Pues no, no lo
son. El título es puro bait. Y no me refiero (sólo) al de esta entrada de su
nerdoso blog, sino al de esta colección, editada y publicada por la extinta
Bruguera.
Como les conté la vez pasada, me he embarcado en un viaje para revisar todas las
antologías de ciencia ficción de Bruguera que han caído en mis manos a lo largo
de años de visitar librerías de viejo.
Pues bien, hoy
toca hablar ni más ni menos que de la primera colección que publicó aquella
editorial. Se titula simplemente Los mejores relatos de ciencia ficción
y apareció en 1967. En realidad, reúne dos antologías previamente publicadas en
inglés: 13 Great Stories of Science Fiction de 1960, y 12
Great Classics of Science Fiction, de 1963. En esta edición fueron
retituladas, respectivamente, Trece maestros y Doce clásicos. A
éstas se suma un relato seleccionado por los editores, El cohete de Ray
Bradbury, con lo que alcanza un total de 26 cuentos.
El texto más
antiguo data de 1946 y el más reciente, de 1963. Estamos, de nuevo, en la
Era Dorada de la Ciencia Ficción, con sus robots antropomorfos, supercomputadoras
que usan cintas magnéticas, viajes espaciales como si fuera tomar un tren, cohetes
de propulsión a chorro y sexismo casual.
Hay dos
personas a las que tenemos que agradecer la existencia de este volumen; aunque
sus nombres quizá hoy no sean tan conocidos, a mediados del siglo pasado fueron
dos figuras que contribuyeron a crear una cultura alrededor de la ciencia
ficción. El primero de ellos es Groff
Conklin, quien realizó
las dos compilaciones originales en inglés. Él fue uno de los editores más
prolíficos de la Edad Dorada. Además de ser crítico y autor, fue el responsable
de 40 antologías del género, empezando por la seminal The Best Science
Fiction en 1946. Sus compilaciones eran éxitos de ventas entre los fans,
que consideraban ver su nombre en una portada como garantía de calidad.
Para presentar la edición española de Bruguera
tenemos a Narciso Ibáñez Serrador, prolífico artista de cine, teatro y televisión, y uno de
los impulsores más importantes de la ficción fantástica en lengua castellana.
En serio, chequen su biografía; el señor hizo muchas cosas para difundir y fomentar la
fantasía, el horror y la ciencia ficción en nuestro idioma. El volumen de
Bruguera abre con una presentación en la que Serrador anuncia:
“La tierra ha sufrido una invasión,
una conquista. No se trata de humanoides marcianos provistos de cinco ojos, ni
de insectos venusianos superdesarrollados, no. Se trata de la conquista lograda
por un nuevo género literario: Ciencia-Ficción, o Fantasía Científica, como
quizá sea más exacto denominarlo
[…]
Para defenderlo de quienes lo
atacan o para presentarlo a aquellos que lo desconocen, es interesante señalar
que se trata de un género nacido a la sombra del progreso, ese progreso de
cohetes y satélites, de aviones supersónicos y helicópteros increíbles que nos
obliga cada vez más a mirar al cielo. Y ahí radica la diferencia y el mérito de
la Ciencia-Ficción: hacernos mirar al cielo, darnos un cauce donde liberar
nuestra imaginación, nuestra fantasía. Y, ¡qué curioso!, son precisamente los
científicos, los hombres que a través de fórmulas y cifras hacen culto de la
exactitud y los hechos concretos, los que hoy en día nos toman de la mano y nos
dicen: ‘Todo lo que imaginen, todo lo que sueñen, por absurdo que sea, es
probable que el futuro lo convierta en realidad. Por eso, den rienda suelta a
su fantasía, imaginen extrañas naves interplanetarias, imaginen visitas a las
más apartadas galaxias, emborráchense de estrellas…, porque es posible que
algún día las alcancemos’”
Esto nos deja
ver algunos tópicos comunes en el discurso sobre la ciencia ficción de aquella
época: que los críticos no la consideran literatura digna, pero que sí lo es;
que es la literatura por excelencia de nuestro mundo que ha sido transformado
por la ciencia y la tecnología, que representa la promesa de un futuro incríeble, etcétera. Todo es verdad, pero viendo que el
discurso no ha cambiado mucho, y que aún los fans de la ciencia ficción nos
sentimos obligados a defenderla, aunque hace mucho dejó de ser el “género
nuevo”, y sobre todo viendo que la promesa del futuro brillante salió muy mal, pues da un poco de desánimo.
