¿Y qué hay de México? Ésta es la cuestión que menos tenía ganas de abordar, porque me parece la más complicada. México es muy así quién sabe cómo,
y tiene su muy peculiar historia, desarrollo político y su propia marca de
surrealismo que hacía llorar a André Bretón.
La imaginación política en México está capturada actualmente
por el fanatismo y el odio hacia Andrés Manuel López Obrador, que se
extienden hacia su partido político Morena, la Cuarta Transformación en
general, y la ahora presidenta Claudia Sheinbaum. Decía Borges que cielo e
infierno le parecen exagerados, que los actos humanos no merecen tanto. Lo
mismo creo del odio y amor tan viscerales que tienen polarizado al país y que
van mucho más allá de lo que el político tabasqueño o su partido en el gobierno
han hecho o dejado de hacer. Alguna vez dije que Amlo era demasiado ordinario
como político, y me refería a que su visión para México no me parecía
particularmente revolucionaria. Luego entendí lo brillante que ha sido el tipo como
comunicador y organizador, de su innegable talento para canalizar las
pasiones de la gente, su instinto para manipular lo simbólico, y hasta de su
capacidad para transferir su popularidad a sus elegidos.
Tanto Morena como la oposición llevan años cultivando una
narrativa según la cual esto se trata de un enfrentamiento entre dos grupos
esencialmente distintos e irreconciliables, por lo general ideologías y/o
clases sociales. Desde Morena, esto se manifiesta como una dicotomía entre el
pueblo bueno y los fifís traidores a la patria. Desde la oposición, es entre
una turba ignorante de vagos, y la gente culta y civilizada que debería dirigir
al país. Estas visiones no se corresponden con la realidad: Morena es una
agrupación variopinta, que con una mano impulsa políticas en beneficio de la
clase trabajadora, mientras con la otra pacta con empresarios capitalistas y
jerarcas religiosos; que incluye entre sus filas a intelectuales y a palurdos,
a comunistas, conservadores y exprianistas impresentables. Lo que tenemos es una
competencia de estructuras partidocráticas, con sus respectivas alianzas de
poderes fácticos, siempre dentro de la maquinaria de la democracia burguesa.
Con todo, un discurso populachero en el que elogie las
bondades del pueblo y denuncie la perfidia de los fifís entusiasma a unos y
hace sentir atacados a los otros, incluso si en decisiones políticas concretas no
hace gran cosa por cambiar sus vidas. Por su parte, un discurso elitista
puede hacer que gente de clase media crea que sus intereses se alinean con los
de la alta burguesía y que su verdadero enemigo es el naco bueno para nada al
que gobierno va a mantener con el dinero arrebatado a la gente bien. Sin
embargo, no son igualmente efectivos; el discurso de la oposición, por su
propia naturaleza, siempre va a llegar a una minoría de la población, pues
directamente desdeña a las mayorías. Cuando la oposición lo impulsa, cae sin
darse cuenta en la trampa de Morena, prestándole crédito a su versión de
la narrativa: “¿Ya vieron? Los fifís nos odian y creen que somos inferiores a
ellos”.
Decía que los gobiernos de Amlo y de Sheinbaum (sobre todo
este último) sí han impulsado algunas reformas que benefician a la clase
trabajadora y a los grupos más vulnerables. Sus políticas han ayudado a
salir de la pobreza a unas
cinco millones de personas (y contando). Más y más estados reconocen el
derecho a la interrupción del embarazo, y la presidenta garantizó este
ejercicio a nivel federal en las clínicas del ISSSTE (para trabajadoras al
servicio del estado). Son pasitos de tortuga, pero comparado con lo que
hicieran los gobiernos del PRI y el PAN los últimos cuarenta años se siente
como una revolución.
