Bien, hay algunas cosas que se podrían decir en esta
discusión, y como profesor de materias de humanidades con perspectiva histórica
(actualmente imparto Historia y Filosofía, y en el pasado he dado clases de
Literatura) espero contribuir a aclarar las cosas, en específico sobre la
necesidad de incluir a más mujeres en los programas de estudio.
Primero, ¿cuál es el propósito de las asignaturas de
corte humanístico? A mí parecer, son dos. El primero es dar a los estudiantes
las referencias básicas necesarias para comprender la cultura en la que viven. Es decir,
les sirve para entender de dónde vienen las ideas, los valores, las costumbres
y los símbolos que dan por sentado o que se encuentran en conflicto con otros
diferentes, y que así el mundo
cultural que les rodea adquiera sentido y les sea
inteligible.
El segundo propósito es fomentar la capacidad de
análisis, diálogo y pensamiento
crítico que proviene de estudiar, desmenuzar, interpretar
y discutir amplia y abiertamente esas obras, los mensajes que comunican y la
forma en que lo hacen, con atención a los detalles que a simple vista pasan
desapercibidos, poniendo en duda los propios prejuicios y desarrollando un pensamiento propio y
autónomo.
No olvidemos eso para responder a otra pregunta, ¿de qué
sirve tener un canon de obras literarias y filosóficas? Pues por lo menos,
pensando en programas de estudio, nos sirve para tener una base común para
estudiar. Dado que los tiempos son limitados, como la memoria y atención de
nuestro alumnado (y no todos tendrán el mismo interés en las asignaturas), no
queda más remedio que hacer una selección de autores y obras. ¿Cuál será
nuestra guía para tomar esas decisiones? Teniendo en cuenta los objetivos de
las asignaturas, deberíamos basarnos en la relevancia cultural (las obras que mayor
influencia hayan tenido en la conformación de nuestra cultura o que mejor la
reflejen) y la calidad de las obras en cuestión (la que tenga formas e
ideas que reten la inteligencia y estimulen la imaginación y creatividad de los
estudiantes).
No es tan fácil, claro está, pues eso de la relevancia y
la calidad siempre serán debatibles, dado que dependen mucho de criterios
subjetivos. Sin embargo, podemos ir alcanzando ciertos consensos, especialmente
entre personas expertas en las respectivas materias, de forma que el canon no
sea del todo arbitrario. Es decir, creo que a menos que alguien le quiera hacer
al iconoclasta contreras, estaremos de acuerdo en que Shakespeare sí
entra al canon y que Paulo
Coelho no.
Pero ojo: hay que entender un par de cosas. Primero, que
el canon no es perfectamente meritocrático. Es decir, no caigamos en la
ingenuidad de pensar que los autores o pensadores seleccionados están ahí
exclusivamente debido a sus méritos personales, y que no hubo sesgos ideológicos (aunque
fueran inconscientes) por parte de quienes hicieron la selección. Incluso si
ahora vivimos en una sociedad menos machista, heredamos cánones creados y preservados
en otros tiempos, y así hemos olvidado a muchas mujeres que fueron muy
destacadas en su época, porque sus contemporáneos y sucesores no quisieron
reconocer su importancia. Esas cosas pasan.
El otro punto es que, como la sociedad cambia, naturalmente
nuestro canon tendría que cambiar. Quizá Homero, Aristóteles, Cervantes y Kant son piedras
inamovibles, pero mucho de lo que parecía relevante antaño deja de serlo hoy en
día. Autores y obras se quitan del canon y son reemplazados. No es que estudiar
a Honoré de Balzac no
pueda ser muy bueno para un adolescente; es que hay que decidir si ponemos
todavía a otro autor decimonónico o hacemos un espacio en nuestro programa para
incluir a los nuevos clásicos, o si ponemos a otro hombre cuando bien podríamos
meter a una mujer tanto o más importante. Y seguramente, conforme el mundo se
vaya volviendo más interconectado, diverso y multicultural, será necesario
sacrificar a algunos de nuestros autores occidentales para dar cabida a otras
tradiciones literarias y filosóficas, con el propósito de entender mejor este
nuevo mundo. Así como desde Canadá hasta Argentina se lee a autores griegos,
llegará un momento en que se leerá también a autores chinos o árabes.
