Ahora puedes descargar este libro de la Pequeña Biblioteca Antifascista
Jason Stanley es profesor de filosofía de la Universidad de
Yale e hijo de refugiados de guerra. Su abuela y su padre huyeron de la
Alemania nazi en 1939, y él creció escuchando historias de supervivencia, pero
también de heroísmo, en la lucha contra el fascismo original. Experto en el
análisis de la propaganda, ha observado con horror el ascenso de un nuevo tipo
de ultraderecha que ha crecido alrededor del mundo desde mediados de la década
del 2010. De Rusia hasta los Estados Unidos, de Turquía hasta Brasil, de
Hungría hasta la India, Stanley ha detectado el avance de una nueva ola de lo
que él llama fascismo.
“He
escogido la etiqueta fascismo para el ultranacionalismo de alguna
variedad (étnico, religioso, cultural), con la nación representada en la persona
de un líder autoritario que habla por ella.”
Más que enredarse en discusiones bizantinas sobre la
definición de fascismo, lo que hace Stanley en este libro es desmenuzar las
diferentes posturas que conforman estos movimientos reaccionarios y
analizar las estrategias por las que se empoderan. Stanley expone las
ideologías de odio y sus métodos para propagarse, y hace aterradores
paralelismos entre lo que estamos atestiguando en nuestros tiempos y las
anteriores oleadas de violencia reaccionaria que ha vivido la humanidad.
“La
política fascista no necesariamente conduce a un estado explícitamente
fascista, pero es peligrosa de todos modos.”
El libro está escrito de forma muy sencilla y concisa;
su estilo es claro y didáctico (aunque a veces resulta redundante). Aunque
tiene montones de referencias bibliográficas y constantemente referencia las
obras clásicas sobre el tema (algunas de la cuales hemos reseñado en este
blog), lo hace sin pedantería ni alarde de erudición. Está dirigido a un
público amplio, pues el propósito del autor es que nos demos cuenta del peligro
que estamos dejando crecer bajo nuestras narices. Quiere decirnos que todo esto
ya ha pasado antes y que sus resultados siempre han sido funestos.
“Los
peligros de la política fascista vienen de la forma particular en la que
deshumaniza a segmentos de la población. Al excluir a estos grupos, limita la
capacidad de empatía por parte de otros ciudadanos, lo que lleva a la
justificación de tratos inhumanos, desde la represión de la libertad a
encarcelamiento masivo, expulsión o, en casos extremos, exterminio.”
La perspectiva de Stanley es más bien moderada y
progresista; no se crea que es una especie de marxista radical, ni nada por
el estilo. Él se asume liberal y su libro está dirigido a personas de todo el
espectro ideológico, siempre que no estén por completo seducidas por el
discurso del fascismo. Incluso tiene en cuenta a posibles lectores que podrían
haber empezado a coquetear con la retórica reaccionaria sin darse cuenta, para
que puedan escapar de ese embrujo mientras hay tiempo.
Su objetivo, según nos explica, es proporcionar
a la ciudadanía las herramientas críticas para diferenciar entre las
tácticas y posturas legítimas en una democracia y los métodos insidiosos del
fascismo. Muchas personas, lamenta, no están familiarizadas con la
estructura ideológica del fascismo y no ven cómo se va introduciendo poco a
poco en la vida cotidiana.
“Los
políticos fascistas justifican sus ideas al romper el sentido común de la
historia, creando un pasado mítico para sostener su visión del presente.
Reescriben el sentido de la realidad de una población al torcer el lenguaje a
través de la propaganda, y promueven el antiintelectualismo,
atacando a las universidades y los sistemas educativos que podrían ser un
obstáculo a sus ideas. Con el tiempo, con estas técnicas, la política fascista
crea un estado de irrealidad, en que las teorías conspirativas y las
noticias falsas reemplazan el debate razonado.
Mientras
el entendimiento compartido de la realidad se desmorona, la política fascista
abre espacio para que creencias falsas y peligrosas echen raíz. Primero, busca
naturalizar las diferencias entre grupos, dando así la apariencia de que existe
una base natural y científica para las jerarquías que establecen que
algunos humanos valen más que otros. Cuando los estratos sociales y las
divisiones se solidifican, el miedo toma el lugar del entendimiento entre los
grupos. Cualquier progreso de una minoría dispara sentimientos de victimismo
entre la población dominante. La política de la ley y el orden tiene
entonces atractivo masivo, presentando un “nosotros” de ciudadanos honestos
frente a un “ellos” de criminales sin ley que significan una amenaza
existencial a la virilidad de la nación.”