Las
introducciones escritas por Conklin para ambas colecciones son también
incluidas. En la primera, que tiene como eje el concepto de “la invención”, nos
dice lo que sigue:
“En otras palabras, invención no significa únicamente
un aparato o un proceso patentables que pueden utilizarse para aumentar el
lujo, la eficiencia o la complejidad de la vida moderna. Puede significar
muchas otras cosas. Por considerar un simple ejemplo, existen las invenciones
musicales; el gran Juan Sebastián Bach escribió que su finalidad no consistía
sólo en enseñar al estudiante ‘A aprender… a adquirir buenas ideas, sino
también a desarrollarse por sí mismos.’ El propósito de la invención en la
ciencia, en la ficción, en la música, en cualquier actividad, es por
consiguiente el de aumentar el uso de la imaginación, tanto como el de
conseguir algo nuevo.”
Me gusta este párrafo y me parece relevante, porque yo también creo que la ciencia ficción
tiene, entre sus muchas ventajas, el potencial de expandir nuestra imaginación,
abrir nuestra mente a distintas posibilidades y probabilidades de la
existencia. Lástima que, para ser sinceros, la selección en esta primera parte no
está a la altura.
La introducción
a la segunda mitad empieza interesante, en cuanto que menciona controversia
respecto a C.P. Snow y su concepto de las dos culturas. En 1959, Snow
había sacudido la opinión pública alertando que la cultura de la ciencia y la
de las humanidades se estaban distanciando cada vez más, y que esto iba en
detrimento de ambas y de la civilización misma. Sobre todo, Snow defendía que
los científicos deben tener una participación más activa en los asuntos
políticos, económicos y sociales del mundo.
Sin embargo,
Conklin pronto aclara que el propósito de la antología es proporcionar al
lector unas horas de evasión de los problemas y dolores de la vida cotidiana.
“De hecho, algunos de nuestros
relatos entran en los límites de la controversia científico-no científico que
actualmente se desarrolla en torno a C.P. Snow y otros. Sin embargo, lo hacen
en una línea muy alejada de las realidades comunes. Incluso en sus aspectos más
amargos y satíricos, constituyen extrapolaciones auténticas y fascinantes, las
mejores expresiones de la ciencia-ficción. Pero debe añadirse que, se trate de
sátira, profecía o crónica, ninguno de ellos es verdaderamente científico.
Todos son ficticios.”
Vaya vuelta de
timón tan timorata. ¿A qué vendría? ¿Miedo a ser percibido como “demasiado
político” en el peligroso y suspicaz contexto de la Guerra Fría? Quién sabe.
Bueno, para
basta de introducciones. El libro en sí, ¿qué tal está? Como les decía, su título
es engañoso. Comprensible, porque una editorial tiene que vender sus libros,
pero engañoso de cualquier forma. No son los mejores relatos de ciencia
ficción; es sólo un compendio de dos antologías medio random. Al chile, ningún
libro tendría derecho a llamarse los mejores sin incluir La última
pregunta de Isaac Asimov.
Pero, fuera de
todo esto, ¿son buenos cuentos? Pues la selección es, digamos, irregular. No me
gustó tanto como cuando lo leí por primera vez, en 2016 (¡hace ocho años!).
Supongo que algo ha cambiado en mí en todo este tiempo; quizá he aprendido más
y mis gustos han madurado. Pero es curioso que el otro volumen, titulado Los mejores relatos de anticipación, sí me gustó mucho al volverlo a leer, y ahí
pasaron (cuenta con los dedos) ¡dieciocho años! Supongo que simplemente aquella
segunda antología de Bruguera fue mejor.
