De los godos a las góticas III: La literatura gótica - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

viernes, 29 de octubre de 2021

De los godos a las góticas III: La literatura gótica



Saludos desde el Infierno. Estamos recorriendo la historia cultural de aquello que llamamos Gótico; pueden checar la serie completa en este Índice. En el primer capítulo hablamos de La Civilización Gótica, el pueblo germánico que destruyó al Imperio Romano y parió a la Edad Media. Después hablamos del Arte Gótico, que se convirtió en la base visual y espacial de la estética macabra. Pero si queremos entender por qué llamamos góticas a esas encantadoras señoritas vestidas de negro, es necesario pasar por lo que sigue…

 

Capítulo Tres
La Literatura Gótica


“La emoción más antigua e intensa de la humanidad es el miedo”, decía el maestro de la literatura de horror y bastardo racista H.P. Lovecraft. “Y el más antiguo e intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”. En efecto, las historias espantosas han acompañado a los seres humanos desde tiempos inmemoriales, de cuando nuestros ancestros, alrededor de la hoguera, advertían sobre bestias que acechaban en las sombras.

 

El folclor, las leyendas y la mitología de todas las culturas nos hablan de monstruos, demonios, fantasmas y otras criaturas a las cuales temer, así como de maldiciones, prodigios y viajes a la tierra de los muertos. Algunos de estos relatos, seguramente de origen oral, hicieron el salto a la literatura escrita, y los encontramos como episodios macabros en algunas epopeyas heroicas, de Gilgamesh a Ulises, y de Beowulf al Rey Arturo.

 

En el siglo XIII, en pleno periodo gótico, Dante Alighieri (1264-1321) nos dio buena parte de la imaginería más macabra de la cultura occidental en su Divina comedia, al describir los infiernos con sus demonios y atrocidades, y los suplicios a los que se someten las almas de los condenados. En el siglo XVI, William Shakespeare (1564-1616) introdujo brujas, fantasmas y profecías en sus tragedias, mientras que Christopher Marlowe (1564-1593) rescató la leyenda del alquimista Fausto y su pacto con el diablo. Poco después John Milton (1608-1674) describió las hordas infernales en pie de guerra contra los ejércitos de los ángeles.

 


A principios y mediados de siglo XVIII aparecieron los poetas del cementerio. Así se les llamó a los autores de cuatro obras líricas de tono melancólico y sombrío, que evocan imágenes de panteones, criptas y mausoleos, para escribir profundas reflexiones sobre la vida y la muerte. Estas cuatro obras fueron un antecedente de la sensibilidad que caracterizaría al Romanticismo, y fueron: Una pieza nocturna sobre la muerte de Thomas Parnell (1722), La tumba de Robert Blair (1741), Pensamientos nocturnos de Edward Young (1742-45) y Elegía escrita en un cementerio campestre de Thomas Gray (1750).

 

Y, sin embargo, a pesar de estos antecedentes, la literatura de terror como tal tuvo un origen muy reciente. La idea de inventar un relato cuyo propósito principal fuera producir escalofríos y que recurriera para ello a elementos sobrenaturales tuvo que esperar, irónicamente, al apogeo de la Edad de la Razón, y ocurriría de tal forma que, a partir de entonces, el horror y lo gótico quedarían vinculados por siempre…

 

A. EL CASTILLO DE WALPOLE

 


En 1749, el erudito, anticuario y hombre de letras Horace Walpole (1717-1797) compró una casona a las afueras de Londres, con el propósito de convertirla en villa campestre y alojar su enorme colección de antigüedades. Walpole era un conocedor y apasionado de la Edad Media, en particular del arte gótico, por lo que concibió el proyecto de rediseñar la construcción como si fuera una mansión gótica. Así, le añadió ventanas ojivales, pináculos, cresterías, torres, y todo lo necesario para dotar a su nueva propiedad de una atmósfera crepuscular que él consideraba apropiada para su colección. Habiéndola rebautizado como Strawberry Hill House, entre el 1749 y 1776 Walpole estuvo construyendo y remodelando la casa por rachas.

 

Según cuenta el mismo Walpole, una noche que pasó en su tenebroso caserón tuvo una pesadilla que lo inspiraría a escribir una novela, a la que tituló El castillo de Otranto, publicada en 1764, con el subtítulo Una historia gótica. Además de la pesadilla y la atmósfera de Strawberry Hill, Walpole tomó inspiración de su conocimiento de historia medieval y de los episodios macabros de Macbeth y Hamlet de Shakespeare. En una época en la que se pensaba que la narrativa debía ser realista, y aún más, didáctica y moralizante, Walpole quiso rescatar los elementos fantásticos de las tradiciones antiguas, pero enfrentarlos a personajes humanos que reaccionaran como personas reales.

 

Así, nos dejó una historia llena de misterio y sucesos sobrenaturales. Está ambientada en Italia, en algún momento de la Plena Edad Media, y la acción transcurre en un castillo embrujado con muchos pasadizos secretos. Trata de Manfredo, un violento y cada vez más enloquecido aristócrata que, obsesionado con casarse con la bella joven Isabella, se arruina a sí mismo y a su familia mientras una terrible maldición se hace más y más evidente a través de aterradores portentos. La literatura de horror gótico había nacido.