Los conceptos resaltados en el anterior párrafo (en negritas
en el original) son los que componen el corazón de la política fascista. El
autor procede a analizarlos, dedicando un capítulo a cada uno, y señalando cómo
se expresaron en los movimientos fascistas del pasado y cómo podemos ver lo
mismo en el presente.
El pasado mítico: La política fascista siempre invoca un
pasado glorioso en el que todo era mejor. En aquella época, que puede ser de
hace un par de décadas, o hace un siglo, o incluso la Edad Media o la
Antigüedad clásica, los hombres eran viriles, las mujeres eran sumisas, los
niños eran obedientes, no había crimen, “nosotros” éramos más libres y felices,
mientras “ellos” conocían su lugar, no contaminaban “nuestro” mundo con su
presencia y sus exigencias.
“En
todos los pasados míticos, una versión extrema de la familia patriarcal reina
suprema, incluso hace unas pocas generaciones. Mientras más retrocedemos en el
tiempo, el pasado mítico era una época de gloria para la nación, con guerras de
conquista lideradas por patrióticos generales, con ejércitos conformados por
puros compatriotas, guerreros leales y capaces, cuyas esposas permanecían en
casa criando a la siguiente generación. En el presente, estos mitos se
convierten en la base de la identidad nacional bajo la política fascista.”
Según esta retórica, los problemas del presente se deben a la
pérdida del orden de antaño, el cual debe recuperarse a toda costa, por la
violencia si es necesario. Hay que volver a subordinar a las mujeres, obligar a
los desviados sexuales a meterse al clóset y excluir a los extranjeros y
minorías raciales. Entonces la antigua edad dorada podrá volver.
Claro que nunca existió tal paraíso. Los tiempos pasados
podrían haber ofrecido mayores privilegios para algunas personas, pero para las
mayorías regresar a ellos significaría una pesadilla. En todo caso el pasado ni
siquiera fue tan patriarcal ni viril como les gusta pensar. Para sostener la
narrativa, es necesario suprimir algunos hechos y embellecer otros. La
propia nación siempre aparecerá fuerte y virtuosa, y cualquier crítica o
señalamiento a sus pecados es descartado como “propaganda” por parte de los progres
para hacer quedar mal a la patria. La realidad no importa: el pasado mítico
sirve para canalizar el sentimiento de la nostalgia y el miedo a la
“decadencia” hacia un apoyo para el proyecto fascista.
La propaganda: Stanley, experto en el tema, explica que
la propaganda política utiliza una retórica que apela a “ideales virtuosos”
para manipular a las personas y hacerlas apoyar objetivos que en realidad son aborrecibles.
Por ejemplo, los fascistas tienden a ser muy corruptos en
cuanto tienen el poder político, pero eso no les impide hacer campaña en la
lucha contra la corrupción y con promesas como “limpiar el pantano”. Sucede que, en realidad, cuando los fascistas
denuncian la “corrupción” no se refieren tanto a actos particulares cometidos
por políticos, sino a la erosión del orden tradicional por una modernidad
decadente, que debe ser derrotada para restaurar las jerarquías de antaño. Desde
la perspectiva fascista, las instituciones de la democracia liberal son
inherentemente corruptas y por eso su poder debe ser socavado; el líder supremo
representa directamente a la voluntad del pueblo, y por eso no necesita de
otras instituciones que se entrometan y estorben.
Esto es algo que se sabe bien: los fascistas se
aprovechan y abusan de las libertades que garantiza una democracia para
socavar esas mismas libertades. Reclaman el derecho a la libre expresión para
echar discursos de odio que calumnian a grupos humanos enteros, o alegan que
los valores de la tolerancia y la diversidad deben aplicar para sus ideologías
extremas y acusan ser perseguidos si no se les permite difundir sus creencias.
Lo cierto es que, apenas conquisten el poder, ellos mismos se encargarán de eliminar
la libertad, la diversidad y la tolerancia.
El fascismo eleva lo irracional sobre lo racional,
pero lo hace de forma indirecta, propagandística. Sus dogmas irracionales son
presentados como el resultado del conocimiento de la realidad (“no es racismo;
es la verdad”), y en cambio descalifican a sus enemigos, que se indignan ante
sus posturas intolerantes, como inmaduros y emocionales. Con el disfraz de la
razón, también la terminan derribando.