Tales acciones siempre serán excesivas para quien comulga
con la derecha. En cambio, desde algunas izquierdas son, aunque positivas,
muy insuficientes. A esto se suman la indiferencia o de plano hostilidad
del régimen hacia movimientos como el magisterial, el de los defensores de la
tierra, el de las madres buscadoras, etcétera. Mientras escribo estas líneas me
entero de que Claudia Sheinbaum ha negociado la
construcción de una cervecera en mi Yucatán, estado en el que ya tenemos un
problema de deforestación descontrolada y sobreexplotación de los acuíferos.
Este guion nos lo sabemos: una empresa extranjera viene a saquear nuestros
recursos naturales y explotar a los trabajadores, y a eso le llaman
“desarrollo” y “generar empleos”. Es el mismo guion neoliberal de toda
la vida, pero maquillado con una retórica populachera.
De hecho, es por lo mismo que la 4T evita usar términos
ideológicos claros. No se asume socialista, o siquiera socialdemócrata (la
etiqueta de “humanismo mexicano” no significa nada, aunque los amlovers hayan
corrido a adoptarla apenas la escucharon). Se puede posicionar vagamente como
izquierdista y a favor del pueblo, y como opuesta al conservadurismo, a la
derecha y al neoliberalismo, pero de ahí no pasa. Y hasta esos términos los usa
a su conveniencia, acabando por significar “todo lo que se oponga a nosotros”. Esto
le permite tanto ganarse la lealtad de marxistas-leninistas como formar
alianzas con plutócratas. El juego retórico sirve para asegurar simpatías y
para descalificar oponentes, nada más.
a) Imaginarios anti-4T
Tanto quienes la odian visceralmente, como quienes aman fanáticamente
a la 4T se han construido un imaginario sobre lo que es; un imaginario
que tiene diferentes grados de correspondencia con la realidad. He distinguido
cuatro narrativas anti-4T, que no necesariamente se excluyen unas a otras: la
del peligro comunista, la de la amenaza a la democracia liberal, la del
narcogobierno y la de la opresión a las clases medias.
En otro lugar he hablado de las personas que creen
de verdad que Morena es comunista y que nos va convertir en Cubazuela, una
narrativa tan oligofrénica que no vale la pena volver a tratar. Otra, con
ciertas bases en la realidad, plantea a la 4T como una amenaza a la
democracia liberal. Ésta, claro, apela al liberalismo centrista con cierta
ilustración, representado por algunos sectores de la oposición prianista, parte
del empresariado, e intelectuales como Enrique Krauze y los colaboradores de Letras
Libres (como ejemplo, véase los ensayos de Pascal
Beltrán del Río y del expresidente
Ernesto Zedillo, publicados en sus páginas). Podemos sintetizarlo así: “Sí,
la democracia mexicana no era perfecta, pero lo que se necesitaba era
fortalecer sus instituciones liberales, no desmantelarlas, para que poco a poco
las cosas fueran mejorando”.
Ahora bien, comparto que son preocupantes el
desmantelamiento de los organismos autónomos y la erosión de la separación de
poderes, que tienen como resultado la concentración de poder en el ejecutivo.
Sin embargo, la retórica liberal centrista está destinada al fracaso. Trata a
esos principios, instituciones y reglas liberales como si fueran sagrados en sí
mismos, independientemente del bienestar o miseria en que se encuentre la
mayoría de la población. Con una mano al aire y la otra en sus collares de
perlas, gritan “¡¿Quiere alguien pensar en las instituciones de la democracia
liberal?!” a unas mayorías por las que esas instituciones han hecho muy poco.
De nuevo, lo único que tienen para proponer es regresar al statu quo
neoliberal, un proyecto que ya no entusiasma a nadie.
El segundo error es del liberalismo centrista es equiparar a
la 4T con otros gobiernos autoritarios, incluyendo los de extrema derecha. Para
ser justos, Amlo y Trump sí tienen algunos rasgos en común. Están muy
convencidos de su propia grandeza, promueven un culto a su persona, manejan un
discurso polarizante de “ellos vs nosotros”, achacan los errores y las
dificultades a complots de sus enemigos, se enemistan con la prensa, los
expertos y los intelectuales… Y sobre todo, ambos son líderes de los tiempos de
post-verdad: donde uno tiene “hechos alternativos” el otro tiene “otros datos”.
