling
comedians while the world burns: “cancelando comediantes
mientras el mundo arde”.
Entonces, hay algo de lo que me
convenzo cada más: el wokismo de Internet es una cosa estúpidamente
superflua. Y aclaro que no hablo de los movimientos por la justicia social,
tan absolutamente necesarios en estos tiempos, sino de la dinámica del wokismo
tal como se da en las redes sociales. Es tan superficial como el resto de la
cultura contemporánea en esta sociedad del espectáculo, tan sujeto a los
algoritmos y clickbaits, tan enfocado en los productos de consumo mediático y
en la farándula, tan atrapado en tópicos cuya relevancia es efímera, tan
partidario de la humillación pública como medida punitiva.
Entonces hay algo que me
desespera profundamente aquí. Es que cuando una película quiere ponernos a
hablar del cambio climático y la bandita prefiere ponerse a discutir si
Leonardo DiCaprio es prácticamente un pedófilo por salir con mujeres adultas
perfectamente capaces de tomar sus propias decisiones, o que Jennifer Lawrence
no debió prestarse a que su personaje casualmente rapeara una canción con la n-word
siendo blanca, no puedo menos que sentir desconcierto, decepción y
desamparo.
Es que, ¿es en serio? ¿Esto es de
lo que vas a discutir? ¿Éste es el asunto al que quieres dedicar tu tiempo, tu
atención, tus energías mentales y emocionales? ¿No has estado prestando
atención? ¿Es que acaso no estamos siendo claros?¡NOS VAMOS A MORIR, CARAJO!
NOTA DE ENERO DE 2023: Parece que 2022 fue el año en que por fin el público en general empezó a tomar conciencia sobre el verdadero peligro del cambio climático. Desastres como la sequía en México, las inundaciones catastróficas de Pakistán y las olas de calor en Europa pusieron el tema en el centro de la discusión pública. Por fin empezaron a verse protestas que resonaron entre los medios, especialmente aquellas en las que se atacó simbólicamente algunas obras de arte. Aún es muy poco, pues éste debería ser el tema principal de todas las agendas políticas, pero sí se pueden sentir vientos de cambio desde que esta película fuera estrenada.
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