Ahora bien, dado que la desigualdad de géneros ha sido la norma a
lo largo de la mayor parte de la historia humana, y que de por sí una minoría
privilegiada de hombres ha tenido acceso a la educación, la lectura, las
ciencias y a la libertad intelectual y creativa, no es de extrañarnos que hayan
sido menos mujeres que varones los que han dejado obras que
sobrevivan al paso del tiempo. Es más, que algunas (pero no tan pocas como se
cree) hayan logrado sacudir a la sociedad de su época y dejar huellas
perdurables nos habla de lo extraordinarias que debieron haber sido para
superar todas esas dificultades.
Sí, haciendo un balance, por pura estadística
necesariamente en la lista nos quedarán más hombres que mujeres. Pero no es ése
el problema. El problema es que, aun teniendo en cuenta todo lo anterior, debería
haber muchas más mujeres. No se trata de rebuscar entre las obras
irrelevantes de personajes ignotos para cumplir con alguna cuota. Se trata de
reconocer, de redescubrir que en la historia del pensamiento occidental hay
mujeres cuyas obras cumplen con los requisitos de calidad y relevancia y que
su omisión es inexcusable, y explicable sólo por una curaduría sexista que
las ha excluido.
Alguien podría hacer una observación válida: ¿acaso
importa el género del
autor si la obra cumple con los requisitos de ser relevante y de calidad? Y la
respuesta es SÍ: porque no puedes decirle a un grupo de adolescentes que una
mujer es capaz de los mismos logros que un hombre —pero en abstracto, como
ideal nomás—, y luego contarle la historia de la humanidad como si sólo los
hombres hubieran hecho las cosas importantes. Porque, créanlo o no, para las
alumnas es importante verse en la clase, tener modelos con los que puedan
sentirse identificadas. Y lo sé porque me ellas mismas me lo dicen. Una de mis
alumnas de bachillerato escribió en un ensayo final lo siguiente:
“A pesar de que la mayoría de los filósofos a lo
largo de la historia hayan sido hombres, las filósofas no fueron descartadas de
esta clase; y me siento muy agradecida de ello. Cuando tomé materias como
Historia, casi nunca escuchaba que se mencionara a las mujeres, incluso cuando
ellas fueron responsables de grandes hazañas de la humanidad. Sé que te he
dicho esto millones de veces, pero pienso que incluir a mujeres destacadas en
el estudio de cualquier ámbito me parece muy importante; sobre todo en la
sociedad en la cual vivimos hoy, que incita a las mujeres a preocuparse en su
físico en lugar de su mente.
Cuando estudiamos a mujeres como Hipatia o Sor Juana, etc., me sentía representada y me di
cuenta de que no debería de avergonzarme de que me guste aprender; o que me
divierta cantando y rapeando las ideas de Santo Tomás de Aquino al ritmo de las
canciones que me gusta bailar. Estoy segura de que ellas se sentían de manera
similar, y que si me esfuerzo lograré grandes cosas en el camino
académico-laboral que elija”.
Pero, sobre todo, es importante incluirlas porque estas
autoras abordan temas que nadie más aborda, desde puntos de vista que de otra forma
no conoceríamos. Porque sin ellas nuestra cultura está mutilada e incompleta.
Como profesor y entusiasta de estas materias he leído
varios libros de “historia universal”, historia de la filosofía e historia de
la literatura. Excepto los trabajos más recientes, siempre tienen una perspectiva androcéntrica. No entiendo cómo de los programas de literatura se excluye a
alguien como Jane
Austen, cuya influencia se sigue sintiendo en la literatura, e
incluso en el cine y la cultura pop, y que aborda temas importantes y súper
actuales con los que se podrían hacer análisis valiosos y discusiones
estimulantes. Por otro lado, se mantiene a autores que, la verdad sea dicha,
pueden ser magníficos y fundamentales para profesionales de la literatura, pero
no necesariamente relevantes para estudiantes de bachillerato (¿Chaucer? ¿La
canción de Roldán? ¿Neta?).
Cuando empecé a dar clases Filosofía no había ni una
sola mujer en el programa, sino hasta el siglo XX con Simone de
Beauvoir (ah, pero ahí están un montón de señores que
dicen más o menos lo mismo), me dediqué a meter de contrabando a algunas
mujeres en las clases. Aquí está la
lista, y pretendo expandirla. En el libro de texto que preparé para las
clases de Historia, incluí aquí y allá pequeños recuadros titulados Mujeres
en la historia, para que conozcan un poco más sobre Hatshepsut, Agripina
la Menor, Leonor de Aquitania y Artemisia Gentilleschi. La respuesta de mis
estudiantes, y en particular de ellas, ha sido muy positiva.
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