Ambos representan una reacción populista y autoritaria a los fracasos de la
democracia liberal.
Pero el populismo, nos
recuerda Enzo Traverso, no es una ideología, sino una estrategia, y puede
tener objetivos muy distintos. Trump gobierna por decreto y ordena la violación
de los derechos humanos de grupos enteros en pos de un proyecto
etnonacionalista e hipercapitalista. La 4T está impulsando derechos
laborales y reformas sociales progresistas, mientras mantiene muchos aspectos
del neoliberalismo al que dice haber derrotado, combinadas con una
militarización que haría mojar los calzones a cualquier pinochetista. Amlo
concluyó su sexenio y se retiró de la política, mientras que Trump sueña con
un tercer mandato. Sheinbaum es mucho menos demagógica y escandalosa, más
profesional y mesurada, de lo que fue su predecesor; ni hablar de compararla
con Trump. Ah, pero como ambos han violado las reglas de la democracia liberal
y la política respetable, los liberales centristas se rasgan las vestiduras y
los declaran iguales. Y nadie fuera de su burbuja de señoros rancios comprará
esa equivalencia.
Nomás por no dejar, marquemos una diferencia importante en
un rasgo que aparentemente tienen en común: la apelación al pasado como
parte del imaginario político. En el caso del postfascismo trumpista, se
trata del retorno a un pasado idílico en el que las cosas eran mejores. La 4T,
hasta en su mismo nombre, invoca las gestas de la Independencia, la Reforma y
la Revolución, también idealizándolas. ¿Esto no los hace iguales? ¡Para nada!
La 4T no promete el regreso a un pasado, ni la detención del progreso social.
Al contrario, se legitima como la continuación de una larga tradición
revolucionaria; en su narrativa, México es un país con una historia heroica que
va siempre hacia adelante, y a Morena le toca dirigirlo en nueva etapa de transformación.
Es una narrativa teleológica sensiblera y simplista, que continúa con el
nacionalismo postrevolucionario del PRI jurásico, pero que puede ser compatible
con una visión liberal, e incluso con una marxista, y de ninguna forma con el
postfascismo.
Por cierto, mientras el liberalismo centrista equipara a
Amlo con Trump, la extrema derecha mexicana desearía que nuestro país tuviera a
su propio Trump para salvarlo de la amenaza comunista que es Morena. Y luego
tenemos a fans de Amlo que también admiran a Trump, pero nomás porque
les excitan los líderes fuertes. Ya nada tiene sentido.
Por otro lado, está la narrativa del narcogobierno,
que surgió cuando la del “peligro comunista” demostró ser demasiado estúpida
como para ser considerada por mucho tiempo cualquiera con dos dedos de frente.
Y miren, no dudo que haya infiltrados del narco en el gobierno, ni que éste
tenga pactos con ciertos cárteles. Sólo no creo que sea peor que con cualquier
otro gobierno de cualquier otro partido en este país. Además, el índice de homicidios
en México sí ha estado disminuyendo, aunque sigue siendo inaceptable, y el
combate al narco se
ha intensificado notablemente con el gobierno de Sheinbaum.
Ello no es razón para dejar de denunciar alianzas impías;
tampoco hay que caer en los “pero el PRI robó más”. No obstante, los
detractores de la 4T imaginan el escenario como una catástrofe inaudita, algo
tan extraordinario que están dispuestos a aprobar, o hasta pedir, una
intervención estadounidense, algo que no habrían soñado con Calderón, bajo
cuyo mandato la crisis de derechos humanos era mucho, mucho peor. Si bien la
repugnancia que Trump les causa (o debería causarles), impide a los liberales
centristas subirse a ese tren, no es algo que descarten ciertos sectores de la
clase media y media-alta…
Hay quienes se creerían cualquier cosa negativa, por
más absurda que sea, que se le atribuya a la 4T, desde planes para instaurar
una dictadura personal, abolir la propiedad privada, expropiar las casas de la
gente o hasta disolver a las fuerzas armadas (eso decía una cadena de WhatsApp).
