Oppenheimer: Destructor de mundos - Ego Sum Qui Sum

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viernes, 26 de enero de 2024

Oppenheimer: Destructor de mundos


Hay dos líneas de diálogo en la película Oppenheimer que me parece constituyen su núcleo. Primero, en una escena cerca del principio, en que el personaje titular está impartiendo una clase sobre la nueva física en Berkeley a su primer estudiante.

 

-¿La luz se compone de partĂ­culas o de ondas? SegĂşn la fĂ­sica cuántica es ambas. ¿CĂłmo puede ser ambas? No puede. Pero lo es. Es paradĂłjico, y sin embargo funciona.

 

En otra escena, en que Oppenheimer confiesa a su esposa no sólo haber cometido una infidelidad, sino, sin quererlo, haber causado la muerte de su amante a manos del gobierno. Él sufre por esto, pero ella le increpa:

 

-No puedes cometer un pecado y esperar que todos los demás nos compadezcamos de ti cuando llegan las consecuencias.

 

Parecería que estas líneas no tienen nada en común, pero ambas se refieren al concepto de una dualidad paradójica, en que dos hechos contradictorios son verdad al mismo tiempo. La última película de Christopher Nolan, tanto en el aspecto temático, como en la narración misma, gira alrededor de esa idea. La luz es tanto onda como partícula. Oppenheimer es tanto el destructor de mundos como una figura trágica.

 


Wikipedia explica que el fenĂłmeno conocido como superposiciĂłn cuántica “ocurre cuando un objeto «posee simultáneamente» dos o más valores de una cantidad observable (p. ej. la posiciĂłn o la energĂ­a de una partĂ­cula)”. El gato de Schrödinger está muerto y está vivo al mismo tiempo hasta que no lo veamos.

 

El desarrollo de la mecánica cuántica en las primeras dĂ©cadas del siglo XX significĂł una revoluciĂłn intelectual enorme, y al mismo tiempo tan compleja que realmente la mayorĂ­a de las personas no la hemos ni siquiera notado, no digamos ya asimilado. DespuĂ©s de todo, la fĂ­sica newtoniana sigue siendo válida para nuestra cotidiana; es en el reino cuántico en donde las leyes conocidas se ponen de cabeza, y la mayorĂ­a de los seres humanos simplemente jamás interactuamos con el tema. Si acaso, será por charlatanes que venden toda clase de tratamientos milagrosos poniĂ©ndole en nombre “cuántico”, porque la gente cree que esa palabreja equivale a “magia”.

 

La revoluciĂłn se estaba dando en todos los aspectos de la vida en aquella Ă©poca entre las guerras mundiales. En el arte vanguardista, en el pensamiento polĂ­tico, en las ciencias de la mente… En toda la cultura se experimentaban profundas transformaciones que rompĂ­an con los esquemas que habĂ­an prevalecido por los siglos anteriores. Nolan pudo haberse centrado solamente en el desarrollo de la ciencia detrás de la bomba atĂłmica, pero tiene el cuidado de contextualizar esta historia como parte de un zeitgeist más amplio.

 

Y va más lejos: el director británico elige narrar su historia de forma no progresiva, con constantes saltos a lo largo del tiempo, y además introduce dos líneas narrativas paralelas. Una se titula Fisión, tiene fotografía a color y sigue el punto de vista de Robert Oppenheimer, interpretado por Cillian Murphy. La segunda es, por supuesto, Fusión, que en cambio sigue el punto de vista de Lewis Strauss, interpretado por Robert Downey Jr.

 


Fisión y Fusión narran de forma paralela historias de ascenso, hubris y caída. Oppenheimer pasa de ser un estudiante neurótico a convertirse en el científico más reconocido de los Estados Unidos, y luego a perder toda su influencia tras ser excluido del gobierno. Strauss, por su parte, se encuentra en la cima de su carrera cuando se descubre que él había estado tras la caída de Oppenheimer, y lo pierde todo.

 

Nolan tiene un largo historial con la experimentación en las narrativas no lineales, desde su primer éxito Memento, y aquí parece llegar a un punto culminante en su carrera. Esa elección nunca es arbitraria, sino que se compagina bien con el tipo de historia que está relatando y los temas que quieren enfatizar en ellas. En Oppenheimer se siente más adecuado que nunca: qué mejor manera hablar de dualidad, paradojas y superposiciones cuánticas, que usar líneas temporales paralelas y saltos cronológicos.

 

Como espectadores, nos toca armar la imagen completa a partir de los fragmentos que se nos van presentando en un orden distinto al habitual. Claro que esto sigue sin ser tan extremo como se ha visto en el cine experimental; Nolan proporciona un poco de ayuda con los subtítulos, el color de la fotografía y las narrativas de marco. Después de todo, no es un autor que le esté apuntando a ser inaccesible, sino que quiere mantenerse dentro del mainstream. Si me conocen, sabrán que no digo esto como algo malo. Oppenheimer es una película lo suficientemente compleja, en su estructura y sus temas, como para obligarnos a reflexionar, sin ser tan inaccesible que deje esa reflexión fuera del alcance de un público general.