La primera
parte del volumen, Trece maestros, es la más floja. De ahí sólo
destaco tres relatos; casi todos los demás tienen un tono humorístico y
resultan entretenidos, pero muy pocos son memorables. La segunda parte, Doce clásicos,
es mucho mejor, aunque algunos relatos tienen el mismo defecto de ser
fastidiosamente cincuenteros: se sienten un poco como episodios de Los
Supersónicos, con tecnología futurista o situaciones de otro mundo
introducidas en dinámicas sociales y familiares típicas de mediados de siglo.
Sobre todo, y
esto es algo que se extiende a toda la colección, hay mucho sexismo casual. Los
escritores (menos una, puros hombres) pueden imaginar avances futuristas en las
décadas y siglos venideros, pero no conciben que los roles de género podrían
ser diferentes. Puede haber sirvientes robots, pero será la señora de la casa
la encargada de dirigirlos. Los científicos, gobernantes y militares serán
siempre varones; las mujeres a lo mucho pueden ser secretarias. Y estereotipos
como que las féminas son emocionales, celosas, regañonas y vanidosas son
tratados como verdades eternas que trascienden las eras y las razas
extraterrestres. Aflicciones del hombre humano de Robert Scheckley
(1956) y El amante estelar de William W. Stuart (1962), ambos en
la segunda parte, son los peores ofensores.
Vale, no se
puede esperar que la gente de hace ya 70 años tenga nuestros mismos valores
progres inclusives, ni le podemos echar en cara a estos escritores que no
previeran los cambios sociales que vinieron después de su tiempo. Yo no creo
que la ciencia ficción tenga o deje de tener valor por su tino al augurar el
porvenir.
Pero sí creo
que su capacidad de imaginar realidades distintas al presente real es uno de
sus grandes atractivos. Y más o menos la mitad de estos relatos les falta esa
visión, esa originalidad. Parafraseando parcialmente a Britta Perry: puedo
excusar el sexismo casual, pero pinto mi raya ante la falta de imaginación.
Algunos
cuentos, sin embargo, sí que valen mucho la pena, y quiero comentarlos por si
se animan a buscarlos o se los topan más allá de este volumen. Veamos…
Añadir El
cohete de Ray Bradbury (1951) fue la mejor idea que pudieron haber
tenido los editores. Es el segundo mejor cuento de la colección, y uno de los
relatos más conmovedores del género. Quizá es mi sesgo, porque Bradbury es uno
de mis escritores favoritos, pero se nota muchísimo la superior calidad de su
pluma frente a la mayoría de los otros escritores antologados.
En el futuro,
los viajes al espacio se han convertido en algo rutinario… para los ricos. Un
herrero italiano y su empobrecida familia observan los despegues todos los
días, a sabiendas de que nunca podrán costearse un viaje en uno de ellos. El
padre, queriendo dar a sus niños una hermosa experiencia que de otra forma les
quedaría vedada, prepara un elaborado engaño para hacer felices a sus niños.
Las emociones
de este cuento se sienten con mayor fuerza en nuestros días, en que la
desigualdad se ha vuelto tan atroz que hace ver a las antiguas promesas de un
futuro glorioso como un chiste cruel. Los multimillonarios juegan a los
astronautas mientras el resto de nosotros sufre precariedad, pandemias y cambio
climático. Sí, fue creado un futuro maravilloso, pero sólo para quienes pueden
pagarlo.
El siguiente
párrafo me fue mucho más poderoso hoy que hace ocho años:
-¿Sales todas las noches, Bodoni?
-Sólo a tomar el aire.
-¿Sí? Yo prefiero mirar los cohetes
-dijo el viejo Bramante-. Yo era casi un niño cuando empezaron a volar. Hace
ochenta años. Y todavía no he estado en ninguno.
-Yo haré un viaje uno de estos días
-dijo Bodoni.
-No seas tonto -dijo Bramante-.