En el contexto de los
actuales disturbios de Los Ángeles, no han faltado los anti-4T que repitan
la tontería de que Claudia Sheinbaum los está alentando o hasta dirigiendo.
Ésta es sólo gente crédula repitiendo cosas tontas que gente
taimada y sin escrúpulos ha confeccionado, y debería ser fácil desestimarla.
Pero si algo nos han enseñado los últimos años es que los bulos más
ridículos pueden convertirse en la base de movimientos de odio con el
potencial de crecer y tomar el poder en naciones enteras. Desde el Pizzagate
hasta los cuentos sobre inmigrantes comiendo perros y gatos, el movimiento
postfascista encabezado por Donald Trump ha aprovechado hasta
las falsedades más estúpidas.
Me parece que esto se da, sobre todo, entre ciertos
clasemedieros que
están bastante desubicados. Están en contra de la 4T, pero muchas veces no
saben ni por qué; a veces es por la amenaza comunista, o por la destrucción de
la democracia, o por lo del narcogobierno, o alguna incoherente combinación de
las tres. Se sienten vulnerados por los gobiernos de Amlo y Sheinbaum, y juran
y perjuran que sus problemas y precariedades vienen de que la 4T está
arruinando su economía por ocurrencias populistas y por darle dinero “a
los que no se lo merecen”.
Lo gracioso es que nada de lo que han hecho los dos
presidentes morenistas ha afectado notablemente a las clases medias, por más
que griten “nos están ahogando”. Lo único que las ha perjudicado es la
crisis inflacionaria, que tiene más que ver con los efectos de la pandemia,
la guerra en Ucrania y el desarrollo del capitalismo tardío en general, que con
cualquier decisión de la 4T. Y hasta eso, su manejo de economía ha dejado a
México en una
posición relativamente estable en un mundo en crisis.
Sucede que la ofensa ha sido simbólica. Ha estado en
el discurso que desdeña a “los fifís” y a “los aspiracionales”, que halaga a
los pobres, que equipara la pobreza y la humildad a la virtud. Es decir, por
primera vez en sus vidas no se sienten representadas por las élites en el
poder; creen que los gobernantes trabajan para gentuza que debería estar
por debajo. Es decir, ofende sus sensibilidades pequeñoburguesas. Y que
quede claro; la ofensa simbólica va primero, la racionalización viene después.
Es hilarante, porque los hinchas de la 4T también alucinan
que de alguna manera los gobiernos morenistas han afectado a las clases
privilegiadas. A cualquier crítica responderán “lero, lero, te quejas porque te
quitaron tus privilegios”. ¿Cuáles? ¿A quién? Tanto clasemedieros como
fanáticos están hablando de una situación completamente imaginaria, que
unos deploran y otros celebran, como extraños compañeros de delirio.
El peligro latente está en que este segmento de la clase
media, convencido de estar en una situación desesperada, se vuelva hacia
el postfascismo, quizá no como conversos, sino como compañeros de viaje. De
ésos hubo mucho en la Europa de entreguerras; como dijera Bertolt Brecht: “no
hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”.
Claudia Sheinbaum encabeza el gobierno más popular
en la historia de México, y es hoy uno de los jefes de estado con mejores
índices de aprobación del mundo. A sus detractores les cuesta comprender el por
qué, adjudicando a los seguidores de Morena una estupidez congénita que los
hace caer bajo el engaño de un discurso demagógico. Esta incapacidad de
comprender la popularidad de Morena, y de diseñar estrategias para
contrarrestarla, hace de la oposición mexicana una cosa ridícula e
inefectiva.