 


El éxito de El castillo de Otranto hizo despegar una primera ola de novelas góticas en las últimas décadas del siglo XVIII, pues muchos otros autores surgieron para seguir el camino trazado por el pionero. Así, apareció El viejo barón inglés (1778), de Clara Reeve (1729-1807), también de intrigas, traiciones y romances entre una familia noble de la Edad Media inglesa, pero que suaviza los elementos sobrenaturales hasta dejarlos ambiguos. Otra de las primeras fue Vathek (1782), de William Beckford (1760-1844), que traslada la atmósfera gótica a la Arabia medieval para narrarnos la historia de un califa y sus pactos con las fuerzas del infierno; es la primera novela gótica sin arquitectura gótica.

 

Pero la primera reina del gótico fue la exitosa escritora Anne Radcliffe (1764-1823), que se hizo de muchos fanáticos en su época con seis novelas, la más famosa de las cuales se titula Los misterios de Udolfo (1794). La historia ya no se ambienta en el medioevo, sino entre Francia e Italia en el tardío siglo XVI, y sólo una tercera parte de la misma transcurre en el Castillo Udolfo epónimo. Así, lo gótico se va independizando de las referencias directas a la arquitectura gótica para hacer de la atmósfera, sensibilidad y tipo de trama sus características más importantes. Además, Radcliffe dota a su heroína de fortaleza e inteligencia, que se echaban de menos en otras “damiselas en peligro” de la literatura gótica. Otra innovación de Radcliffe fue prescindir de los elementos sobrenaturales; todo, hasta las apariciones fantasmales, tienen explicaciones mundanas al final.

 

La primera ola de novelas góticas, en especial las hechas por imitadores de Walpole y Radclife, nos dejó una suerte de trama gótica estándar. Una joven y hermosa damisela cae en las garras de un hombre rico y poderoso que la tiene contra su voluntad en un lúgubre castillo, mismo que puede o no estar auténticamente embrujado. En oposición al villano viejo, repulsivo y malvado, hay siempre un gallardo joven apuesto y virtuoso para fungir como interés romántico de la heroína. Esta fórmula tiende a desaparecer hacia el siglo XIX y ya sólo volverá en forma de homenajes a los clásicos, pero sirvió para desarrollar las características que definirían al gótico.

 


Otra novela que contribuyó a darle forma al género fue El monje (1796), de Matthew Gregory Lewis (1775-1818), escrita cuando el chaval contaba con apenas 20 años de edad. Se ambienta en la católica España, en un pasado indeterminado, y refleja la fascinación de los británicos con el catolicismo, junto a cuyos complicados rituales y estructura las religiones protestantes parecen mundanas. La trama, llena de acciones licenciosas y rituales demoniacos, escandalizó a las buenas conciencias de su época y le ganó a Lewis acusaciones de blasfemia. Me parece un pelín exagerada la reacción, pues siempre hemos sabido que en los monasterios reina la sodomía. Eso sí, la novela fue aclamada por gente como Lord Byron y el Marqués de Sade.

 

Trata de Ambrosio, un devoto monje, aún joven, que se ve seducido y llevado a su destrucción por la avasalladora Matilda. Ella había entrado al monasterio haciéndose pasar por un joven novicio, pero poco a poco revela ser una poderosa hechicera al servicio de los poderes infernales. Matilda, reconocida como el mejor personaje de la obra, resulta un antecedente de la vampiresa seductora, un arquetipo común en la literatura gótica. La novela en sí tiene mucha más fantasía que otras que le precedieron, lo que ayudó a consolidar la idea de que la ficción gótica puede ser tan fantástica o realista como se prefiera.

 

Otro hito del gótico fue Wieland, o la transformación (1798),  de Charles Brockden Brown (1771-1810), la primera de cuatro novelas que el autor escribió en una racha muy prolífica de dos años. Wieland nos habla de cómo una familia entera puede venirse abajo por el fanatismo religioso y la credulidad del padre, cuya devoción se convierte en algo perverso y aterrador. La gran innovación de Brown fue que sus historias ya no se ambientaban en eras pasadas, ni en países que resultan exóticos para los anglosajones, sino en los Estados Unidos contemporáneos.



No sólo en la prosa, sino que en la poesía también se fueron configurando las características que definirían al gótico. William Blake (1757-1827) fue el gran poeta, ilustrador y pintor del primer Romanticismo inglés. Realizó ilustraciones y pinturas inspiradas en las obras de los poetas del cementerio, la Divina comedia de Dante y el libro del Apocalipsis. En su Matrimonio del Cielo y el Infierno (1793), reinterpretó a Lucifer, tal como apareciera en El paraíso perdido de Milton, como un héroe romántico y al Infierno como una fuente de energía rebelde contra el autoritarismo del Cielo.

