Lo que hacemos en vida tiene eco en la eternidad - Parte II - Ego Sum Qui Sum

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martes, 17 de diciembre de 2024

Lo que hacemos en vida tiene eco en la eternidad - Parte II

Leer la primera parte



Salvete omnes! Estamos de vuelta con este análisis innecesariamente sesudo sobre Gladiador, una de mis películas favoritas. En la entrada anterior vimos que el conflicto entre Maximus y Cómodo es el corazón de la película, y cómo se delinean estos personajes como perfectamente opuestos, en especial en cuanto a su relación con Marco Aurelio. Hoy vamos a hablar de cómo la peli retrata a la civilización romana y lo que eso nos dice sobre cómo la cultura contemporánea la entiende y la interpreta. Vamos, pues…

 

LIBER SECUNDUS:
MORITURI TE SALUTANT

 

I. DRAMATIS PERSONAE


Si existe tal cosa como un reparto perfecto, Gladiador lo tiene. Ya vimos cómo las actuaciones de Russell Crowe como Maximus y Joaquin Phoenix en el papel de Cómodo son de los puntos más fuertes de la película. Veamos ahora a los demás:

 

Lucila: Annia Aurelia Galeria Lucilla, interpretada por Connie Nielsen, es el personaje más importante después de la triada Maximus - Marco Aurelio - Cómodo. La Lucila histórica sí conspiró para eliminar al patán de su hermano, pero éste descubrió el complot, la exilió a Capri y poco después la hizo asesinar. Cómodo reinó diez años después de eso. Lucila estuvo casada con Lucio Vero, amigo y colaborador cercano de Marco Aurelio, con quien compartió el poder durante varios años. En la película Lucila aparece como una viuda y madre soltera. En la realidad sí se casó de nuevo, con Claudio Pompeyano, quien de hecho la sobrevivió varios años.

 

Nielsen interpreta soberbiamente a una mujer valiente que tiene que conspirar para derribar a un tirano, estando bajo el poder directo del mismo. Estamos en el año dos mil, la época en la que los productores pensaban “un personaje femenino es suficiente, si ponemos más van a pensar que es una película de niñas”, así que no esperen que cumpla con el test de Bechdel.

 

Lucio: Lucius Aurelius Verus, interpretado por Spencer Treat Clark. Lucila sí tuvo un hijo con Lucio Vero, pero éste murió joven, y ya no estaba para cuando Cómodo asumió el poder. El hijo que Lucila tuvo con Pompeyano, en cambio, sí habría tenido la edad del personaje interpretado por Clark.

 

Meter al segundo matrimonio de Lucila en la historia sólo habría complicado más las cosas y eliminado la posibilidad del romance sugerido entre ella y Maximus. En realidad, estos personajes cumplen la función de verse como paralelos a la esposa e hijo que Maximus perdió, y eso motivara al personaje (y a los espectadores) a querer protegerlos.

 


Quinto: Quintus Aemilius Letus, interpretado por Tomas Arana. Fue el prefecto de los pretorianos de Cómodo. Los Guardia Pretoriana era un cuerpo de élite del ejército romano que servía directamente al emperador y era el encargado de protegerlo a él y a su familia. Jugaron un papel fundamental en la política imperial, especialmente con su costumbre de cargarse a los emperadores cuando éstos les hubieran hartado. Eso fue precisamente lo que hizo Quinto: participó en la conspiración para que Narciso asesinara a Cómodo.

 

En la película, Quinto es un personaje al que los roleros podrán identificar como un lawful neutral, alguien que sigue las reglas y acepta el orden establecido, sin muchas convicciones morales propias. Por eso era un leal capitán para Maximus, pero en cuanto a Cómodo asumió el poder, aceptó su autoridad. Sin embargo, las atrocidades de Cómodo fueron tantas que él mismo no pudo seguir haciéndose de la vista gorda y, aunque no lo mató activamente, sí impidió que los pretorianos intervinieran en duelo final que costó la vida al tirano. Muy poco y muy tarde, Quinto. No sean como él, a los tibios nadie los quiere.

