Saludos, crononautas. Les doy la bienvenida a mi nave, con
la que continuaremos nuestro viaje por los mundos paleofuturistas que nos legó
la extinta Bruguera. Anteriormente recorrimos dos antologías publicadas por la
legendaria editorial española. Ahora vamos a calibrar nuestros condensadores de
flujo para explorar una pequeña colección de antologías de relatos.
Pero antes, una muy necesaria introducción: ¿qué es Bruguera?
Se trata de una de las instituciones más importantes para la difusión de la
literatura popular en lengua castellana. Fundada en 1910 como Gato Negro, en
1940 fue rebautizada con el apellido de su fundador, Juan Bruguera. La
editorial se especializó en revistas de historietas (o, como se las llama
allende los mares, tebeos). En efecto, Bruguera fue un pilar en la historia del
cómic español.
En la década de los 60 la editorial quiso empezar a explorar
nuevos rumbos con la publicación de libros de bolsillo. Ya fuera literatura
clásica o contemporánea, Bruguera publicaba lo que pudiera negociar por un buen
precio. La compañía tuvo tanto éxito que se expandió hasta tener casas en
México y Argentina, y en los 70 comenzó a lanzar bonitas reediciones de pasta
dura de algunos de sus títulos más exitosos. Éstos son los célebres “libros
rojos” que todavía hoy pueden hallarse en las ferias y librerías de viejo.
Como parte de esta iniciativa, Bruguera comenzó a publicar
también antologías de ciencia ficción. Empezando por estas dos (hagan click en
el título para leer mis reseñas):
Estos dos primeros volúmenes debieron ser un gran éxito,
pues poco después Bruguera lanzó muchos más. Así, publicó no menos de… reviso
mis notas… ¡¿Cuarenta!? Pues sí, 40 antologías, lo que hace de este proyecto uno
de los más importantes para la divulgación de la ciencia ficción en lengua
castellana. Además, cada una se reeditó por lo menos dos veces más en los
años que siguieron. Por desgracia, sólo las primeras cuatro recibieron
ediciones especiales en pasta dura.
Fue precisamente el descubrir la edición especial de Los
mejores relatos de anticipación, lo que me hizo iniciar este viaje. Como
amé ese volumen, y como de por sí me encanta la ciencia ficción viejita, pasé
los siguientes años buscando en donde pudiera otros títulos de la colección.
Hace ya algún tiempo que no encuentro alguno nuevo, y he llegado a la
conclusión de que he hallado todos los que podría conseguir.
Sólo he encontrado una de las antologías en pasta blanda, Los
mejores relatos de ciencia ficción. Y no la hallé en una librería, sino
entre las posesiones de un familiar ya fallecido. El volumen estaba en muy mal
estado, con las páginas desprendidas y el papel quebradizo; lo mandé a
reencuadernar, pero se deshojó casi enseguida. Si así estaban los otros libros,
imagino que no debía ser nada fácil que sobrevivieran al viaje, primero a
través del Atlántico, y luego a través de las décadas. Se explica por qué sólo
he podido encontrar las ediciones especiales.
Aquellas dos pioneras antologías reunían cada una a su vez
dos compendios publicados originalmente en inglés. En cambio, para los otros 40
volúmenes Bruguera compiló en cada entrega diversos textos aparecidos en The
Magazine of Fantasy & Science Fiction. La primera antología se tituló
simplemente Ciencia ficción, y a las subsiguientes se le añadiría el
número del volumen, pero a cada una de las ediciones especiales en pasta dura
se le otorgó un nuevo título.
Oh, eso nos obliga a hablar de The Magazine of Fantasy
& Science Fiction. Esta publicación, parte de Mercury Press,
arrancó en 1949, fundada por Anthony Boucher y J. Francis McComas. Pronto se
hizo de un gran prestigio por la selección de sus obras y su formato propio de
revista literaria (en contraste con el estilo pulp de las décadas anteriores).