De hecho, yo creo que esa oposición le sirve muy bien a
la 4T. Está desconectada de la realidad, es hipócrita y convenenciera, y
sus defectos son muy evidentes y sus pecados muy bien conocidos. Para
deslegitimar cualquier crítica al régimen, basta relacionarla a esa oposición
atolondrada.
b) Imaginarios pro-4T
Los resultados de las recientes elecciones para el poder
judicial muestran una participación muy baja. La oposición prianista llamó
a no votar en estas elecciones, pero dudo que eso haya tenido gran influencia.
Sheinbaum afirmó que más gente votó en esta elección que por los candidatos
presidenciales de la oposición en 2024; es necesario jugar un poco con los
números para decirlo así, pero lo que no se puede negar es que la oposición
sigue siendo abismalmente impopular. Creo que los números tan bajos se
explican más bien por una mezcla de falta de interés y/o de respaldo hacia la
reforma judicial en específico. Claudia sigue gozando de mucha aprobación, pero
eso no significa que cada cosa que haga o impulse la 4T será recibida con
vítores.
Pienso que el asunto evidencia que la mayoría de los
mexicanos no son incondicionales de Morena. Las personas saben bien qué
cosas aprueban y cuáles no. Quienes aplaudirán como focas a cualquier cosa que
haya la 4T son una minoría. También lo son, obviamente, quienes se rasguen las
vestiduras por todo. En medio hay muchas gradaciones de personas que están de
acuerdo con algunas cosas pero que desaprueban otras. Una persona puede ver
bien en lo general a una administración, pero estar en contra, incluso de forma
vehemente, de una o varias políticas en particular. Se puede pensar que Morena
es la menos mala de las opciones disponibles, pero que, si queremos que
trabaje en efecto por el bienestar de los mexicanos, serán necesarias la
crítica, la protesta, la presión y la negociación constantes.
Luego hay un conjunto de simpatizantes que pueden no estar
de acuerdo con ciertas acciones, alianzas y políticas de Morena, pero que creen
que la 4T es la única esperanza para realizar un proyecto de izquierdas.
Por ello, argumentan que las críticas y protestas sólo debilitarían al
gobierno, y arriesgan el regreso de la derecha al poder. Siguiendo esa lógica,
lo mejor es no darle armas al enemigo. Por lo general aseguran que las alianzas
del partido con otras fuerzas políticas son desagradables pero estratégicas,
necesarias para que la 4T tenga el poder suficiente para hacer las reformas que
vendrán en beneficio del país. Vaya, quisiera compartir ese optimismo, pero me
preocupa demasiado el costo que se está pagando para mantener esas alianzas, y
la posibilidad de que al final triunfen los intereses de esos aliados
incómodos.
No podemos dejar de lado movimientos y agrupaciones que
tienen objetivos concretos, y que se han enfrentado a la 4T porque ésta no
ha resuelto sus exigencias o de plano les ha sido hostil: el movimiento
magisterial, los defensores de la tierra, las comunidades zapatistas, las
colectivas feministas, etcétera. Están también diferentes grupos izquierdistas
que acusan a la 4T de trabajar para el gran capital, lo mismo que todos
los partidos de la democracia burguesa, de los cuales no se distingue en lo
importante.
No olvidemos a gente común y corriente, que no
participa en las discusiones ideológicas abstractas, que conoce de primera mano
a gobiernos locales y estatales de Morena, y que saben muy bien que los viejos
caciques, porros y mafiosos, simplemente se cambiaron las camisetas a unas de
color guinda. Son personas conscientes de que la política se trata más de
tejemanejes, chanchullos y grilla que de ideologías. De nuevo, pueden aprobar
la gestión de Claudia Sheinbaum, pero no hay forma de convencerles que el
bautismo morenista purificó a los mañosos y corruptos de toda la vida.