 

Próximo: Personaje ficticio interpretado por el veterano Oliver Reed. Antiguo gladiador, ahora dueño de gladiadores. Próximo tiene una evolución opuesta a la de Quinto: pasa de ser un antagonista a un aliado del héroe. Al principio parece indiferente al destino de sus esclavos y al final termina arriesgando -y perdiendo- la vida para ayudar a Maximus. Esto también nos muestra que es tanta la virtud y honor del hispano, que termina tocando hasta a un hombre cínico y convenenciero.

 

Entre las citas famosas de la película, Próximo dice que sólo somos “sombra y polvo”, porque la vida humana es efímera y frágil. Al principio la frase tiene un sentido nihilista: no somos nada, así que nada importa. Al final, cuando la repite como sus últimas palabras, tiene un sentido más cercano a la filosofía estoica de Marco Aurelio: la vida es breve, así que aprovecha cada oportunidad de hacer el bien. Próximo se va complacido de haber hecho por lo menos un acto noble y desinteresado.

 


Graco: Personaje ficticio interpretado por Derek Jacobi. Como en el caso de Richard Harris, la elección de este actor veterano remite a la Era Dorada de la épica histórica. Jacobi interpretó al emperador titular en la miniserie Yo, Claudio (1976), basada en la novela homónima de Robert Graves.

 

Graco representa lo que idealmente debería haber sido un político romano. Un hombre honesto, íntegro, valiente al enfrentarse a la tiranía, inteligente y astuto… Claramente es un hombre de clase alta, como dan a entender sus modales y forma de hablar. “No presumo ser un hombre del pueblo, pero sí procuro ser un hombre para el pueblo”.

 

Dudo que la elección de su nombre sea casualidad; los hermanos Tiberio y Cayo Graco fueron célebres políticos de tiempos de la República cuyos esfuerzos se centraron en aumentar el poder de la gente común en oposición al aristocrático Senado. Ambos fueron asesinados por la aristocracia.

 

Hagen y Juba: Los dos amigos gladiadores de Maximus, interpretados respectivamente por Ralph Moeller y Djimon Hounsou. Tampoco es casualidad que el primero sea un germano, es decir, proveniente de la frontera norte del Imperio, y el otro un nubio, proveniente de la frontera sur. La película comete el error de presentar la sociedad romana como homogéneamente blanca, lo cual definitivamente no era, pero por lo menos nos da un grupo diverso y variopinto de gladiadores heroicos. Estos personajes están para mostrarnos que Maximus es capaz de convivir con personas de cualquier origen, que las trata con respeto y dignidad, y que acaba ganándose la lealtad de quienes le rodean. Además, son los dosmiles, así que todo salvador blanco necesita un mejor amigo negro que le diga cosas sabias.

 

II. ROMA VICTRIX


Veamos la secuencia inicial de Gladiador. Tras un breve párrafo que nos pone en contexto histórico y espacio temporal, nos vamos a Germania para atestiguar el final de las Guerras Marcomanas, en las que las legiones del emperador Marco Aurelio derrotaron a las tribus bárbaras; en concreto, estamos cerca de la base militar de Vindobona (actual Viena, Austria). El conflicto histórico que retrata es cien por ciento real no fake, y sí se dio a finales del reinado de Marco Aurelio, quien en efecto estaba ahí personalmente.

 

Es el sitio ideal, porque en este prólogo podemos darnos cuenta de dos cosas: de cómo Scott decide caracterizar a los romanos en oposición a los bárbaros germanos, y además cómo va pasarse la exactitud histórica por el Arco de Constantino. Si consideramos que el arte de narrar implica comunicar de forma efectiva información a nuestro a público, no podemos negar que Scott es un maestrazo.

 

Véase nomás cómo está retratado el lugar, una tierra helada e inhóspita, cubierta de bosques oscuros; estamos en las fronteras mismas del Imperio, donde acaba la civilización e inicia la barbarie. Miren cómo el glorioso ejército romano aparece bien ordenadito, uniformado y limpio; todos los legionarios marchan al unísono, disciplinados, scutum en alto y pilum en mano. Adoptan la formación de tortuga cuando las flechas enemigas llueven sobre ellos y jamás pierden el porte y la elegancia.