Nunca lo harás. Este mundo es para los ricos. -Sacudió la cabeza gris,
recordando-. Cuando yo era joven, alguien escribió un anuncio con letras de
fuego: “¡EL MUNDO DEL FUTURO! Ciencia, confort y novedades para todos”. ¡Bah!
Ochenta años. El futuro ha llegado. ¿Volamos en cohetes? No. Vivimos en
casuchas como nuestros padres.
-Tal vez mis hijos… - dijo Bodoni.
-¡No, ni los hijos de tus hijos!
-gritó el anciano-. ¡Sólo los ricos tienen sueños y cohetes!
Los análogos de Damon Knight (1952) es un inquietante relato distópico, que revela el temor al
totalitarismo que nos dejaron las experiencias del siglo pasado. El gobierno
está probando un nuevo método para tratar a los criminales. Cuando un impulso
violento o delictivo se les presenta, comienzan a alucinar (con imagen, sonido,
y hasta sensaciones táctiles y dolor) una figura que les impide actuar. Ésta
puede ser una autoridad, desde un policía hasta su propia madre, o incluso a un
amigo o consejero que los distraiga y disuada de sus planes.
Parecería la
solución al crimen y la violencia, ¿no? Y si bien es cruel y viola la autonomía
de las personas, ¿qué más da? Se lo merecen por criminales y la gente decente
no tiene nada que temer… Excepto si el gobierno decide empezar a usar este
método experimental para controlar disidentes y opositores, y a toda la
población después. Si dejamos que se ejerza esa forma de control “por el bien común”,
¿cómo impediremos que después se siga extendiendo su alcance? En estos tiempos,
en que muchas personas claman por soluciones autoritarias a los problemas
sociales, el relato me dio escalofríos.
Los
poderes de Xanadu de
Theodore Sturgeon (1959) es el cuento más interesante de la primera parte.
Es un relato utópico, de los que nos hacen tanta falta en estos tiempos. En el
futuro distante, la humanidad se ha desperdigado por toda la Galaxia, al punto
que civilizaciones enteras quedaron sin contacto las unas de las otras y
evolucionaron de forma independiente. Ahora, han comenzado a reencontrarse de
nuevo.
El cuento está
narrado desde el punto de vista de Bril, proveniente de un planeta que es una
exageración de la situación de nuestro propio mundo en el capitalismo: sus
habitantes viven en ciudades atestadas, divididos por jerarquías sociales y
económicas, reprimidos por tabúes absurdos, atomizados y enajenados los unos de
los otros; han explotado hasta sus últimos recursos naturales y están en busca
de otros mundos para explotar y seguir expandiéndose.
Bril es
explorador y embajador. En su búsqueda de mundos explotables, llega a Xanadu.
Lo que encuentra ahí es una utopía a la que casi podríamos llamar anarquista;
comunidades muy unidas, pequeñas y sin líderes (apenas representantes que
sirven como contacto de unos distritos con otros); en armonía con la
naturaleza, pero al mismo tiempo con desarrollos tecnológicos que hacen la vida
fácil y placentera.
¿Cómo se ha
logrado construir esta utopía? Un avance tecnológico permite que lo que sabe
uno, lo sepan todos. No se trata de que la propia mente esté abierta a ser
leída tal cual por el resto de la comunidad, que eso sería aterrador. Lo que se
comparte es más bien una especie de sentimiento empático. Si un miembro tiene
una necesidad, el resto de la comunidad lo siente y quien esté cerca acude en
su ayuda. Si alguien sabe cómo se realiza una tarea (desde construir una casa
hasta preparar un estofado), los demás sienten cómo debe hacerse; es decir,
al trabajarlo se guían por lo que se siente correcto. No es necesaria la
planificación centralizada ni la hiperespecialización.
“Un billón y medio de seres
humanos, que habían adquirido las técnicas de la música, las artes gráficas, y
la teoría de la tecnología, ahora poseían las otras: la filosofía, la lógica y
el amor; la simpatía, la empatía, la indulgencia, la unidad en la idea de su
especie más que en su obediencia; sentido de comunidad en armonía con la vida
universal.