 

Su contemporáneo Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) fue otro de los fundadores del Romanticismo. Sumamente macabro es su influyentísimo poema La balada del viejo marinero (1798), sobre una maldición que cae sobre un navío porque uno de sus tripulantes comete sacrilegio de matar a un albatros. Más típicamente gótico es Christabel (1797-1800), que constituye la primera mención de la palabra vampiro en lengua inglesa. La siguiente generación de escritores góticos tomaría inspiración no sólo de los relatos macabros de los novelistas, sino de la sensibilidad de los poetas.

 

¿Y qué hay de la pintura? Ya en 1781 Henry Fuseli (1741-1825) había creado La pesadilla, una de las pinturas más macabras de la época, y que inspiró a tantos creadores en diversas disciplinas artísticas. En España, Francisco de Goya (1746-1828) pintó en 1798 los seis cuadros de su serie Asuntos de brujas, inspirados en supersticiones populares. Entre 1805 y 1810, William Blake creó la serie El Gran Dragón Rojo, inspirada en el Apocalipsis bíblico.

 


Habrán notado que casi todas las obras aquí mencionadas tienen su origen en las Islas Británicas. Sucede que, si bien hubo desarrollos importantes en otros países y grandes ejemplos en otras lenguas, el gótico es un género primordialmente británico; tanto como podemos decir que el realismo mágico es algo muy latinoamericano, o que la novela negra es algo muy estadounidense.

 

De todos modos, no tardan en aparecer relatos góticos en la Europa continental; precisamente el Marqués de Sade (1740-1814), quizá inspirado por la obra de Lewis, publicó en 1800 un cuentito titulado Rodrigo, o la torre encantada, que hace de Roderico, el último rey godo de España, un clásico villano gótico en pacto con las fuerzas del Infierno. ¡Hey, un relato gótico en el que de hecho hay godos! El ciclo se ha completado.

 

B. CARACTERÍSTICAS DEL GÓTICO LITERARIO



Walpole describió su obra como “una historia gótica”, la ambientó en un castillo gótico durante el periodo de auge del estilo gótico, y se inspiró por el ambiente de su casona neogótica. De modo que no es un misterio que el género creado por él, y adoptado por sus continuadores, fuera llamado gótico.

 

Claro que las referencias directas a la arquitectura gótica medieval no siempre formarían parte de este tipo de relatos; fueron más bien una cierta sensibilidad y un cierto tipo de ambientación lo que definirían al género, junto con algunos otros tópicos y elementos recurrentes. Entre 1764 y 1800, una primera generación de narradores y poetas fueron dando forma las letras góticas, de manera que en los albores del siglo XIX ya podemos identificar qué es lo que la caracteriza. Veamos…

 

La ambientación juega un papel fundamental en el gótico. No es sólo el trasfondo sobre el que transcurre la historia, sino que es parte de la misma; el escenario hace sentir su presencia a cada momento y es prácticamente un protagonista. El ambiente pesa sobre la psique de los personajes y define las emociones que los dominan tanto a éstos como al lector. ¿Cómo lo logra? Bueno, por lo general esta ambientación se compone de dos elementos: la naturaleza y las edificaciones.

 


La edificación suele ser un castillo o algún otro edificio grande y antiguo, como una abadía, un monasterio o una mansión. A veces puede ser un conjunto de edificios, como en el caso de una aldea o un campus universitario. Muy a menudo habrá un cementerio, cripta o mausoleo cerca o ahí mismo.

 

No necesariamente son de arquitectura gótica o neogótica (¡aunque esto es muy, pero muy frecuente!), en especial conforme nos vamos acercando a tiempos modernos y/o las historias se ambientan en el Nuevo Mundo, donde no hubo una Edad Media ni un periodo gótico. Eso sí, estas construcciones siempre dan una sensación de antigüedad y decadencia. Está claro que el edificio no pertenece al mundo moderno, que conoció mejores días, y que guarda en sí muchos secretos oscuros, de tiempos anteriores a la llegada de nuestros héroes o heroínas.

 

Es súper importante que este edificio o conjunto de ellos no se sienta como un lugar seguro; hay una presencia amenazante aquí, alguien con intenciones ocultas, algo que los otros habitantes no nos están diciendo. Para aumentar el desconcierto, el o la protagonista a menudo se verá a solas en espacios vacíos y tenebrosos, como salones, calabozos, pasadizos, habitaciones, terrazas, patios, sótanos, áticos, catacumbas, etcétera. Y, sin embargo, este lugar se siente como un refugio comparado con lo que hay afuera…

 


Uno de los rasgos que caracteriza al gótico como un arte típico del Romanticismo es el papel que juega la naturaleza. A los artistas y poetas de esta corriente se les atribuye el haber redescubierto la apreciación por los paisajes y el mundo natural, en especial en una época de progresiva urbanización e industrialización. Los románticos amaban el exterior, pero no tanto un verde prado salpicado por flores o una bonita playa tropical, como la naturaleza indómita y poderosa, la que hace sentir pequeño y vulnerable al ser humano.