Antiintelectualismo: El fascismo necesita envenenar
toda discusión pública, hacer imposible el debate razonado y equitativo. Para
ello, concentra sus ataques en el sistema educativo, y en particular las
universidades, así como en los expertos de todo tipo y los intelectuales
públicos. Las universidades son descartadas como fábricas de izquierdistas
radicales; los intelectuales son descalificados como parásitos alejados del
“pueblo verdadero”.
“El
debate inteligente es imposible sin una educación con acceso a diferentes
perspectivas, respeto por el conocimiento experto y las limitaciones del
propio, y un lenguaje rico que nos permita describir la realidad con cierta
precisión. Cuando la educación, el conocimiento experto y las distinciones
lingüísticas son socavadas, sólo queda el poder y la identidad tribal”
El conocimiento del mundo, la diversidad de opiniones y el
pensamiento crítico son obstáculos para el fascismo. En cuanto tienen la
oportunidad, los fascistas sustituirán las instituciones educativas
convirtiéndolas en lo que ahora las acusan de ser: aparatos de propaganda y adoctrinamiento.
En general, los fascistas llamarán adoctrinamiento, propaganda e ideología
(siempre en sentido peyorativo) a todo lo que no sea su propio adoctrinamiento,
propaganda e ideología.
Irrealidad: En un inicio, el esfuerzo fascista
propaga narrativas fáciles de digerir, que toman en cuenta problemas o
preocupaciones reales de la gente. El corazón de la ideología no se revela sino
poco a poco, conforme la población va normalizando ideas y valores cada vez
más extremos. En el centro de todo está una concepción de la realidad
completamente incoherente.
Las teorías conspirativas, por ejemplo, son
narrativas en que los grupos a los que los fascistas detestan (zurdos, judíos,
homosexuales, las élites liberales, etc.) representan un peligro existencial
para la nación. No tienen la función de ser creídas literalmente (aunque ayudan
que lo sean); a los fascistas les basta con sembrar la duda y la desconfianza
hacia sus blancos. De ahí no es difícil pasar al miedo y la paranoia para
justificar medidas extremas contra estos grupos. Si los medios de comunicación
no están dispuestos a discutir estas teorías, los fascistas acusarán censura y
colusión con esos grupos insidiosos.
Jerarquía: Éste es uno de los puntos fundamentales, alrededor
del que giran todos los demás, porque el propósito de la política reaccionaria
es la recuperación de las jerarquías de antaño. Esto es, de hecho, otro factor
en la construcción de las realidades alternas:
“Aquellos
que se benefician de grandes desigualdades están inclinados a pensar que se han
ganado su privilegio, una ilusión que les impide ver la realidad tal cual es.”
Para el fascismo, la igualdad es imposible, es un rechazo a
la “ley natural” que establece que algunos seres humanos son mejores que
otros y que por tanto merecen tener poder y privilegios sobre ellos.
Incluso, se argumenta, los subordinados se favorecen por el dominio de sus
superiores y subvertir ese orden natural sería malo para todos. Y esa ley
natural pone a los hombres sobre las mujeres, a los cisheterosexuales sobre las
personas lgbtq+, y a los miembros de la propia nación sobre el resto de la
humanidad. Es importante recordar que no existe base natural ni científica que
justifique este orden; es parte de la realidad imaginaria en la que viven los
reaccionarios.
Victimismo: Cuando la evidencia demuestra que esas
jerarquías son ilegítimas, y la fuerza de los movimientos sociales las
debilita cada vez más, la ilusión de superioridad de los supremacistas se pone
a la defensiva. Vienen los lamentos por un supuesto agravio o victimización del
grupo dominante que ve su poder erosionándose.
Como apunta Stanley, las investigaciones muestran que cuando
hay una mayor representación de los grupos minoritarios, la población dominante
se siente amenazada. El mito del pasado en el que las jerarquías eran
respetadas y todo estaba bien crea expectativas irracionales y cuando éstas no
son satisfechas, el grupo dominante se siente victimizado.
El ejemplo primordial es el del hombre joven que cuya vida
está llena de insatisfacciones: no tiene relaciones amorosas estables ni éxito
económico, y se siente fracasado y solitario. El discurso fascista le dice que
en otros tiempos habría podido obtener todo eso con trabajo honesto y esfuerzo,
pero que en esta modernidad decadente esa posibilidad le ha sido robada
por las feministas, los inmigrantes, las minorías, los pobres a los que el
gobierno mantiene, etcétera. La forma librarse de esta situación de la que es
víctima es apoyando el proyecto reaccionario de restaurar las jerarquías y
castigar a los indignos.