Por último, tenemos a los verdaderos fanáticos de Morena,
para quienes la lealtad sólo puede ser absoluta e incondicional; cualquier
desviación es una perfidia que pone en peligro la transformación. De ahí la
acusación de “golpistas” a manifestantes y críticos. En realidad, ni la crítica
ni la protesta, por más erróneas, falaces o malintencionadas que puedan ser, equivalen
a un golpe de estado ni un intento de derrocar al gobierno… Excepto en las
mentes de quienes sólo conciben dos posibilidades: la lealtad absoluta o la
traición.
Éstos insisten que la 4T está en una posición de heroica
rebeldía, con todo y que tiene la presidencia, un montón de gubernaturas,
mayoría en el legislativo, y ahora en el judicial. Sin importar cuánta gente
rica y poderosa esté ahora asociada con el régimen, insistirán que es un
movimiento del pueblo contra las élites y la oligarquía. De ahí la invocación
al “pueblo” que, se figuran, ha dado todo su apoyo primero a Amlo y luego a
Claudia, pues movido por su sabiduría y bondad, reconoce en ellos al rayito de
esperanza. Con la aprobación del pueblo, ¿qué importa lo que digan los demás?
Sucede que el morenismo fanático tiene una sola Gran
Verdad Central: la grandeza de Amlo (y, por extensión, a Morena, la 4T,
Sheinbaum, etc.). Todo lo que hace es correcto; todo lo que dice es cierto. Toda
afirmación se juzga frente a esta verdad; cualquier cosa que la contradiga debe
ser falsa, maliciosa o desdeñable. (Los Anti-Amlo tienen su propia Gran Verdad
Central: que el tipo es un peligro existencial para México, etc.). Y en eso se
parecen mucho a los seguidores de Trump y otros postfascistas, que aseguran que
su führer está en una cruzada contra las élites y su “estado profundo”.
Creo que el ejemplo más repugnante de ello es la actitud de
muchos morenistas ante los hallazgos de evidencias de asesinatos masivos
en el Rancho
Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco. Estos descubrimientos atroces de las
madres buscadoras fueron recibidos con sorna y descrédito por los fieles a la
4T. “Jajaja, hacen escándalo por algunos zapatos abandonados”, fue un tipo de
comentario que se repitió por las redes. No faltó el comentario del tipo “pues
los muertos en algo andaban” que bien podría haber dicho un apólogo de Peña
Nieto en
tiempos de Ayotzinapa. Y sí, era bastante obvio que el PRI, el PAN y los
medios hostiles al gobierno estaban capitalizando la tragedia para atacarlo.
Esto a su vez fue aprovechado por los fieles para desestimar todo el asunto
como una exageración, o incluso un montaje, armado por la oposición. De pronto
las madres buscadoras eran aliadas del Prian, o por lo menos, estaban siendo
manipuladas por éste. Les digo, la continua existencia de esa oposición papanatas
favorece al régimen.
Los incondicionales de Morena pueden asumirse de izquierdas,
marxistas, incluso ser neoestalinistas. Pero son, sobre todas las cosas, lopezobradoristas.
Cuando las acciones de la 4T chocan con los ideales que supuestamente profesan,
la lealtad hacia Amlo y su legado se impone; ya luego se encargarán de
racionalizarlo. Insisto, muchos izquierdistas son menos leales a un conjunto de
ideales políticos que vulnerables al encanto de líderes fuertes.
Lo que nos lleva a otra de las características más
criticadas y criticables de la 4T: la concentración de poder en el
ejecutivo y las fuerzas armadas. Para los fieles no hay problema alguno; sólo
hay que quitar todos los obstáculos que impiden a la presidencia hacer lo que
es necesario para el bien del país. ¿Para qué quieres instituciones autónomas
si estaban controladas por el Prian? ¿Por qué te preocupa darle poder al
ejército, si es el pueblo bueno en uniforme? Es la vieja creencia de que el problema
del poder se resuelve si quien lo ejerce es la persona adecuada; por principio
las personas adecuadas YA están ahí, así que sólo hace falta retirar todas las
trabas. ¿Acaso no quieres que los Buenos hagan el Bien? ¡Debes tenerle miedo a
ese Bien! ¡Debes estar con los malos!