 

Así, en las novelas góticas, la lúgubre edificación está rodeada por naturaleza todavía más amenazante. La civilización moderna ha quedado muy lejos y entre ella y el edificio donde se aloja nuestro héroe o heroína se extiende un escenario salvaje que podría destruir fácilmente a quien se aventurara en él. Montañas escarpadas azotadas por el viento, mares tempestuosos cuyas olas se rompen en acantilados, bosques oscuros y fantasmales donde aúllan los lobos, extensos páramos yermos, pantanos con arenas movedizas, lagos congelados o tundras cubiertas de nieve… Además, el clima casi siempre será tormentoso; habrá lluvia, ventisca, nieve, relámpagos, o por lo menos una densa niebla que todo lo envuelva en mayor misterio.

 

Sin embargo, con el tiempo aparecería otro tipo de escenario gótico, la ciudad, especialmente durante la Era Victoriana, con un Londres lleno de arquitectura neogótica, envuelto en neblina y apenas iluminado por la luz de gas. En el gótico urbano la ciudad funge a la vez como el castillo embrujado y el bosque salvaje, con peligros desconocidos acechando en cada callejón y misteriosos secretos susurrados en cada esquina.

 


El Romanticismo se caracteriza, sobre todas las cosas, por la exaltación de los sentimientos y las emociones. El nombre se asocia sobre todo a la pasión amorosa (en especial en sus expresiones más tórridas), y con frecuencia también al heroísmo y el furor patriótico. Pero asimismo son exaltadas la tristeza y la melancolía, al igual que la desesperación y el sentimiento trágico de la vida. Y, por supuesto, el miedo.

 

De ahí la sensibilidad característica de la obra gótica: el miedo es un sentimiento que los autores buscan evocar, pero no cualquier tipo de miedo, sino el temor a lo desconocido, a la incertidumbre. Este miedo viene acompañado por otras sensaciones, como el suspenso y el misterio, claro está, pero también por la melancolía y la tragedia. Antes o durante la historia principal, nuestros protagonistas sufren alguna dolorosa pérdida, y se ven agobiados por ese duelo. No obstante, hay también espacio para el romance: una subtrama amorosa que puede salvar a los personajes y hacer más llevaderos los horrores que sufren a lo largo del relato.

 

Dos conceptos están vinculados con esa sensibilidad gótica: lo sublime y lo insólito. Lo sublime se refiere a algo tan grandioso, tan magnífico y poderoso, que bien puede ser bello, pero sobre todo abruma y sobrecoge; que puede ser captado por la intuición, pero escapa a la comprensión racional. Lo insólito (uncanny), por su parte, se refiere a aquello que es extrañamente familiar, pero al mismo tiempo misterioso e inquietante, sin que se pueda determinar exactamente por qué, como si en ello se difuminaran los límites entre lo bueno y lo malo, lo normal y lo aberrante, lo placentero y lo desagradable, lo cual produce una sensación de ansiedad.

 


Esta sensibilidad es importantísima pues, a pesar de lo que comúnmente se cree, una narración gótica no necesariamente tiene que ser de terror sobrenatural. Puede estar más inclinada hacia el suspenso, puede ser una tragedia, un romance o incluso una comedia. Claro, el miedo y lo macabro siempre están presentes (por ejemplo, si es cómica, casi seguro será de humor negro), sólo que ocuparán un lugar menos preponderante frente a otras de las emociones características de lo gótico.

 

Ambientación y sensibilidad se unen y penetran la una a la otra para crear la atmósfera gótica, construida poco a poco, pues el gótico es un género especialmente atmosférico. La violencia y el gore pueden ser muy explícitos y gráficos, muy discretos y apenas sugeridos, o estar por completo ausentes, pero el horror no depende de estos elementos, sino que lo importante será siempre la atmósfera.

 

En una historia gótica, nuestro protagonista se ve caer poco a poco bajo el poder de una amenaza ante la cual no puede hacer mucho para defenderse o resistir. Cuán maligna es dicha amenaza y cuán absoluta es la impotencia de la víctima es algo que se ha de ir revelando paulatinamente para fomentar los sentimientos de terror y ansiedad.

 


Esta fuerza puede ser cualquier cosa, desde una entidad sobrenatural hasta un mortal perverso. Lo importante es que el villano tenga un poder ilegítimo sobre la víctima: puede ser un aristócrata despótico, un millonario excéntrico, un ministro corrupto, alguien que ha se ha quedado con el tutelaje de la víctima (como un padrastro), o simplemente el amo de la casa en la que está encerrada contra su voluntad.

 

Por supuesto, después de la primera ola, la literatura gótica siguió evolucionando y encontrando nuevos cauces; cada etapa de su historia, cada región del mundo donde se cultivó, cada autor que se especializó en ella o experimentó con ella alguna vez le ha dado sus propios rasgos distintivos. Además, como suele suceder cuando se habla de géneros, subgéneros y demás, no faltan casos en los que es difícil determinar si nos encontramos ante una obra gótica o una que sólo incorpora algunos elementos góticos. Todo esto lo veremos al explorar la evolución de la ficción gótica a lo largo de los tiempos.