 

En cambio, los bárbaros aparecen como una horda de gente peluda y desaliñada; literalmente emergen del negro bosque ataviados con pieles de animales, casi como cavernícolas. Antes de aparecer en pantalla son precedidos por el cuerpo decapitado de un mensajero romano, porque son unos salvajes que matan a los emisarios, cosa que ninguna persona civilizada hace. Su líder es un gigante barbado que grita quiensabequé en su incomprensible y áspera lengua, y además tiene el descaro de presumir la cabeza del desdichado mensajero. Cuando los proyectiles romanos comienzan a caer sobre ellos, se quedan ahí paradotes como imbéciles, demasiado salvajes para preocuparse por el propio bienestar o para saber usar un escudo.

 


Esta caracterización de romanos y bárbaros es necesaria, porque si los germanos no parecieran unos putos orcos que quizá comen bebés, corremos el riesgo de detenernos a pensar por qué le estamos echando porras a una superpotencia imperialista que literalmente le está prendiendo fuego al bosque, casi como que con napalm, en vez de a esa pobre gente que nomás está defendiendo sus tierras contra una maquinaria de guerra imparable. Curioso que esto venga de un británico… Curioso…

 

Y si creen que estoy sobreinterpretando, hay una parte en la que los germanos entonan un cántico de guerra, sacado directamente de la película Zulú (1964), una película épica sobre la lucha de un regimiento británico contra una horda de zulúes en la actual Sudáfrica. Un canto africano no tiene nada que ver con los pueblos germánicos, a menos que quieras hacer un paralelismo entre los heroicos romanos que pelean contra los bárbaros norteños y los heroicos británicos que pelean contra los salvajes sureños… Póngale un pin a esto, porque va a ser importante después.

 

Volviendo a lo del napalm, eso de las flechas incendiarias está muy chetado si estás jugando Age of Empires, pero resulta que es algo que nunca pasó, menos con tecnología de la Edad del Hierro. Y es que si disparas una saeta con fuego pueden pasar dos cosas: se apagan las llamas por la fuerza del viento durante el vuelo, o la flecha se consume y se vuelve inútil. Y ni siquiera me hagan empezar con que la caballería romana tiene estribos, una pieza de tecnología que nos parecería súper sencilla y obvia de implementar, pero que a nadie de este lado de los Urales se le ocurriría hasta que llegaran los hunos desde las estepas asiáticas, ya muy al final de la época romana. Pero bueno, está peligroso subir actores a caballos sin estribos, así que eso lo podemos perdonar.

 

Pero de que todo esto se ve chido, se ve chido. Que es el meollo del asunto, porque Scott ha dicho mil veces que NO LE IMPORTA, y cada vez que un profesor de historia viene a decirle “Oiga, sir Ridley, eso nunca pasó”, su respuesta estándar es “¿Ah sí’ ¿Y tú cómo sabes? ¿Estuviste ahí?”. Y antes de cualquier persona tenga la oportunidad de responderle “Señor, así no es cómo funciona la cosa…”, él ya se fue a dirigir otra secuencia épica.

 

El adjetivo viene a la perfección, porque esta quejumbre quisquillosa se olvida ante la espectacularidad de la secuencia, con música de Hans Zimmer, por si fuera poco, y ya que estamos en eso, aprecien lo magnífico de la fotografía y el montaje. Así que les repito que mis notas no son para demeritar la peli, sino para aprovecharla y que aprendamos algo.

 

Por último, nomás para acabar con esto, de todas las cosas que están obviamente mal, la que me hace más ruido es el grito de batalla de nuestro héroe Maximus: Roma victor. Como buenos angloparlantes, todos en la producción parecen olvidar que en otros idiomas que no son inglés los adjetivos sí tienen género, y que como Roma es un sustantivo femenino, el adjetivo debe serlo también, así que la frase debería ser Roma victrix, o sea, “¡Roma victoriosa!” Puedo excusar las inexactitudes históricas, pero no que hablen mal la lengua de Virgilio, faltaba más.

 

III. NON SEQUITUR


Si la batalla sirve como prólogo, el primer acto de la película es en el que se toman las decisiones y ocurren los acontecimientos que van a marcar el camino de cada personaje: la charla de Marco Aurelio con Maximus, la confrontación entre Cómodo y su padre y el asesinato del emperador. La forma en la que los personajes reaccionan a este hecho es lo que sella su destino: Maximus se niega a reconocer a Cómodo y lo pierde todo, mientras Quinto se doblega y asciende en la jerarquía. Lucila se queda a medio camino: saluda al nuevo César, pero antes le da una bofetada para dejarle en claro que sabe lo que hizo y que no está contenta.