Así, la publicación se convirtió en uno de los vehículos más importantes de la
Edad Dorada de la Ciencia Ficción, y en sus páginas aparecieron algunas de las
obras y autores más clásicos de la época. Bruguera escogió una de las mejores
fuentes posibles para sus propias antologías.
Eso sí, mientras las primeras dos antologías reunían
principalmente cuentos escritos entre finales de los 40 y principios de los 60,
esta nueva colección publicaría textos de finales de los 60 y principios de los
70. Es decir, pertenecen a un momento en que la Edad Dorada estaba dando
lugar a la Nueva Ola, en que la contracultura sesentera dejaría sentir su
influencia en la ciencia ficción.
Un nombre más debemos mencionar antes de iniciar nuestro
viaje: el de Carlo Frabetti. Matemático de profesión, este prolífico
escritor italiano radicado en España se ha destacado en el ámbito de la
divulgación científica, la literatura infantil y juvenil, la escritura para
televisión y cómics, así como la crítica y el análisis. Prologó tres de estos
volúmenes, y sus reflexiones sobre la naturaleza e importancia de la ciencia
ficción me parecen de lo más valioso de la serie. Incluiré algunos extractos,
porque dan mucho para pensar.
Pues bien, ahora que ya nos conocemos, encendamos los
motores, porque vamos a reseñar casi todos los relatos recogidos en estas
cuatro antologías. Comenzamos.
Esta colección carece de un prólogo y presentaciones. Mi
edición en pasta dura es el equivalente a la primera de las muchas antologías,
la que llevó el simple nombre de Ciencia Ficción. Compendia siete
cuentos, publicados originalmente entre 1966 y 1967, y dos de ellos nos
permiten apreciar muy bien el paso de la Edad Dorada a la Nueva Ola.
En La clave de Isaac Asimov (1966) nos da un
ejemplo típico de relato propio de la Edad Dorada, con rompecabezas lógicos y
soluciones a problemas sociales que, por más difíciles que sean, se encuentran
al alcance del ingenio humano. Sus protagonistas son, como es usual,
científicos, académicos y agentes del gobierno, que analizan un problema de
forma racional, casi impersonal y desapasionada.
En cambio, Problemas del genio creador de Thomas
Disch (1967) nos presenta una distopía en la que los males del mundo
moderno no hacen sino agravarse con el paso del tiempo. Su protagonista es un
joven frustrado por las pocas posibilidades que tiene para prosperar en un
mundo en el que sólo unos cuantos privilegiados pueden aspirar a un mejor
futuro. El cuento es muy bueno; buscando más sobre el autor me enteré que la
película de La pequeña tostadora valiente, un clásico de animación
ochentera que impactó mi infancia, está basada en un libro suyo.
Es curioso que los dos cuentos mencionados traten de
sobrepoblación y el espectro de la eugenesia. Es claro que ésa era una ansiedad
muy presente en la época, pues Los hombres sin alma de John
Brunner (1967) también lidia con este tema, y es una curiosa combinación de
ciencia ficción y fantasía, si es que podemos llamar tal a las creencias
religiosas que profesan millones de personas. En un mundo en el que la
reencarnación, tal como la enseña el hinduismo, es real, ¿qué pasa cuando la
población es tanta que no hay suficientes almas para los bebés que nacen?
El talismán cíclope de Shamus Frazer (1967)
bien podría haberse publicado en una antología de cuentos de terror gótico en
la Era Victoriana. Es entretenido, aunque poco original y apesta a colonialismo
y racismo por todas partes. Otro cuento que no me encantó fue Cuando los
pájaros mueran de Eduardo Goligorsky (1967); es un típico relato
postapocalíptico basado en el miedo a la guerra atómica.
Un húmedo paseo de D. Etchinson (1966) es otro
gran ejemplo de ciencia ficción de la Nueva Ola. Barrios sórdidos y personajes
sombríos son el escenario y el dramatis personae de una historia que
trata el don de la telepatía como una pesada carga de la que sólo hay una
escapatoria.