A veces la verdadera historia de opresión contra un grupo puede
ser usada como excusa para oprimir a otro grupo. “Yo fui víctima, así que
está bien que haga esto”. El más infame ejemplo de esto es el de la derecha
israelí, que utiliza la trágica historia del antisemitismo y el Holocausto para
justificar la construcción de un orden social que coloca a los judíos por
encima de los palestinos.
Ley y orden: Este es un aspecto fundamental del
fascismo, pues justifica la construcción de un aparato represivo que
actúe contra los grupos vulnerables a través de instituciones como la policía,
las cortes y las prisiones. Con la excusa de combatir problemas muy reales de
crimen e inseguridad, se da rienda suelta a un estado policiaco que actúa
contra todo aquel que resulte indeseable para la ideología reaccionaria.
“La
retórica fascista de la ley y el orden tiene el fin explícito de dividir
a los ciudadanos en dos clases: aquellos que pertenecen a la nación elegida,
que por naturaleza son obedientes de la ley; y los que no, por naturaleza
irrespetuosos de la ley. En la política fascista, las mujeres que no se ajustan
a los roles de género tradicionales, los no blancos, homosexuales e
inmigrantes, los ‘cosmopolitas decadentes’, aquellos que no practican la religión
dominante, están violando la ley y el orden por el mero hecho de existir.”
La retórica fascista presenta a los grupos indeseables
como peligros, pero no de cualquier tipo, sino como amenazas existenciales
que destruirían la esencia misma de la nación, contaminarían su pureza y
corromperían a sus mujeres e hijos. De esto último deriva el siguiente punto.
Ansiedad sexual: La propaganda fascista sexualiza
la amenaza que representan los grupos indeseables y promueve un estado de
pánico constante. Los nazis inventaron historias sobre violaciones masivas de
mujeres alemanas, cometidas por soldados africanos en el ejército francés. El
Ku Klux Klan en Estados Unidos usaba el pretexto de “proteger a las mujeres”
para sembrar el terror entre la población afroamericana con linchamientos y
destrucción. Donald Trump acusó a México de “enviar violadores” entre sus migrantes.
El discurso transfóbico insiste en imaginarios abusos sexuales cometidos por
mujeres trans en los baños públicos. La derecha impulsa una teoría de la
conspiración sobre una vasta red de pederastia que involucra a judíos,
personalidades de Hollywood y políticos liberales.
“Al
azuzar la ansiedad sexual, un líder político presenta, si bien de forma
indirecta, a la libertad y la igualdad como amenazas. La expresión de la
identidad de género o la orientación sexual es un ejercicio de libertad. Al
presentar a los homosexuales y personas transgénero como amenazas para las
mujeres y los niños -y, por extensión, a la habilidad de los hombres para
protegerlos- la política fascista impugna el ideal liberal de la libertad. El
derecho de una mujer a abortar es también un ejercicio de libertad. Al
presentar el aborto como una amenaza para los niños -y al control de los hombres
sobre ellos- la política fascista impugna el ideal liberal de la libertad. El
derecho de una persona a casarse con quien desee es un ejercicio de libertad;
al presentar a los miembros de una religión, o una raza, como una amenaza por
la posibilidad de matrimonios mixtos es una impugnación al ideal liberal de la
libertad.
La
política de la ansiedad sexual también socava la igualdad. Cuando la igualdad
es garantizada a las mujeres, el rol de los hombres como únicos proveedores de
sus familias se ve amenazado. Resaltar la impotencia de los hombres ante las
amenazas sexuales hacia sus esposas e hijas acentúa esos sentimientos de
ansiedad por la pérdida de la masculinidad patriarcal. La política de la
ansiedad sexual es una forma poderosa de presentar la libertad y la igualdad
como peligros fundamentales sin que en apariencia se les rechace de forma
explícita.”
Anticosmopolitismo: Para el fascismo la diversidad y
la tolerancia son peligrosas. En su ideal, la nación comparte en su totalidad
una misma religión, una misma cultura, un mismo conjunto de costumbres. El
mundo rural es idealizado por ser más puro, el hogar del “verdadero pueblo”,
frente a las ciudades cosmopolitas decadentes, modernas Sodoma y Gomorra donde
los valores tradicionales se han perdido y la pureza de la raza se diluye. Los
ideales de cooperación internacional y multiculturalismo son rechazados en
favor de una visión que pone a la propia nación por encima de todo.