 

C. DIOSES Y MONSTRUOS

 


La primera mitad del siglo XIX es la época del auge del Romanticismo en todo su esplendor, y con ello, de una nueva etapa para el gótico, que se irá librando de los convencionalismos del siglo anterior y ampliando sus posibilidades.

 

Arrancamos con Fausto (1808), del alemán Wolfgang von Goethe (1749-1832), que rescata la vieja leyenda tratada por Marlowe, sobre el erudito Heinrich Faust y su pacto con el príncipe infernal Mefistófeles. Gracias a su endemoniado amigo, Fausto consigue todo lo que desea, incluido seducir a la bella Margarita. Como es de esperarse, el asunto sale terriblemente mal, y tanto Fausto como Margarita se ven arrastrados a una espiral de crímenes cuanto más atroces.

 

La popularidad del gótico había hecho surgir un montón de imitaciones de mala calidad. Éstas son parodiadas exquisitamente por la inglesa Jane Austen (1775-1817) en La abadía de Northanger (1817), la primera obra a la que podemos llamar comedia gótica. Trata de una joven crédula que, de tanto leer novelas, termina creyendo quijotescamente que es el objeto de un complot macabro.

 


Ese mismo año apareció la colección Cuentos nocturnos del alemán E.T.A. Hoffman (1776-1822), que incluía El Arenero, inspirado en una figura del folclor germánico que servía para asustar a los niños cuando no se quieren dormir (equivalente a nuestro Coco, o al anglosajón Boogeyman). Sólo que aquí el Arenero es un perverso alquimista llamado Coppelius.

 

Una tormentosa noche de verano de 1816 el horror gótico tuvo una gran revolución. Cuatro amigos libertinos, figuras señeras del movimiento romántico inglés, pasaban unas vacaciones en un caserón campestre frente al lago Ginebra en Suiza. Eran el mismísmo Lord Byron (1788-1824), acompañado de su médico personal y muy maltratado amante John Polidori (1795-1821), y la pareja formada por Percy Shelley (1792-1822) y su futura esposa Mary W. Godwin (1797-1851). Estaban leyendo unos cuentos alemanes de fantasmas y se les ocurrió inventar los suyos propios. Esa noche Mary Shelly concibió Frankenstein y John Polidori se inspiró para crear El vampiro, que serían publicados en 1818 y 1819 respectivamente.

 

No creo posible exagerar la importancia cultural de Frankenstein, una de mis novelas favoritas, escrita por uno de mis mayores crushes históricos (la otra es Sor Juana), verdadera reina gótica, no sólo por sus letras, sino por la tormentosa vida que llevó. No ahondaré mucho en esta novela, pues ya le dediqué un ensayo completo.

 


Sólo diré que la renovación de las letras góticas fue total con la obra de Mary Shelley, pues, aunque conservó y cultivó sus rasgos más esenciales, rompió por completo con la trama básica de la novela gótica y trocó lo sobrenatural por una nueva fuerza en ascenso: la ciencia. Así, Frankenstein no sólo fue pionera del horror gótico, sino de la ciencia ficción, y fue la primera obra en mezclar cabalmente ambos géneros, un matrimonio que sería muy fructífero en el futuro.

 

Además, Mary Shelley no solamente hizo un relato de espantos, sino que creó una obra profundamente filosófica, llena de reflexiones sobre la sociedad, los roles de género, la otredad y la marginación, y los poderes y peligros de la ciencia. Por si fuera poco, rompió con los maniqueísmos típicos del gótico clásico, en que sólo había personajes virtuosos o perversos. Ella nos dio un Victor Frankenstein y un Monstruo con defectos y bondades, que intermitentemente son víctimas y victimarios el uno del otro. En fin, es un portento este libro.

 

Por su parte, El vampiro de Polidori introdujo a este ser a la narrativa en lengua inglesa, y lo convirtió para siempre en un personaje arquetípico de la literatura gótica. El cadáver putrefacto y sin mente de las leyendas de Europa oriental se convertía aquí en un aristócrata seductor y manipulador que no sólo depreda a sus víctimas, sino que las destruye en cuerpo, alma y mente. Por añadidura, traslada la acción desde los bosques balcánicos a los salones de la alta sociedad londinense. Lo gótico ya no sería ni pasado ni exótico: el horror había llegado a casa.

 


Del otro lado del Atlántico, Washington Irving (1783-1889) creaba La leyenda de Sleepy Hollow (1819), que introducía a uno de los personajes más emblemáticos del horror gótico (y uno de mis favoritos personales): el Jinete sin Cabeza. También es la primera narración literaria de fantasmas ambientada específicamente durante las celebraciones de la cosecha en otoño; es decir, la fiesta que terminaría por convertirse en el Halloween.

 

De vuelta al Viejo Mundo, el irlandés Charles Maturin (1780-1824) escribió la última gran novela gótica en el estilo tradicional, Melmoth el errabundo (1820), sobre un villano cuasi inmortal que, queriendo zafarse de un pacto faustiano con el diablo, tortura a infortunados personajes para que tomen su lugar. El verdadero terror que provoca el villano de esta historia la han convertido en un clásico, alabada por grandes como Balzac, Baudelaire, Wilde y el mismo Lovecraft.