La inmensa mayoría de los cuentos que leí en esta racha
fueron publicados en los 60. Sin embargo, sólo Onda cerebral de S. y
J. Palmer (1967) hace un retrato directo de esos años. Hippies, protestas
estudiantiles, las ansiedades de la Guerra Fría y la sombra de Vietnam son parte
del escenario en el que se desarrolla esta historia. Hasta se menciona El
Señor de los Anillos de Tolkien, obra que gozó de una renovada popularidad
entre la juventud de aquella era. ¿Y de qué trata? Imaginen un planeta con
tecnología no demasiado avanzada, pero cuyos habitantes poseen grandes poderes
telepáticos. No viajan por el espacio, pero se comunican a grandes distancias
con otras civilizaciones y así intercambian conocimientos. Más enfocados a las
humanidades, se interesan sobre todo por la poesía y la filosofía de los
pueblos contactados. En la Tierra, logran contactar con un estudiante algo
apático, y se horrorizan con la violencia endémica de nuestra especie. El
cuento es a la vez gracioso y tiene un giro al final que les sorprenderá.
Publicado originalmente como Ciencia ficción. Segunda selección,
este volumen tiene un título engañoso. Del total de siete textos, por lo menos
dos de ellos, incluyendo el más largo, no son para nada de ciencia ficción. Uno
es un relato de realismo mágico. El otro, una novela breve de fantasía
medievalista. Entiendo por qué otros lectores que han reseñado este compendio
se han mostrado insatisfechos.
Los cinco relatos restantes sí son de ciencia ficción, pero,
aunque ninguno es malo, destacan muy poco. Si están esperando encontrar una
selección de lo más representativo o sobresaliente de la época, también se
decepcionarán. De hecho, tres de los autores son tan obscuros que no pude
encontrar información de ellos en ningún lado.
Todos los textos fueron publicados entre 1965 y 1967. En la
presentación, Carlo Frabetti defiende que la ciencia ficción nos aleja de la
realidad cotidiana, pero que no es simplemente literatura de evasión. Al
contrario, sirve como un distanciamiento que permite analizar mejor esa
realidad, como lo hacen la parábola y la alegoría.
“Otras
veces la SF recurre a la caricatura, y para poner de relieve las taras y
contradicciones de nuestro mundo, las lleva hasta sus últimas consecuencias,
proyectándolas en el futuro y mostrándonos las grotescas situaciones a las que
podemos llegar si persistimos en determinados errores. Del mismo modo que
algunos teoremas se demuestran por el método de ‘reducción al absurdo’, hay
relatos de SF que revelan la inconsistencia de ciertas hipótesis que damos por
válidas gratuitamente, sin más que mostrarnos sus posibles consecuencias
futuras.”
Entre los cuentos que sí destacan están El cebo de
Bob Leman (1966). Es uno de los primeros trabajos publicados de un escritor
que inició su carrera tardíamente, después de los 40. Es un relato con giros
argumentales apilándose unos sobre otros y se relaciona con dimensiones
paralelas. No les quiero revelar mucho, así que nomás les diré que acaba en un
lugar completamente distinto de donde inicia.
La parra de Kit Reed (1967) es el único
relato de la antología escrito por una mujer. Es un cuento con tintes de horror
cósmico, en el que una gigantesca viña tiene que ser atendida sin cesar, a lo
largo de las generaciones, por una misma familia. La monstruosa planta atrae a
los turistas y alimenta la economía local, pero le da muy poco a la familia que
se encarga de ella. Es, entre otras cosas, una alegoría de las fuerzas
económicas que chupan la vida de las personas y les dan muy poco a cambio.