 

Antes de que saliera la película, algunas personas expresaron su temor de que pudiera glorificar a Robert Oppenheimer, o por lo menos presentarlo de una forma en que pareciera redimirse a los ojos de un público moderno. Y era un temor muy razonable, me parece. Con la prueba de la primera bomba atómica inició una era de horror. No sólo fue la destrucción inmediata de Hiroshima y Nagasaki, y el sufrimiento que la contaminación radiactiva causó después. También engendró la amenaza latente de una guerra que podría destruir la vida en la tierra, y la realidad de las vidas arruinadas por las muchas pruebas con armas nucleares en diferentes lugares de la tierra. No quisiéramos que uno de los principales responsables de todo esto quedara sin mancha en la memoria histórica.

 


Al final, creo que Nolan lo hizo muy bien. Puso todo su empeño en mostrar a Oppenheimer como una persona completa, un ser complejo y contradictorio; alguien, por decirlo así, en superposición cuántica. Fue un comunista convencido que al mismo tiempo sirvió al imperialismo estadounidense. Fue alguien con una arrogancia tremenda sobre el que de todas formas no podemos evitar sentir compasión. Fue el causante del mayor horror que hubiera conocido la humanidad, pero también alguien que hizo lo que tenía en su poder para evitar otros horrores aún mayores. Fue alguien que resultó esencial para el desarrollo de la historia contemporánea, pero que fue fácilmente desechado después de cumplir su propósito.

 

Quizá la paradoja que más me fascinĂł en la construcciĂłn del personaje fue esa mezcla de hubris con arrepentimiento. Incluso en la culpa puede haber arrogancia. Murmurar “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos” es compararse con un dios. Y Oppenheimer lo expresĂł pĂşblicamente no menos de dos veces; una en 1949, en la revista Life, y la más famosa, en 1965, para una entrevista televisada. Me parece claro que Ă©l querĂ­a quedar relacionado con ese verso para la posteridad.

 

Después de haber cometido el pecado, Oppenheimer espera que todos sientan pena por él. Pudo haber detenido el proyecto Manhattan tras la derrota de la Alemania nazi. No fueron pocos los científicos que consideraron que el desarrollo de la bomba no tenía caso ya, y que atacar Japón con la nueva arma constituiría un crimen. Y, por lo que sabemos hoy, tenían razón.

 

Aun asĂ­, Oppenheimer continuĂł hasta el final. Y luego, tuvo la cara dura de ir con Harry Truman, el hombre que tomĂł la decisiĂłn de bombardear Hiroshima y Nagasaki, a decirle con ojos llorosos: “Mis manos están manchadas de sangre”. Oppenheimer pasĂł el resto de su vida tratando de lavar esa sangre. La pelĂ­cula interpreta que se dejĂł maltratar y humillar por la comisiĂłn que lo excluyĂł del acceso a secretos militares y de gobierno como una forma torcida de penitencia.

 


Entonces, la obra no lo absuelve, pero tampoco podemos decir que lo condena del todo. Jamás oculta sus muchos pecados, ni minimiza los horrores que causó; al mismo tiempo, espera que simpaticemos con él. Lo muestra arrepentido, pero la última imagen que nos deja le película, la secuencia con la que Nolan quiere que nos quedemos, es la de un planeta Tierra siendo aniquilado por explosiones atómicas. Éste es el ineludible legado de Robert Oppenheimer, por más mal que pudiera sentirse al respecto.

 

Algunas personas se quejaban de que la pelĂ­cula no mostrara a las vĂ­ctimas reales de los bombardeos atĂłmicos sobre JapĂłn; las estaba invisibilizando. Pero esto Ăşltimo no es cierto; Nolan deja muy en claro que lo ocurrido fue una tragedia de proporciones inimaginadas y que fueron muchos los hombres en el gobierno estadounidense los que tenĂ­an las manos manchadas de sangre. La pelĂ­cula nunca nos deja olvidar que Ă©sta no es simplemente la historia de un desarrollo cientĂ­fico, ni de una heroica carrera contra el tiempo para vencer a un enemigo implacable; cada decisiĂłn que toman nuestros personajes lleva a las atrocidades de Hiroshima y Nagasaki. Mostrarlo directamente probablemente habrĂ­a sido de mal gusto y roto la narrativa, sin agregar gran cosa a nuestra consciencia sobre el crimen de guerra.

 

He leído en algunas reseñas que una de las obsesiones de Nolan a lo largo de toda su obra es la capacidad del hombre para autodestruirse. Pero si esta capacidad era propia de los individuos en sus primeras películas, en las recientes se extiende a toda la especie humana. Con Oppenheimer, Nolan lleva el tema hasta su culminación. Si el temor a una hecatombe nuclear se había disipado un poco tras el fin de la Guerra Fría, en los últimos años hemos vuelto a conocer esa clase de ansiedad existencial, con la actual guerra en Ucrania, por supuesto, pero también con experiencias como la de la pandemia y el cambio climático. No sólo es que la humanidad es frágil, arrogante y estúpida, y no tiene la existencia garantizada, sino que los mismos sistemas (políticos, económicos, tecnológicos) que hemos creado, y de los que nos hemos hecho dependientes, facilitan esa autodestrucción.

 

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