Sobra decir que razonamientos tan bastos pueden usarse para justificar
a cualquier monarca o dictador. El problema es, incluso si for
argument’s sake aceptáramos que este gobierno es el Bueno, ¿qué pasará con
todo ese poder concentrado cuando quien lo blanda ya no sea “de los buenos”?
¿Qué sucederá cuando los intereses de las fuerzas armadas choquen con un
proyecto izquierdista? ¿Creerán acaso que ningún otro partido fuera de Morena
llegará a la presidencia, y que todos los presidentes morenistas serán buenos
por ser morenistas?
Pensemos en Lázaro Cárdenas, una de las figuras
históricas a las que Amlo le gusta invocar. Cárdenas fue probablemente el
presidente más de izquierda que hemos tenido (y, en mi opinión, el mejor). Fue
también uno de los que más contribuyó a consolidar el régimen
presidencialista y la dictadura de partido que duraría otros 60 años. Bien
sabemos cómo evolucionó el PRI, cada vez más lejos del ideal cardenista, y que
costó décadas de lucha social, organización política, presión internacional y mucha
violencia para ir desmantelando. ¿Qué les hace pensar que Morena no podría
pasar por un proceso similar? ¿Acaso han descubierto la fórmula para asegurarse
de que sólo los individuos más probos y virtuosos lleguen a puestos de poder? El
punto de la democracia, el pluralismo, los contrapesos y los límites a la
arbitrariedad no es garantizar que los gobernantes siempre tomen las mejores
decisiones, sino que evitar que lleven a cabo las más atroces.
Como sucede con todas las izquierdas autoritarias, el fandom
de la 4T tiene una relación complicada con el progresismo social. Hay
quienes consideran los derechos de las mujeres, las personas racializadas y el
colectivo lgbtq+ como algo muy importante, pero que sólo dentro de la 4T se
pueden realizar. Las agrupaciones que antagonizan con el régimen, por tanto, no
son legítimas. Luego tenemos el ala que considera inválidos esos objetivos
emancipatorios. El feminismo, el antirracismo, el activismo lgbtq+ son
tonterías descalificadas con términos como “progre”, “liberales”, “wokes”, “posmo”;
etiquetas que denotan que ésas son falsas causas de falsas izquierdas.
La única lucha es contra el capitalismo, y todas las demás son distracciones
creadas por el establishment. En fin, como vimos en
el capítulo anterior, son conservadores que se visten de rojo (o de
guinda).
Para acabar pronto, el imaginario político en nuestro país
está capturado por actitudes tribales a favor o en contra de Amlo. En cuanto a
la praxis, los opositores del régimen no tienen ni idea de qué hacer, mientras
sus fieles exigen que se limite a la acción dentro de los márgenes del proyecto
cuatroteísta. Sólo los grupos activistas de raíces populares están haciendo
algo diferente. Necesitamos colectivamente salir de estas dicotomías y empezar
a ver nuestra realidad y posibilidades políticas más allá de odios y devociones
por un caudillo y su partido.
Con esto terminaríamos nuestro escueto mapeo de imaginarios
políticos contemporáneos. En la conclusión abordaremos una pregunta que me han
hecho respecto a esta serie: ¿y qué hacemos? Espóiler: no sé.
CONCLUIRÁ EN LA PRÓXIMA ENTREGA
1 comentario:
le das mucho credito al vejete apestoso cabeza de pañal, sus fans no son precisamente los mas brillantes, cualquier pendejo los manipula. En lo demas,estoy de acuerdo
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