El primer postulado de Gerald Jonas (1967) no
es muy bueno, y sólo lo destaco por razones personales: ocurre en la península
de Yucatán y a finales de la década de 2010. O sea, en mis tierras y en mis
tiempos (que para el autor serían el futuro). En un mundo en el que la muerte
ha sido abolida, un grupo internacional de científicos investiga el deceso de
dos ancianos mayas en una isla frente a las costas de Quintana Roo. Lo que me
impresionó del cuento fue lo bien documentado que está: los nombres, la geografía,
la toponimia, las vestimentas… Aunque la isla en la que ocurre es ficticia, se
nota que el autor hizo su tarea. Hasta el culto religioso, una síntesis de
catolicismo y antigua religión maya, se antoja creíble, teniendo antecedentes
como el culto a la Santa Cruz en tiempos de la Guerra de Castas.
El mejor relato de la colección es, irónicamente, el que
está más lejos de la ciencia ficción. La Mansión de las Rosas de
Thomas Burnett Swann es una excelente novelita de fantasía medievalista
para adultos. Ubicada en Inglaterra en tiempos de las Cruzadas, sigue las
aventuras de dos chicos y una chica (apenas unos adolescentes) que huyen de sus
hogares para ir a pelear a la Guerra Santa. En un mundo en que los monstruos
del bestiario medieval son reales, los chicos deberán enfrentar la constante
amenaza de las mandrágoras, plantas humanoides que a veces se roban niños
humanos y los reemplazan con sus propios retoños. La narración es bellísima,
especialmente a través de la inocencia de nuestros tres protagonistas, y es una
reflexión sobre la relación de los seres humanos de cualquier época con el
otro, el que es diferente. Al final me quedaron ganas de leer más del
autor. Por ahora, sin embargo, volvamos a la ciencia ficción.
Originalmente, ésta fue la Tercera selección, de
nuevo a cargo de Carlo Frabetti. Reúne cinco textos publicados entre 1966 y
1971. Esta vez son cuentos más largos, de entre 40 y 50 páginas cada uno. Tres
de ellos me gustaron mucho y los otros dos no carecen de interés como objetos
de análisis. En conjunto, es una pequeña colección que vale mucho la pena.
En su introducción, Frabetti hace una interesante
caracterización de la ciencia ficción y cómo se distingue de otros géneros
fantásticos:
En
contra de lo que muchos creen, lo que caracteriza a la SF es, más que una
temática (científica) o una ambientación (futurista), una estructura, un
método.
En
primer lugar, la SF conserva la lógica formal. El relato de SF se basa en unas
premisas imaginarias, pero una vez establecidas éstas se intenta desarrollar
sus consecuencias de una forma lógica y coherente. Por otra parte, las premisas
imaginarias no se establecen arbitrariamente, sino que se da (o al menos se insinúa) una explicación científicamente verosímil de los elementos fantásticos
utilizados en la narración.
La doncella de Orleans de Robert F. Young (1966)
es un emocionante relato que recrea la historia de Juana de Arco en un
escenario de space opera. Un planeta rebelde se resiste contra los
intentos de un tiránico imperio de sojuzgarlo; para inspirar a los rebeldes
aparece una joven misteriosa que, se dice, es capaz de hacer milagros y
comunicarse con los santos. Si les gusta la aventura y el romance con un
espíritu juvenil, este relato es para ustedes.
Y enseñar locamente de Lloyd Biggle Jr. (1966)
es uno de los que no me gustaron por su visión conservadora, incluso tecnófoba.
Sin embargo, se me hizo que planteaba una premisa muy relevante para nuestros
días en los que la educación a distancia se ha normalizado, en especial después
de la pandemia. Trata de una profesora de la “vieja escuela” que se enfrenta a
un nuevo mundo en la que las clases se dan a través de la televisión. El autor
exagera en su caricaturización de las tendencias contemporáneas; en una parte
hasta imagina que las profesoras practican un strip-tease para mantener
la atención de sus alumnos. Al final, la veterana maestra viene a demostrar que
los métodos de educación tradicionales son superiores en todo sentido. Treinta
días tenía septiembre, del ya mencionado Young, y compilado en otra antología,
trata de los mismos temas y es bastante mejorcito.