 

D. NUNCA MÁS

 


Ambientada en el ocaso del periodo gótico y en la más emblemática de las catedrales góticas, Nuestra Señora de París (1831) del gran escritor francés Víctor Hugo (1802-1885), es sin duda la mayor de las novelas góticas del Romanticismo, especialmente de aquellas que no se centran en el horror ni tienen elementos sobrenaturales. Como vimos, el autor quería fomentar el interés del pueblo francés en la grandeza de la arquitectura gótica como un patrimonio cultural que estaba en riesgo de perderse, y por ello hizo de la catedral de Notre-Dame no sólo el escenario, sino la protagonista de su historia.

 

El archidiácono Claude Frollo es uno de los mejores villanos góticos, un clérigo corrompido por el poder y cegado por la lujuria. El pobre Quasimodo es uno de los mejores ejemplos del “monstruo” de aspecto repulsivo que en realidad es una trágica víctima de las circunstancias. La hermosa gitana Esmeralda, a quien desean casi todos los personajes masculinos de la novela, es tan desgraciada como su deforme admirador.

 

La novela es principalmente una tragedia, pero no está exenta de elementos macabros y mórbidos. Su enfoque totalizador y su afán de retratar todos los aspectos posibles del París medieval la convirtieron en un monumento de la literatura francesa y una influencia mayor en el desarrollo de la narrativa. Además logró el cometido de revivir el interés en la arquitectura gótica, así que en las décadas siguientes se vendría una oleada, primero de restauraciones de edificios medievales y después de la erección de nuevas construcciones en estilo neogótico.

 


Otra novela gótica que no es de horror ni sobrenatural es Cumbres borrascosas (1847), de Emily Brontë (1818-1848). Hay sugerencias de apariciones fantasmales, pero que fácilmente se pueden explicar por la sugestión a la que se someten los personajes. Y mucho de lo que pasa en ella es horrible, pero por la violencia psicológica y emocional que los protagonistas ejercen unos sobre otros que y no por alguna malignidad ultramundana. Sobresale por el personaje de Heathcliff, quien de ser un antihéroe que tiene encanto y apela a cierta compasión, pasa a convertirse en un villano cada vez más consumado, cuya amargura y crueldad terminan destruyéndolo a él y a todos los que le rodean. Todo en nombre de una obsesión posesiva a la que él llama “amor” por la bella Catherine (pero a lo que hoy llamaríamos “masculinidad tóxica”).

 

Ese mismo año, y yendo en dirección diametralmente opuesta, concluía la publicación de Varney, el vampiro, que había comenzado aparecer dos años antes en los infames penny dreadfuls. Éstas eran publicacione serializadas muy baratas (costaban un penique, de ahí el nombre), que eran compradas ávidamente sobre todo por varones jóvenes de clase trabajadora. A menudo trataban de crímenes, aventuras y, sobre todo, relatos de horror. Fueron los antepasados directos de las revistas pulp y contribuyeron a la evolución de los géneros fantásticos.

 

Varney fue la primera novela de vampiros de la historia e introdujo varios tópicos que ayudaron a configurar el arquetipo de vampiro moderno. Lord Varney no sólo fue el primer vampiro que de hecho tenía colmillos afilados, sino que era una figura trágica que lamentaba su propia condición. El que haya sido publicada por tantas partes a lo largo de tanto tiempo la hace no sólo larguísima (más de 850 páginas), sino contradictoria y confusa. Desde entonces su autoría se ha atribuido a dos creadores de penny dreadfuls: James Malcolm Rymer (1814-1884) y Thomas Peckett Prest (1810-1859).

 


Alejandro Dumas (1802-1870), el maestro de la aventura y el folletín, y sólo superado por Hugo en la narrativa francesa del Romanticismo, nos dejó un estupendo libro de espantos, Los mil y un fantasmas, publicado en 1849. Es una colección de relatos que tiene como narración de marco a un grupo de personas que cuentan una por una sus experiencias con fenómenos inexplicables. Personalmente destaco dos: La bofetada de Charlotte Corday, que nos transporta a tiempos de la Revolución y la guillotina para contar una trágica historia de amor con toques mórbidos. El otro es La dama pálida, una absolutamente gótica historia de vampiros. Como dato adicional, ya en la cúspide de su carrera Dumas se hizo construir un castillo neogótico al que llamó Monte-Cristo.

 

En Estados Unidos, mientras tanto, Nathaniel Hawthorne (1804-1864) continuaba la tradición gótica con La casa de los siete tejados (1851). Ambientada en un caserón histórico (que de hecho existe en el embrujado pueblo de Salem), cuenta la historia de una maldición que cae sobre varias generaciones de una familia. Además del horror, Hawthorne aprovecha su relato como crítica del puritanismo religioso y la desigualdad de clases en la sociedad estadounidense. Del mismo autor valen la pena los cuentos breves El joven Goodman Brown (1835) y La hija de Rapaccini (1844), efectivamente espeluznantes.