 

Maximus es condenado y llevado lejos para ser ejecutado. Tras eliminar a los pretorianos, el héroe escapa. A continuación viene la parte más absurda de la película, que no es poco decir. En cuestión de días, y con una herida infectándosele en el brazo, Maximus cabalga desde lo que hoy es Austria hasta lo que hoy es España. Además, parece que nunca se topa con otras poblaciones ni nada, como si hubiera un enorme descampado entre una provincia y otra, y no un imperio populoso lleno de ciudades y carreteras pavimentadas.

 

A pesar de su milagrosa velocidad de traslado, Maximus no llega antes que los soldados enviados a masacrar a su familia. Tras colapsar por completo entre el corazón roto y la herida infectada, Maximus es encontrado por traficantes de esclavos que lo llevan a… ¡África! Concretamente a Zuccabar, en la actúa Argelia. Nunca vemos el viaje por mar, así que suponemos que Maximus estuvo inconsciente durante todo este tiempo.

 


Nada de esto tiene mucho sentido. Que unos esclavistas se tomaran la molestia de cuidar a un hombre herido y transportarlo a través de tierra y mar para venderlo como esclavo es algo bastante jalado de los pelos. Sobre todo, un ciudadano romano no podía ser convertido en esclavo nada más porque lo encontraran tirado por ahí. Podríamos pensar que, como lo habían declarado proscrito, los esclavistas podían tomarlo a voluntad; pero Cómodo creía que Maximus había muerto, así que no es como que hubiera anunciado a todo el mundo que el general había caído en desgracia.

 

Por cierto, aquí cabe preguntarnos, si Maximus eliminó a todos los pretorianos que lo iban a ejecutar, ¿quién le dijo a Cómodo que había muerto? ¿Quién encontró los cuerpos de los pretorianos y decidió que podía simplemente decirle al emperador que la condena se había cumplido? ¿Quinto? Sepa.

 

Pero bueno, todo esto tenía que pasar, o no tendríamos película. Después de todas estas conveniencias de la trama, empieza lo bueno, con Maximus ya convertido en Gladiador.

 

IV. PANEM ET CIRCENSES


Si les preguntara cuál es el edificio más emblemático del antiguo Egipto, ¿qué me responderían? La Gran Pirámide, probablemente. ¿Y de la antigua Grecia? El Partenón, apostaría. La tumba de un monarca y el templo de una diosa, lo esperable. Si les pregunto cuál es el edificio más emblemático de la antigua Roma, ¿cuál dirían? El Coliseo, ¿verdad? O sea, un lugar para el entretenimiento, y uno muy salvaje, viene a ser el símbolo de toda una cultura. ¿No les parece curioso? Como si en mil años lo más representativo de la cultura mexicana fuera el Estadio Azteca…

 

Cuando entendemos lo importantes que eran los juegos circenses para los antiguos romanos nos damos cuenta de que en muchos aspectos no somos tan diferentes a ellos. Es por eso que nos resulta tan actual la expresión de Juvenal panem et circenses, “pan y circo”. El poeta se refería con desdén a cómo la clase gobernante distraía al populus romanus repartiendo comida barata y organizando espectáculos. Esto, según Juvenal, hacía a los ciudadanos olvidar su derecho de nacimiento a participar en la vida cívica y vigilar las acciones de los políticos, mientras éstos se dedicaban a satisfacer sus propios deseos, dejando de lado el bien común. Vaya, cosas que siguen pasando.

 

Por cierto, a pesar de lo que muchas veces se cree, el Coliseo no era un circo, sino un anfiteatro. De hecho, su nombre oficial era Anfiteatro Flavio, por el emperador que lo mandó a construir, y le apodaban “Coliseo” por la estatua de un coloso que se alzaba junto al lugar. Los anfiteatros eran los lugares para ver combates de gladiadores, peleas entre animales, ejecuciones de condenados a muerte y representaciones de batallas históricas. Los circos, en cambio, eran recintos para carreras de carros y otro tipo de espectáculos, precisamente como el Circus Maximus, el más grande de Roma.