El planetoide inepto de Phyllis Gotlieb (1967)
es quizá el mejor cuento de la colección. En un planeta acuático habitado por
humanoides anfibios, una misión de la Federación Galáctica busca una cura
contra una enfermedad que está diezmando a la población. El cuento hace
planteamientos especulativos intrigantes, que van desde la biología de
múltiples seres extraterrestres hasta la genética de las poblaciones. Explora cómo
podrían interactuar seres inteligentes de fisionomías muy distintas, incluyendo
un gran reptil acuático con habilidades telepáticas, y una masa gelatinosa que
puede moldear la forma de su duro caparazón para adaptarse a su medio. Hay
drama, intriga y un misterio científico a descifrar, y en medio de todo, la
autora se enfoca en desarrollar la psicología de los personajes y sus interacciones.
Un mensaje de Caridad de William E. Lee (1967)
es otro cuentecito juvenil con un espíritu de aventura y romance. Caridad y
William están separados por una distancia de 250 años, pero una extraña
dolencia los hace conectarse telepáticamente a través de las edades. Es un
relato sencillo, pero encantador, en el que predominan el suspenso y las
emociones. Si hoy en día se publicara como novela juvenil, creo que sería un
éxito.
La extinción de Chad Oliver (1971) es el otro
que no me agradó porque es un clásico ejemplo de “es más fácil imaginar el fin
del mundo que el fin del capitalismo”. La vida moderna ha enfermado a la raza
humana; ya casi no nacen niños, y los que nacen mueren jóvenes. El hombre
moderno está condenado a extinguirse, y por eso algunos visionarios tomaron a
unos niños sanos y los liberaron en el campo para que crecieran y vivieran como
salvajes, y con el tiempo fueron formando sus propias poblaciones. Sucios,
violentos y caníbales, ellos serían el futuro de la humanidad. El autor, pues,
sólo concibe dos posibles futuros para los males de la decadente modernidad: la
extinción o el regreso a una barbarie terrible, pero vigorosa y viril.
Como podrán imaginar, ésta es la que originalmente se
publicó como la Cuarta selección, y por lo tanto es la última de esta
serie. Compendia relatos publicados entre 1965 y 1968. El siempre confiable
Carlo Frabetti nos dice en la introducción:
Se
ha dicho a menudo que la SF es el equivalente contemporáneo de los cuentos de
hadas y las leyendas, y algunos comentaristas opinan que el género responde,
básicamente, a un deseo de racionalizar los antiguos mitos, de hacerlos
compatibles con nuestra escéptica era tecnológica, dándoles una base más o
menos científica.
[…]
Pero
si bien es cierto que la SF recurre con frecuencia a viejos símbolos y mitos,
no hay que deducir por ella, como pretenden algunos, que se trata de una
neomitología. El mito (y sus derivados, los cuentos y las leyendas) es
básicamente conservador, pues refleja una concepción cíclica (“eterno retorno”)
de la existencia, que viene referida a un pasado primigenio en el que quedó
definitivamente establecido el orden de las cosas. La SF, por el contrario, es
básicamente progresiva, pues, al plantear innumerables alternativas, al
subrayar errores, taras y posibilidades, muestra la contingencia y la
arbitrariedad de ese orden establecido. Al estimular la imaginación y la
actitud especulativa, se convierte en una importante arma contra la rutina y el
conformismo.
Algo me dice que no estaría muy contento con Star Wars…
De lo que sí parece muy orgulloso es de esta colección, que abre con la novela
breve …Y llámame Conrad, de Roger Zelazny (1965). El autor es
famoso por reinterpretar en clave de ciencia ficción motivos de diferentes
mitologías, y en este relato hace lo propio por las leyendas griegas. De ahí la
introducción de Frabetti, pues lo que dice en el párrafo citado se aplica
perfectamente a este texto. Después averigüé que el autor la expandiría y
publicaría en forma de novela completa, bajo el título de Tú, el inmortal,
que le ganó un premio Hugo. Es, sin duda, el texto estelar de la colección.