Un pueblo con tales conocimientos y
poderes derivados no puede ser esclavo. Al aparecer la luz entre ellos,
asumieron todos una concentración común: ser libres, el sentimiento total de
serlo. A medida que cada uno de ellos lo hallaba, se convertía en un experto en
libertad, y cada cual trascendía a su vecino, y así hasta el momento en el que
un billón y medio de almas poseían un talento común: la libertad.”
Me gusta el
relato porque, aunque el artilugio sería imposible de fabricar en la realidad,
sí nos dice los elementos fundamentales necesarios para construir esa utopía:
la empatía por nuestros congéneres y la democratización del conocimiento. Me
recordó a La vuelta al hogar de Maron Zimmer Bradley, recogida en la
otra antología de Bruguera, y ambos me recordaron al moderno subgénero del Solarpunk,
que se propone imaginar futuros mejores en estos tiempos de desesperanza y
crisis.
La máquina de Richard Gehman (1946), es un sardónico relato que roza el humor negro y el absurdismo
kafkiano. Es una crítica al industrialismo deshumanizante que aliena hasta a
las mentes más brillantes convirtiéndolas en sólo partes de la maquinaria, pero
también es una divertida parodia de la paranoia de tiempos de la Guerra Fría.
Un par de
veteranos regresan a casa tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (vean que el
cuento se publicó al año siguiente) y, dado que son ingenieros, consiguen
trabajo operando una gran y compleja maquinaria. Pero el protagonista, Joe,
termina odiando su trabajo, rutinario y monótono, en el que ni siquiera sabe
qué es lo que produce la máquina que opera. Frustrado por no poder usar su
potencial creativo, empieza a desesperar (vaya, me parece que cierto filósofo alemán habló de estas cosas). Para dar rienda suelta a sus talentos
e impulso creativo, construye en el patio de su casa una máquina, complicada y
aparatosa, llena de engranajes, cigüeñales y bandas elásticas, que lo único que
hace es funcionar.
Pero pronto
capta la atención de vecinos chismosos, de medios de comunicación
sensacionalistas, y finalmente, de un gobierno paranoico y de su burocracia y
mandos militares obtusos, que sospechan que Joe ha inventado un motor nuclear.
Las cosas sólo se ponen más y más desesperantemente absurdas conforme avanza el
relato.
Cosas de Zenna Henderson (1960) es
el único relato escrito por una mujer. Es una muy poco sutil alegoría de la
destrucción de las culturas nativas de América por parte de los europeos, pero
usando aquí a terrícolas y extraterrestres. Onda Avatar con todo y el
mismo cliché de “buen salvaje”. Aquí un mundo 'primitivo' es corrompido por el
materialismo y la avaricia de los hombres de la Tierra.
La cima de George Sumner Albee (1962) es
un cuento que aprecié mucho más ahora que la primera vez. En un futuro
indeterminado, una megacorporación de ésas que hacen de todo tiene como
edificio central una gigantesca pirámide en medio de una gran ciudad. Cada piso
de la pirámide representa un nivel de la jerarquía de la corporación: mientras
más ascendemos, encontramos empleados más ricos y poderosos; pero también más
excéntricos y solitarios.
La corporación misma es como una
gran maquinaria que devora a quienes trabajan en ella. Los empleados inferiores
son explotados sin miramientos. Los ejecutivos gozan de extravagantes lujos en
sus oficinas, pero su vida tampoco es envidiable: se espera que trabajen sin
cesar hasta morir en su puesto (por lo general, de un infarto).
Nuestro protagonista, Jonathan
Gerber, es un joven y ambicioso que logra el sueño de acceder a un alto nivel
de la jerarquía corporativa. Entonces, le invitan a visitar los dos pisos
superiores. Lo que descubre ahí es perturbador.