 

El retrato de los juegos de gladiadores en la película no está tan alejado de la realidad, salvo algunos detalles. En general no eran tan caóticos como aparecen en el anfiteatro de Zuccabar, en que parece que nomás echan a un montón de vatos random a matarse como Jove les diera a entender. Aunque quizá el punto era mostrar que ese lugar estaba en el culo del Imperio. Es cierto que la mayoría de los gladiadores eran esclavos, pero no todos, ni tampoco los combates siempre tenían que ser a muerte. Es verdad que algunos gladiadores podían volverse auténticas celebridades, aunque era su amo quien más se beneficiaba de sus victorias. Un gladiador exitoso era como un buen caballo de carreras; se le daba la mejor alimentación, atención médica y entrenamiento, y se les consentía con muchachas o muchachos, según su gusto. Pero, ultimadamente, quien se llevaba la mejor parte era el señor rico de quien era propiedad.

 

Pollice verso, de Gérôme

Aunque hay representaciones del gesto con el pulgar hacia arriba y hacia abajo en el arte romano, hasta la fecha no sabemos qué significaba exactamente. El gesto fue popularizado por el pintor francés Jean-Léon Gérôme en la obra Pollice verso. Tal frase, que se traduce como “pulgar invertido”, se encuentra en algunos textos romanos pero, de nuevo, no sabemos con certeza dónde debía apuntar el dedo para significar tal o cual cosa. La película asume que hacia arriba significa “vive” y hacia abajo significa “muere”, lo cual está es fácil de entender para un público moderno.

 

En la película hay una parte bien mensa en la que aparecen unos tipos repartiendo volantes que promocionan los combates. Goey, no existía la imprenta y aunque fuera posible poner a cien esclavos a hacer papeletas a mano, los materiales de escritura eran demasiado valiosos como para andar regalando a los transeúntes. Lol.

 

La cosa con Gladiador es que trata de quedar bien con Dios y con el diablo. Quiere mostrarnos que los combates de gladiadores eran una cosa brutal, un elemento decadente que manchaba la civilización romana. Se supone que tal nivel de violencia nos horrorice. De paso, es un comentario poco sutil a la industria del entretenimiento contemporáneo y cómo nos embrutece.

 

La condena de esta barbarie está en boca de los personajes buenos. Se nos dice que Marco Aurelio prohibió los juegos en Roma, lo cual es históricamente falso, pero como en esta película el emperador filósofo ya era presentado como un hombre sabio y bueno, habría sido disonante implicar que algo tan horrendo no le molestaba. Graco, haciendo eco de Juvenal, expresa con sorna que Cómodo está usando los juegos para manipular al pueblo.

 

“Roma es la muchedumbre. Haz trucos de magia para ellos y se distraerán. Quítales sus libertades y todavía clamarán. El corazón vivo de Roma no está en los mármoles del Senado, sino en la arena de Coliseo. Él les traerá muerte… Y ellos lo amarán por eso.”

 


Y claro, está el reclamo de Maximus dirigido tanto al público del anfiteatro como a la audiencia del cine:

 

“¡¿Acaso no están entretenidos?! ¡¿No es esto para lo que están aquí?!”

 

Pero, eironeia, al mismo tiempo, esa misma violencia es recreada con un realismo impresionante, gracias a la magia del cine. Con la magistral dirección de Ridley Scott, estas secuencias de combates no son sólo espectaculares: se ven hermosas. Es en las peleas de gladiadores en las que Maximus, que lo había perdido todo, conquista la fama, la lealtad de sus hombres y el amor del pueblo. Es probable que la reacción la audiencia en la sala de cine se parezca más al entusiasmo de la chusma que al digno reclamo de Maximus.

 

Condenar la violencia y al mismo tiempo glorificar la violencia. Claro, en el caso de la película, tal violencia es ficticia y nadie salió lastimado… Excepto el doble de riesgo que se partió la crisma cuando ese carro se estrelló contra la pared. Como sea, nos lleva a reflexionar sobre la responsabilidad ética en el arte y sobre el riesgo siempre latente de que al hacer el retrato de algo negativo (violencia, abuso, discriminación) parezca que se está trivializando o glorificando. Es una discusión necesaria que debemos tener constantemente, así como debemos practicar y fomentar la lectura crítica del arte y entretenimiento. No sea que nos distraigan con puro pan y circo.

 

Una cosa más: noten que mientras Maximus no aprueba que un niño tan joven como Lucius presencie los juegos, Cómodo considera que eso lo fortalece. Es el villano, que paradójicamente no cumple con el ideal de chad que promueve en otros, quien cree que la exposición a la violencia es lo que cultiva la virilidad.