La estructura narrativa me pareció de lo más interesante.
Tiene poca exposición, y muy bien distribuida a lo largo de todo el relato. El
lector se ve obligado a poner mucha atención a lo que dicen los personajes y el
narrador (el mismo protagonista) para entender cuál es la situación del mundo
ficticio en el que se desarrolla la trama. Poco a poco entenderemos que la
Tierra había sido devastada por guerras nucleares, las cuales habían vuelto la
mayor parte de la tierra firme inhabitable. Los pocos terrícolas que quedan
habitan en las islas y las costas, mientras que el mundo se ha poblado de monstruos
mutantes y tribus caníbales.
Afortunadamente para la Tierra, los extraterrestres la
encontraron y la pusieron bajo su protección. La mayoría de los humanos viven
como refugiados en otros planetas, y eso incluye al mismo gobierno. Los
originarios de Vega, por su parte, tratan a la Tierra como un destino
vacacional curioso, pues nunca antes se habían topado con una civilización que
se destruyera solita. Los veganos se adueñan de grandes extensiones en el
planeta y se comportan de forma altanera y despectiva con los terrícolas.
Suena cliché y hasta pueril, pero créanme cuando les digo
que no lo es. Esto que les acabo de describir en dos párrafos es algo que el
lector va entendiendo poco a poco, mientras se sumerge en la trama principal.
El protagonista es Conrad Nomikos, de la oficina de gobierno que se encarga de
la preservación histórica y artística de lo que queda de la Tierra. Es cínico,
sarcástico y no parece tomarse su trabajo con mucha seriedad ni tener
verdaderas opiniones políticas.
Al iniciar nuestro relato, a Conrad le han encargado una
misión: pasear a un joven literato vegano que llega de visita a la Tierra. El
muchacho es sumamente engreído y Conrad le toma antipatía desde el principio,
pero cuando se vuelve el objetivo de una conspiración homicida, nuestro héroe
asume la tarea de protegerlo a toda costa, por lo menos hasta descubrir el
misterio que le envuelve.
Esta no tan breve sinopsis incluye sólo lo necesario para
que se den una idea del escenario y el conflicto principal de la obra, pero les
aseguro que dejé fuera lo más interesante. Conforme avanza, nos vamos enterando
de más acerca del variopinto grupo de personajes que se unen a lo que inicia
como una fastidiosa expedición turística, y que pronto se atesta de peligros,
revelaciones sorprendentes, rescates de último minuto y discusiones
político-filosóficas. Es, a mi gusto, uno de los mejores textos de entre todos
los libros rojos que encontré.
Alucinogenia de Dean R. Koontz (1968)
es otro buen relato, y otro de los poquísimos que hacen alguna referencia a
la efervescente contracultura juvenil de la época en la que fue escrito. El
cuento predice que en la década siguiente las drogas psicodélicas se volverían
más y más poderosas, lo que daría como resultado una generación de niños
mutantes. Aunque algunos de ellos son discapacitados e inofensivos, algunos
otros desarrollan poderes psíquicos capaces de causar daños terribles o hasta
alterar la realidad, por lo que son cazados y eliminados por un Estado
totalitario. Este último había surgido y tomado el poder con el pretexto de
defender a la sociedad del comunismo y de “corrientes subversivas” al interior
del país. Esto se me hizo tan jodidamente actual…
Nuestros protagonistas son Frank y su esposa Laurie, quien
es secretamente una “hija de los psicodélicos”. La pobre sufre de ataques,
parecidos a la epilepsia, que ella no puede controlar y que producen daños
graves a su alrededor con fuertes ondas psicoquinéticas. Su amoroso marido la
cuida, esconde y procura llevarla al campo abierto para que sus episodios no
hagan daño y ellos no sean descubiertos.
