Cada octubre me pongo a ver las pelis de terror que han aparecido durante
el año anterior, y a subir las respectivas reseñas en mis redes. Entre
que busco recomendaciones en aquellos sitios de Internet que prometen listas de
“las mejores pelis de miedo de los últimos años”, y entre que decido si archivo
las reseñas en una de mis carpetas o en la otra, me reencuentro un viejo
dilema: ¿qué es lo que hace que una peli sea de terror?
Al ver que algunos títulos que no considero “de terror” aparecían con
frecuencia en estas listas, regresé a plantearme esa misma duda y a poner a
prueba las respuestas tentativas que me daba desde que era un pequeño obsesivo
con una compulsión por clasificarlo todo.
No me quiero clavar con la diferencia entre “horror” y “terror”, que
hay gente que le quiere dar muchas vueltas al asunto y se dicen cosas como que
“uno es como el erotismo y el otro es como la pornografía”, pero ya ni me
acuerdo de cuál era cuál, si bien como emociones humanas podemos percibir que
no es lo mismo sentirse horrorizado que sentirse aterrado. Por pura comodidad y
sin razones teóricas de por medio, en este burdo ensayo denominaré
"terror" al género (ej. "pelis de terror") y
"horror" a la reacción emocional.
Al fin y al cabo, estamos en una discusión bizantina porque en la
realidad, aunque clasificar las cosas puede ser útil para entender el mundo y
no hacernos tantas bolas, lo cierto es que siempre habrá casos indefinibles,
más todavía tratándose de algo tan ambiguo como los géneros cinematográficos.
Que son dos, realmente: ficción y documental, y que son los de ficción los que
se subdividen en todos esos que conocemos, más para cuestiones mercadológicas
que para análisis teórico. Y eso que hay algo llamado teoría de los géneros (genre
theory; no confundir con teoría de género, o gender theory, que es lo que asusta a los derechairos), pero voto a tal que no me ha servido
de gran cosa revisar la literatura al respecto.
¿Cuál dirían ustedes que es el elemento fundamental de una película de
terror? Quizá podríamos pensar en la emoción que se supone debe producir. Ya
desde tiempos del teatro griego se había delimitado que la diferencia fundamental
entre los dos géneros, la tragedia y la comedia, radica principalmente en que
una busca conmover mientras que la otra pretende hacer reír. Podríamos extender
esa diferenciación clásica aristotélica hacia los géneros contemporáneos en el
cine. Así, la aventura pretende estimular nuestro, eh, "espíritu de
aventura" (a falta de un mejor nombre, y perdonen por la rebuznancia), la
acción algo así como nuestro "espíritu de lucha" (mismo caso) y el
cine de terror busca producir miedo.
Aristóteles hablaba de la catarsis, la experiencia del público al
contemplar las desgracias que sufren los personajes de una tragedia. El público
podía así experimentar la tristeza y otras emociones fuertes, pero seguros de
no ser ellos los que corren dichos peligros. De la misma manera, puede reírse
de lo ridículo representado en las comedias, sin ser ellos los que se sometan
al ridículo. Extrapolando al buen Aris podríamos suponer que el cine de terror
nos permite experimentar miedo, una emoción primaria y evolutivamente muy útil,
sin correr riesgos innecesarios. Ahora bien, ¿cómo logra el cine de terror
causarnos miedo?
LA RAÍZ DEL MIEDO
Súbanse conmigo al tren del mame de inventar conceptos, por qué diablos
no, que al fin hoy en día cualquiera puede volverse teórico de lo que sea. Así,
he decidido clasificar tres tipos de reacciones emocionales (sobresalto,
suspenso y horror) que se generan mediante la combinación de tres tipos de
elementos narrativos (audiovisuales, actanciales y argumentales).
Los elementos auditivos y visuales en las películas de terror son de lo
más básico y consisten en señalizadores de peligro, imágenes y sonidos
que percibimos como amenazantes y activan de inmediato nuestros primitivos
sensores de alerta: gritos, aullidos, rugidos, música siniestra o silencio
absoluto (auditivos); sangre, cráneos, cadáveres, objetos afilados, oscuridad y
penumbras (visuales), etcétera. Estos elementos pueden formar parte del
escenario y así contribuir a la creación de la atmósfera deseada, o conformar
el aspecto del monstruo (y los visuales están en el póster de la peli para que
el público sepa de qué va).
Con elementos actanciales me refiero a la agencia o personaje que
realiza una función dentro de una narración, en el sentido usado por el teórico
Algirdas Greimas (ni viene al caso invocar a Greimas, pero suena mamalón). En
este caso, el actante por excelencia en el género de horror es el monstruo,
un ser al cual percibimos como una amenaza que podría matarnos o hacernos daño;
puede ser una entidad sobrenatural, un engendro de la ciencia o simplemente un
asesino psicópata o un animal salvaje. Lo importante es que el monstruo tiene
una relación con los demás personajes como la que tiene un depredador con sus
presas, lo que dispara nuestros impulsos primitivos de alarma.
Visualmente se construye con señalizadores de peligro: colmillos,
garras, ojos grandes y amenazantes (o ausencia de ojos), rostros deformes o
casi humanos (o el uso de una máscara o maquillaje), etc. Si estos seres además
violan el orden natural del mundo que conocemos, son entes que no deberían
existir o tienen poderes que hacen casi imposible defenderse de ellos, el miedo
que producen puede ser mayor.