Mensajero del futuro de Poul Anderson (1961) es un excelente relato de viajes por el tiempo. En un futuro muy
distante, los enemigos del estado son castigados con el exilio en tiempos
remotos. Es un thriller que tiene al lector en suspenso en todo momento,
y aun así se las arregla para filosofar, en forma de diálogos, sobre las
implicaciones del viaje en el tiempo. No les revelo más para que puedan
disfrutarlo al máximo.
En el Cuarto Planeta de J.F. Bone (1963)
es, a mi gusto, el mejor relato de la colección y uno de los mejores cuentos de
ciencia ficción que he leído. Aquí tenemos unas formas de vida inteligentes que
son algo así como amebas gigantes (pero multicelulares) que se desplazan por el
suelo de su propio planeta alimentándose de líquenes y hongos. ¿Cómo sería la
psicología y la cultura de seres con una biología tan ajena a la nuestra?
Ésta es la
parte interesante, porque Bone imagina todo con impresionante verosimilitud. Él
era veterinario de profesión y esa formación científica se nota en la
construcción de estos seres y su mundo. Es un ejemplo de a lo que me refiero
con una ciencia ficción visionaria, que en verdad puede ampliar la capacidad de
lo que un lector es capaz de imaginar.
Si bien me he
quejado de que muchos cuentos de la colección son demasiado cincuenteros, en Treinta
días tiene septiembre de Robert F. Young (1957), ese rasgo me parece
que juega a su favor. La ciencia ficción trata menos del futuro que del
presente en el que se escribe. Young hace aquí una crítica nada velada de la
sociedad de su tiempo, y si ambienta su relato en un futuro robótico, es sólo
para poder llevar hasta sus últimas consecuencias las tendencias culturales que
ya podía advertir en sus días.
Un padre de
familia adquiere una anticuada maestra robot. Lo racionaliza pensando que
podría ser una asesora para la educación de su hijo y una ayuda en la casa para
su esposa. En realidad, lo que lo mueve es la nostalgia por un pasado perdido
en que los niños iban a escuelas reales.
La década de
los 50 fue en la que la televisión penetró en los hogares de la gente común y
comenzó a dejar sentir su poderoso impacto en la cultura contemporánea. Young
imagina un futuro en que ha llegado a dominar por completo las vidas de las
personas, a tal punto que hasta la educación se transmite por los tubos
catódicos. Educación, por supuesto, patrocinada por las compañías que se
anuncian en la programación. En esta sociedad, cegada por el consumismo y el
espectáculo, la pedagoga androide resulta más humana que muchos de los individuos
de carne y hueso.
La antología cierra con broche de oro; Inmortalidad
limitada de J.T. MacIntosh (1960) es una de aquellas obras que cumplen
tanto con las características de la buena ciencia ficción y de la buena
literatura. Con un toque de relato policiaco, nos cuenta una historia que a
cada momento se va tornando más y más sorpresiva. En verdad que no pude
adivinar hacia dónde iba.
En el futuro, los
miembros más sobresalientes (artistas, científicos, líderes) de la sociedad
pueden "renacer" en cuerpos más jóvenes si se considera que su
talento es beneficioso y necesario para la sociedad. Es una extraña forma de
eugenesia, y es opresiva por partida doble: esta inmortalidad limitada está
fuera del alcance de las mayorías, mientras que a los individuos más brillantes
se les niega la posibilidad de morir en paz.
Haciendo un balance de esta colección, puedo
decir que bien pudo haber prescindido de la mitad de las obras seleccionadas;
es más, sería una mejor antología sin muchas de ellas. De todos modos, no deja
de ser un librito que vale la pena, en especial para quien se está iniciando en
el maravilloso mundo de la ciencia ficción, o para quien quiere conocer más
acerca de su Edad Dorada.
Tampoco podemos
dejar de reconocer el valor de estas colecciones de Bruguera, que tanto
hicieron por impulsar el género en el mundo de habla hispana. Y todo comenzó
con este volumen que acabamos de recorrer. Pronto seguiremos explorando los
futuros que nos legó esta editorial.
Mandé a reencuadernar mi edición en pasta blanda porque estaba muy descuajeringada, pero pronto se volvió a descuajeringar :( |
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