 

V. URBS AETERNA


Lo primero que Scott nos enseña de la Ciudad Eterna es una toma aérea en que se ve majestuosa. Apreciamos mejor las colosales dimensiones de todo cuando la cámara nos lleva al nivel de la calle, para ver el desfile triunfal con el que Cómodo entra a la capital (eso sí pasó). Roma parece sacada de una era mítica, algo así como Minas Tirith. Bien, pues ahora vengo a arruinarlo todo: la ciudad está demasiado limpia y demasiado blanca; hoy sabemos que los edificios se pintaban, y encima que a los romanos les gustaba grafitear las paredes con mensajes chuscos y dibujos obscenos. Además, las calles debían estar llenas de lodo, basura y excrementos (tanto humanos como animales).

 

De todos modos, contemplar Roma en su apogeo debía haber sido una experiencia sobrecogedora, especialmente si venías de tierras lejanas. Como Juba, quien se queda boquiabierto cuando mira el Coliseo: “No sabía que se construían cosas así”. De hecho, Roma aparece por primera bastante ya avanzado el metraje. Hasta ese momento hemos oído mucho de ella, pero sólo hemos visto tres locaciones, todas muy poco impresionantes: Vindobona, que es un simple campamento de pabellones en los lindes de un bosque nevado; el hogar de Maximus, literalmente una finca rústica en medio de la nada; y Zuccabar, que es un pueblucho apestoso en el desierto africano. Esto es adrede para que el impacto de contemplar a la capital del universo sea tanto mayor.

 


¿Qué, pues, quiere decirnos Gladiador sobre Roma? En una famosa escena durante el primer acto de la película, Marco Aurelio pide a Maximus:

-Dime otra vez Maximus, ¿por qué estamos aquí?

 

-Por la gloria del Imperio, señor.

 

-Ah, sí. Ya recuerdo… ¿Ves ese mapa, Maximus? Ése es el mundo que yo he creado. Por 25 años yo he conquistado, derramado sangre, expandido el Imperio. Desde que me volví césar he vivido cuatro años sin guerra. ¡Cuatro años de paz en veinte! ¿Y para qué? Traje una espada. Nada más.

 

-César…

 

-No me llames así. Ven, conversemos como hombres. Maximus, habla.

 

-Cinco mil de mis hombres están allá afuera congelándose en el lodo. Tres mil de ellos están golpeados y heridos. Dos mil nunca se irán de este lugar. Me niego a creer que pelearon y murieron por nada.

 

-¿Y qué quisieras creer?

 

-¡Pelearon por ti! Y por Roma.

 

-¿Qué es Roma, Maximus?

 

-He visto mucho del resto del mundo. Es brutal y cruel y oscuro. Roma es la luz.

-¡Pero no has estado ahí, no has visto en lo que se ha convertido!


Este diálogo nos revela la idea de Roma de la que quiere convencernos esta película: como LA civilización en un mundo primitivo y barbárico, y más aún, como una luz en la oscuridad. Ese ideal, sin embargo, se ha corrompido por las ambiciones personales de los hombres que la gobiernan. Al final de la película, tras haber vencido a Cómodo, Maximus dice:

 

“Hubo alguna vez un sueño que fue Roma. Éste será realizado. Tal es el deseo de Marco Aurelio.”

 

Segundos después, tras que el héroe exhalara su último aliento, Lucila declara:

 

“¿Vale Roma la vida de un buen hombre? Alguna vez creímos que sí. Hagan que volvamos a creer. Él fue un soldado de Roma. Hónrenlo.”

 

Todo es bien bonito y conmovedor, pero no tiene nada que ver con cómo Roma se veía a sí misma. O sea, los romanos sí se sentían culturalmente superiores a los pueblos del norte de Europa, que usaban pantalones, como salvajes. Pero no tenían mucho que presumir a griegos, egipcios, persas o chinos contemporáneos, aunque ya hubieran conquistado a los dos primeros. Sobre todo, los romanos no se pusieron a someter a medio mundo porque creyeran en una misión civilizatoria; lo que buscaban era tierras, botín, tributos, esclavos, controlar rutas de comercio, asegurar puntos estratégicos contra sus enemigos y esa clase de cosas. Y eran brutalmente honestos al respecto.