Por último, tenemos elementos argumentales, es decir, lo que sucede en
la historia. En nuestras pelis se trata de situaciones de pesadilla:
tortura, mutilación, canibalismo, encierro, muerte propia o de seres queridos,
estar rodeados de enemigos que se camuflan como personas ordinarias, encontrarnos
bajo el poder de alguien o algo de lo que no podemos protegernos, ser incapaces
de confiar en la propia razón y los sentidos, etc. El imaginarnos a nosotros
mismos en esas situaciones nos asusta.
Ahora veamos las reacciones emocionales que este tipo de películas pretenden generar mediante la combinación de esos elementos y que son a lo que indistintamente nos referimos cuando decimos que “sí da miedo”. Una sería el sobresalto, que es la más fácil y barata. Consiste en atrapar desprevenido al espectador con algo sorpresivo. Un monstruo que salta de pronto frente a la pantalla o un estruendo súbito en medio del silencio… Lo importante es ese contraste entre la quietud y lo inesperado, que es lo que nos espanta.
Claro que el cine ha evolucionado y desarrollado los “falsos
sobresaltos”, momentos en los que la cinta nos presenta señales que –como hemos
aprendido con los años- anuncian la llegada de un sobresalto y con ello nos
ponen alerta sólo para engañarnos después. Desde luego, también hemos aprendido
que después de un falso sobresalto por lo general viene un sobresalto verdadero
cuando bajamos la guardia.
Otra emoción, más compleja y difícil de lograr, es el suspenso,
una forma de tensión o ansiedad que como espectadores experimentamos cuando
sabemos o sospechamos que los personajes están en peligro, pero no estamos seguros
de lo que va a pasar. Es lo que nos tiene “a la orilla del asiento”. Claro,
para que esto funcione, tenemos que interesarnos en los personajes y en lo que
les suceda, y pensar que de verdad pueden estar en peligro. En cuanto a que
tememos por los personajes, el suspenso es una forma de miedo. Ignorancia sobre
la naturaleza de la amenaza o ambigüedad sobre su presencia pueden acentuar el
estrés, que en último grado puede convertirse en desesperación o paranoia.
Por último, tenemos el horror mismo ante lo que se presenta en
pantalla. Nos horroriza lo que vemos; la simple idea de vivir algo así, de
enfrentarnos a monstruos o dementes como aquellos, de encontrarnos en
escenarios similares, nos parece horrible. Para que funcione, el horror debe
presentarse en una situación verosímil (que no es lo mismo que realista, ojo),
de forma que nos permita por un momento suspender nuestra incredulidad y
sumergirnos en las ilusiones que la ficción plantea. En un grado máximo, que
pocas películas logran, esa sensación permanece después de los créditos
finales: a nivel irracional y primitivo tememos que cosas como las que acabamos
de presenciar nos sucedan de pronto.
En el cine de terror, las otras dos emociones tienen que estar
relacionadas con el horror. Es decir, el suspenso que se siente cuando nuestro
héroe está, digamos, tratando de desactivar una bomba, pertenece al género de
acción. En cambio, el suspenso que sentimos cuando un personaje entra en una
casa oscura en la que sospechamos que hay algo horroroso, identifica al género
de terror. Aquello que nos sobresalta debe ser igualmente horroroso. Puede ser
un gato o algo así en algún momento de falso sobresalto, pero después tiene que
ser aquello que protagoniza nuestra historia de terror.
PERO, ¿SE TRATA DEL MIEDO?
A veces también los elementos de una peli de terror pueden generar repugnancia, que es una emoción diferente al miedo (nos lo enseñó Intensamente, que cuenta como paper científico, ¿no?), pero que funciona como una forma de reforzar la inquietud e incomodidad de los espectadores. El empleo de escenarios inmundos, por ejemplo, o de imaginería gore, o la fealdad de algunos monstruos, apela tanto a nuestro sentido del horror como al de la repugnancia.
A estas alturas habrán notado que hay varios problemas con toda la
chaqueta mental teórica anterior: podrá servirnos para entender cómo una
película de terror nos produce miedo, pero no nos sirve para definir ni
clasificar cuáles son pelis de terror y cuáles no.
Todos los elementos que mencionamos y todas las reacciones emocionales
que describimos podrían bien estar en películas de otros géneros. Una cinta de
aventuras por lo general tiene momentos de mucho suspenso en los que los
personajes están en peligro y no sabemos qué será de ellos. Una película de
guerra, crimen o atrocidades históricas puede presentarnos situaciones de
pesadilla. Las historias de fantasía heroica a menudo incluyen monstruos
horribles y las de acción pueden mostrar tanta sangre y desmembramiento como las
de terror. Vaya, si nos fijamos bien, la trilogía de El Señor de los Anillos
tiene todos esos elementos y causa todas esas reacciones emocionales en
diferentes momentos, y a nadie se le ha ocurrido clasificarla como “de terror”.
Entonces, ¿de qué se trata? ¿Cómo podemos definir el cine de terror y
diferenciarlo de géneros hermanos como el thriller? Quizá una comparación de
los elementos típicos de unos y otros nos ayude a despejar las dudas. Pero por
ahora ya me extendí mucho; dejemos eso para la próxima entrada. ¡Nos vemos!
2 comentarios:
Frankenstein, novela de Mary Selley (1818), da origen al género de terror. Y Le manoir du diable (1896) fue la primera película de terror. :)
Usté sí sabe :)
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