Vaya, todo esto me recordó muchísimo a X-Men, (y
concretamente a lo que sucede con Charles Xavier en la película Logan de
2017). Los cómics de los Hombres-X ya se publicaban desde 1963, pero no
tendrían mucho éxito sino hasta la década siguiente, así que no creo que haya
habido inspiración directa. Más bien me parece claro que tanto las historietas
como este relato retoman inquietudes muy presentes en el clima cultural de los
sesenta: la lucha contra la discriminación, la desconfianza en el gobierno, la
explotación de temores sociales para hacer avanzar el autoritarismo… En fin,
que aquí Koentz dejó un buen reflejo de sus tiempos, con planteamientos
relevantes para los nuestros.
Casa propia de Ann MacLeod (1968) es un cuento
kafkiano y absurdista, en el que un hombre es comido progresivamente por su
nueva casa, ante la indiferencia de todos los que lo rodean. Supongo que es una
sátira social sobre la forma en la que nos desvivimos por cumplir con las
expectativas de éxito que el mundo moderno nos impone, pero para el caso he
leído mejores. MacLeod es la obligatoria única mujer en la antología, pero no
pude encontrar absolutamente nada sobre ella ni qué otras cosas habrá escrito.
El conflicto de Ilya Varshavsky (1967) es
tan olvidable que ya olvidé de qué iba… Ah, ya lo revisé otra vez. Una mujer se
siente desplazada por su robot niñera. Nada espectacular, pero llama la
atención por ser el único relato de un autor no anglosajón en los cuatro
volúmenes.
Usted lo recordará perfectamente de Phillip
K. Dick (1966) es, por supuestísimo, el cuento en el que se basa la clásica
película Total Recall de Paul Verhoeven con Arnold Schwarzenegger
(1990). El cuento va de un aburrido empleado de oficina que acaricia la idea de
visitar Marte; como tal viaje está fuera de sus posibilidades, se decide a
comprar recuerdos virtuales de haber tenido la experiencia, tal como los ofrece
la compañía Rekal. El asunto se torna problemático, cuando la diferencia entre
fantasías, recuerdos falsos y recuerdos auténticos comienza a difuminarse.
La película sigue solamente la primera mitad del cuento, de
un tono más bien satírico y ácido, y luego toma un camino completamente
distinto, convirtiéndose en un clásico del cine de acción ochentero (sí, para
ser precisos es de 1990, pero véanla, culturalmente es más ochentera que otra
cosa). Sin embargo, cuento y película retoman algunas de las inquietudes
centrales del autor: la angustia ante una realidad que se desdibuja en la
virtualidad, en un mundo en el que cada vez más aspectos de nuestra existencia
son comercializables.
Dick es hoy reconocido como uno de los grandes escritores de
ciencia ficción del siglo XX, una de las figuras centrales de la Nueva Ola, y
un autor clave en el nacimiento del Cyberpunk. Pero cuando esta
antología se publicó, su carrera estaba apenas despegando. Había ganado un Hugo
en 1962 por El hombre en el alto castillo, pero las consideradas sus
obras maestras, Ubik y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?,
todavía se encontraban en el futuro. Fue grato leerle en esa etapa, y su texto
constituye el segundo mayor atractivo del compendio. Éste y el de Zelazny hacen
que todo el volumen valga la pena.
En la década de los 80 diversos problemas comenzaron a
afectar a Bruguera, que finalmente fue adquirida por Grupo ZETA. Bajo esta
nueva matriz, Bruguera se transformó en el sello Ediciones B, que luego fue
vendida a la cada vez más poderosa Penguin Random House. La rama editorial de
Bruguera en México continuó publicando novelas de vaqueros por algún tiempo.
Así acaba la historia de una de las editoriales más influyentes
en el desarrollo de la ciencia ficción en nuestra lengua. Sin embargo, nosotros
no hemos terminado nuestro viaje. Hay todavía una antología por la que quiero
guiarles, y para ello tendremos que cruzar la Cortina de Hierro…
PD: Quiero agradecer al proyecto La Tercera Fundación, sitio pionero en la difusión de la sci-fi en el Internet de habla hispana, y donde encontré la mayoría de la información que aquí les compartí.
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