 

Si de cuentos se trata, la corona del horror gótico no pertenece a nadie más que al único e inigualable ídolo de todos los chicos y chicas darketos del mundo: Edgar Allan Poe (1809-1849). La pluma de este desafortunado autor estadounidense no sólo nos dejó relatos policiacos y de ciencia ficción que marcaron definitivamente estos géneros, sino que además creó los cuentos de terror más famosos e influyentes de la literatura en cualquier idioma.

 


Hablar del maestro Poe requeriría un ensayo en sí mismo. Bástenos decir que supo crear narraciones que manejaban a la perfección la estética y la sensibilidad del gótico y que al mismo tiempo eran lo suficientemente originales como para crear escuela por sí mismos. La caída de la casa Usher, El pozo y el péndulo, El gato negro, El barril de amontillado, La tumba de Ligeia, El corazón delator, El entierro prematuro, Los crímenes de la calle Morgue y, sobre todo, La máscara la Muerte Roja han cautivado la imaginación y dado pesadillas a sus lectores durante ya casi dos siglos.

 

Por supuesto, no podemos ignorar su poesía, encabezada por esa obra maestra que es El cuervo, melancólico y lúgubre, a la vez macabro y profundamente conmovedor. No quedan muy detrás El palacio encantado, sobre un rey que teme a las fuerzas oscuras que se ciernen sobre él, y El gusano conquistador, sobre la fragilidad y futilidad de la vida humana. Poe fue relativamente ignorado en su propio país, y tuvo que ser redescubierto por los franceses. Los poetas malditos del Romanticismo francés tardío se inspiraron en él: Charles Baudelaire (1821-1867), Paul Velaine (1844-1896) y Arthur Rimbaud (1854-1891).

 


En las letras españolas, el mejor representante del Romanticismo gótico es Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), romántico hasta la médula en cada aspecto de su ser y de su vida. A lo mejor se le conoce más por sus poemas amorosos, ciertamente encantadores, pero con la misma pasión podía hablar de las cosas más lúgubres. En varios de sus relatos recoge leyendas medievales: El miserere nos lleva una noche espantosa a las ruinas de un monasterio; El Monte de las Ánimas es un relato aterrador ambientado en la Noche de Difuntos; El gnomo es quizá el que más escalofríos me causó, pero a lo mejor es que yo le tengo mucho miedo a los duendes y criaturas similares. En general todas sus Leyendas son excelentes ejemplos de narrativa gótica. En cuanto a su lírica, no se pierdan Dios mío, qué solos se quedan los muertos.

 

El Romanticismo gótico también se expresó en la música. Destacan de este periodo composiciones como Sueño de una noche de Sabbath, de Héctor Berlioz (1830), Marcha fúnebre de Frédéric Chopin (1840) Una noche en la Árida Montaña, de Modest Mussorgsky (1867), La danza macabra de Camille Saint-Saëns (1874) y otras de las que tengo un bonito compendio por acá.

 

E. DESDE EL INFIERNO

 


La Era Victoriana inicia oficialmente en 1837, con la coronación de la reina Victoria de Inglaterra, y termina en 1901 con su muerte. Así pues, la última etapa del Romanticismo, a la que dedicamos el apartado anterior, coincide con las primeras décadas del reinado de esa longeva monarca. Sin embargo, es más bien el último tercio del siglo lo que asociamos con lo victoriano: una época de grandes avances científicos y tecnológicos, industrialización y urbanización aceleradas; el crecimiento de la clase burguesa; el aumento de la alfabetización y la explosión del mercado editorial; el boom de la arquitectura neogótica; ferrocarriles y máquinas de vapor por todas partes; Darwin y Marx sacudiendo la concepción que la humanidad tiene de sí misma; un renovado interés en la magia, el espiritismo y la hipnosis; teatros de grand guignol, museos de cera y espectáculos de fenómenos; señores con sombreros de copa, señoritas con corsé y polizones, y mucho, mucho más.

 

Por supuesto, en esta época siguió floreciendo la literatura gótica y hasta alcanzó nuevas cumbres. Pero, aunque está fuertemente influida por el Romanticismo, esta literatura es más aburguesada y urbana, menos melodramática y más cerebral; pesan más la ciencia y la investigación racional, incluso de los fenómenos paranormales; es una literatura menos experimental en sus formas y más naturalista en su retrato de la psique humana, pues ha tomado influencias del movimiento realista. Eso sí, no por ello deja de ser magnífica.

 

El irlandés Joseph Sheridan Le Fanu (1814-1873) se ganó un lugar entre los maestros del gótico con dos novelas convertidas en clásicos. Una es El tío Silas (1864), que retoma la trama gótica básica, de una joven inocente y el perverso tío que la encierra en una mansión con el objetivo de torturarla psicológicamente hasta la locura para poder quedarse con su herencia. Más importante todavía es Carmilla (1871), la primera narración de vampirismo lésbico, cuyo impacto en la cultura popular se ha sentido a lo largo de siglo y medio.