 


¿Saben quiénes sí han tratado de convencerse a sí mismos de que conquistaban para llevar la luz de la civilización al mundo? Los imperios modernos. En particular, el británico en el siglo XIX y el americano en el XX. O sea, los países de donde vienen el director y los productores de la película. Bien curioso, ¿no les parece? La forma en la que se habla de Roma en esta película corresponde con el viejo discurso de “la ciudad sobre una colina” del excepcionalismo yanqui: la creencia de que Estados Unidos es una nación extraordinaria, un faro de esperanza para el mundo, cuyo destino es el de toda la humanidad.

 

La película está pensada para un público gringo que se sentirá emocionalmente identificado con ese discurso. Quienes vivimos en la periferia imperial y hemos sufrido la violencia de los imperios tenemos otra perspectiva… O eso esperaría, pero el colonialismo cultural nos hace identificarnos con los gringos y a ver el mundo desde su punto de vista, si no nos ponemos atentos. Siempre desconfíen de quienes digan “akchuali, los imperios eran buenos”, porque por lo general no están argumentando sobre el pasado, sino sobre el presente.

 

A propósito, ya en la primera parte les había dicho que Marco Aurelio para nada quería devolver a Roma a ser una república. De hecho, nadie en aquella época siquiera imaginaba algo así. Administrar un imperio de ese tamaño habría sido imposible sin una autoridad central… ¡Caray, era ya muy complicado hacerlo así como estaban las cosas! Además, en aquel tiempo república no implicaba una democracia en el sentido moderno, con elecciones libres e igualdad de derechos para todos. Sólo los habitantes de Italia tenían derechos como ciudadanos romanos, más los soldados que se ganaran la ciudadanía tras veinte años de servicio militar (un ofertón, pero igual te podías morir en el intento). Sería el emperador Caracalla quien hiciera ciudadanos a todos los habitantes del Imperio, pero eso vendría algún tiempo después.

 

¿Por qué, entonces, convertir el “regreso a la República” en la meta de los héroes de la película? De nuevo, porque es un objetivo político que un público moderno puede comprender y con el que puede simpatizar. Para las audiencias de los dosmiles (no estoy seguro de las de los dosmilveintes) la democracia es algo bueno y una monarquía es algo menos bueno (aunque no necesariamente malo, si el rey es el adecuado).

 

Claro, ultimadamente ésta es una película hecha por anglosajones liberales, así que esa democracia tampoco puede ser demasiado democrática. El populacho es superfluo y fácilmente manipulable por un tirano demogago (“pan y circo”), así que no se le pueden confiar las decisiones importantes. El poder debe quedar en hombres honestos y competentes, como Maximus o Graco.

 

VI. QUOD IN VITA AGIMUS…


Gladiador es una gran película porque cuenta una historia sencilla de traición y venganza; presenta a un héroe virtuoso que se ve derribado hasta el suelo y tiene que enfrentar a un villano perverso que ha robado el puesto de mayor poder imaginable. Tiene actuaciones de primer nivel, un diseño de producción bellísimo, momentos conmovedores y secuencias acción que después de 24 años no dejan de quitar el aliento. Sin necesidad de profundizar en sus implicaciones, cualquiera puede dejarse atrapar por la maestría de su narrativa y su realización. Es un clásico del cine, digna de las epopeyas fílmicas de la Edad de Oro, y en su terreno no ha podido ser superada en más de dos décadas (excepto, quizá, por la trilogía de El Señor de los Anillos, pero ésta es fantasía pura).

 

Es claro que la cinta sigue moviendo a las audiencias, incluyendo a las nuevas generaciones, y eso habla de sus méritos. A pesar de sus errores históricos y sus sesgos ideológicos tan típicamente gringos, es una gran oportunidad para discutir y aprender sobre la verdadera historia de Roma. También nos da una pauta para reflexionar en qué consisten el heroísmo y la virtud, y una inspiración para siempre resistir a la tiranía. Nos hace pensar en que a lo mejor sólo somos sombra y polvo, pero nuestras acciones no son en vano. Después de todo…

 

Quod in vita agimus, resonat in aeternum

FINIS


PD: Ya tengo también una reseña de Gladiador II pero, como dicha película, es innecesaria.


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