El capitalismo: Finalmente, Stanley apunta que una de
las bases del fascismo es una concepción darwinista de la sociedad, en que la
vida es una competencia por el poder, una lucha que de manera natural divide a
los dignos de los indignos. Así, la distribución de la riqueza debe dejarse a
la más pura competencia de mercado. El autor no es el primero en señalar que
tales concepciones se asemejan mucho a las de un libertarianismo que
aboga por el capitalismo sin restricciones. Por ejemplo, la idea de libertad
individual es muy similar en ambas ideologías: un individuo tiene el derecho a
competir, pero no a tener éxito o siquiera a sobrevivir.
Stanley nos recuerda que los fascistas tradicionales
despreciaban las instituciones de asistencia social y de solidaridad laboral
(como los sindicatos), así como las regulaciones que protegían los intereses de
los trabajadores y los consumidores. Éstas eran vistas como ilegítimas
intervenciones en la muy necesaria lucha por la supervivencia del más fuerte.
La política fascista, señala, tiene mayor éxito en condiciones de extrema
desigualdad económica.
Entre muchos otros vicios, los miembros de los grupos
indeseables son satanizados como “vagos que no quieren trabajar”, y se
piensa que para curarlos de su depravación es necesario someterlos a trabajos
forzados. Por otro lado, si a estos grupos se les favorece con asistencia
social y ayudas gubernamentales, nunca se podrán curar de sus defectos y
permanecerán como una carga para “los ciudadanos honestos y trabajadores”.
Sin embargo, esta visión es hipócrita, pues no importan a
cuántos esfuerzos y penurias sean sometidos estos grupos, jamás se les
considerarán dignos. Esta perspectiva sirve sobre todo para justificar la
explotación laboral de los pobres, los inmigrantes y las minorías raciales.
Entre las jerarquías tradicionales que el fascismo pretende
restaurar y fortalecer está la relación de dominio entre el patrón y sus empleados,
quienes deben someterse a tal autoridad de forma absoluta en virtud de su
superioridad. El fascismo es perfectamente compatible con la ideología que
promulga la supremacía de la clase empresarial.
“Hitler
veía en la empresa privada unos principios que se alineaban con su propia
ideología. El principio de la meritocracia, según el cual ‘el gran hombre’ es
recompensado por su excelencia en una posición de liderazgo, lo atraía; es
justo que el fuerte rija sobre el débil. La meritocracia, según Hitler,
sostenía el principio de liderazgo, fundamental del nacionalsocialismo. Los
lugares de trabajo privados están organizados de forma jerárquica, con una
estructura de comando que involucra a un CEO que dicta órdenes.”
Y más adelante, Stanley nos recuerda que:
“Hitler
enfatizaba que los industriales debían apoyar el movimiento nazi, pues la
empresa privada funciona ya de acuerdo al ‘principio de liderazgo’, el
Principio del Führer. En una empresa privada, cuando un CEO emite una orden,
los empleados deben obedecer; no hay lugar para una administración democrática.
De la misma forma, exhorta Hitler, el líder de la nación debe funcionar como el
CEO de una compañía.”
Por último:
“El
padre, en la ideología fascista, es el jefe de la familia; el CEO es el jefe de
la industria; el líder autoritario es el padre o CEO del estado. Cuando los
votantes en una sociedad democrática anhelan a un CEO como presidente, están
respondiendo a sus propios impulsos fascistas implícitos”
Después de repasar estos puntos, Stanley concluye con un
epílogo en el que dibuja lo preocupante del panorama actual. Con la crisis
climática, la desigualdad económica y la inestabilidad política, los tiempos
que vienen se perfilan oscuros, e ideales para el surgimiento de los nuevos
fascismos. Ante este desafío, debemos mantener un sentido de humanidad común y
tener en cuenta los éxitos de los movimientos sociales de emancipación del
pasado como fuentes de inspiración y esperanza.
El fascismo se dirige contra ciertos grupos, como
refugiados, feministas, sindicatos y minorías. Pero su víctima es la humanidad
misma. Hasta los miembros de “la nación elegida” son engañados por una ilusión
y sometidos a una autoridad suprema, manipulados para matar y morir en nombre
de una causa que sólo trae ventajas para unos pocos líderes. El primer acto de
resistencia es negarnos a ser hechizados por sus mitos.
¡Hey, gracias por leer! Este texto es parte de la serie Crónica de un Invierno Fascista. Puedes descargar este libro de la Pequeña Biblioteca Antifascista. Si te gusta mi trabajo, puedes ayudarme a seguir creando c
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