 


En Francia, Paul Féval (1816-1887) publicó La ciudad vampiro (1874), una comedia gótica de humor negro que parodia las convenciones del género (junto con el carácter de los ingleses). Tiene como protagonista a la mismísima Anne Radcliffe, que se enfrenta a un vampiro con poderes tan extraños y grotescos que más que a Drácula recuerda a La cosa de Carpenter. La descripción de la epónima ciudad es lo mejor de la obra: gótica y surreal a más no poder, una urbe que al mismo tiempo es un camposanto. El libro no es una maravilla, pero sí una curiosidad muy original.

 

El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1886), de Robert L. Stevenson (1850-1894) es la primera obra maestra del gótico urbano victoriano. El argumento es bien conocido: el honorable doctor Jekyll, en su búsqueda por comprender la dualidad de la naturaleza humana, encuentra la manera de transformarse en un ser que encarna todo lo peor de sí mismo, el perverso y homicida señor Hyde. El impacto de esta novela breve es insoslayable. Desde Frankenstein no se había visto otra obra que mezclara tan perfectamente horror gótico con ciencia ficción, pero a partir de entonces veríamos más y más de ello.

 


Por ejemplo, tenemos el trabajo del increíble cuentista francés Guy de Maupassant (1850-1893), quien además de habernos dejado muchos grandiosos relatos espectrales, nos legó esa obra maestra que es El Horla (1887), uno de los mejores cuentos de terror de todos los tiempos, sobre una criatura invisible que se alimenta de la energía de su víctima y que llega a controlar su voluntad.

 

El protagonista sospecha que el Horla puede ser bien el siguiente paso en la evolución, o bien el primero de una avanzada de seres extraterrestres, pero al fin y al cabo destinado a sustituir a la raza humana como la especie dominante en la Tierra. Éste es quizá el primer relato de vampiros en el que el monstruo no es sobrenatural, sino que tiene un origen propio de la ciencia ficción.

 

El maestro de ese género, entonces llamado scientific romance, fue sin duda el francés Julio Verne (1828-1905), quien nos dejó tantas aventuras inspiradas en posibilidades científicas y tecnológicas. Verne fue un gran admirador de Poe, y esto lo deja ver en el relato Maese Zacarías (1854), sobre un relojero suizo que ha hecho un pacto faustiano para ser el mejor en su oficio; no sólo es inusualmente macabro en la obra de Verne, sino que adelanta algunas ideas sobre la robótica. El castillo de los Cárpatos (1892) es una novela que retoma los elementos típicos del gótico y les da un giro de ciencia ficción, cuando los fantasmas y apariciones son explicados a través de artilugios mecánicos que llenan cada cuarto del supertecnológico castillo epónimo.

 


En 1888 se dieron los espantosos crímenes de Jack el Destripador, el feminicida serial más famoso de la historia. La forma en la que fueron mutilados los cuerpos de las cinco señoritas asesinadas sugiere que el culpable tenía conocimientos médicos, y por lo mismo, preparación académica, por lo que debía tratarse de alguien de cierto nivel social. Los crímenes cimbraron tanto a la sociedad londinense, que un grupo de voluntarios se organizó para vigilar el distrito de Whitechapel y tratar de aprehender al asesino. Nunca lo consiguieron. En octubre de ese año, el presidente de ese comité recibió la mitad de un hígado humano y una carta del Destripador firmada “desde el infierno”. Aunque estos acontecimientos son externos a la literatura en sí, inspiraron incontables obras de ficción macabra y contribuyeron a cimentar la imagen del Londres victoriano como el escenario ideal para el horror gótico.

 

Poco después, el celebérrimo Oscar Wilde (1854-1900) presentaría El retrato de Dorian Grey (1890), que vuelve al tema del pacto faustiano y la obsesión con la vida eterna. Aquí el protagonista es un joven y apuesto dandi, cuyo retrato mágico envejece en lugar suyo, lo que le permite darse a una vida de excesos y hedonismo. Además de ser una crítica de la sociedad de su tiempo con mucho de inspiración autobiográfica, el notorio subtexto homoerótico de esta novela la ha hecho un clásico.

 

Y así llegamos a la culminación del gótico victoriano con Drácula (1897), la obra maestra del irlandés Bram Stoker (1847-1912). Hay tanto que se podría decir de este libro que no sé por dónde empezar. Drácula, Van Helsing y Mina son de mis personajes ficticios favoritos de toda la vida. De todos los villanos góticos, el Conde es el más gótico y el más villano. ¿Y qué puede ser más victoriano que la lucha de un hombre de ciencia contra un monstruo demoniaco de tiempos pretéritos? Mina es la heroína gótica por excelencia, mujer virtuosa, pero también valiente y sagaz (“una mujer con cerebro de hombre”, la describe Stoker, sin duda queriendo hacer un cumplido, aunque a nosotros no nos suena mucho a tal).

 


Stoker introdujo y definió tantas características del vampiro literario, que desde entonces toda la ficción vampírica prácticamente lo ha continuado o ha buscado apartarse él. Conociendo los antecedentes en la literatura gótica, y en particular en la de vampiros, uno puede llegar a identificar de dónde vienen cada uno de los elementos de esta novela. Y, sin embargo, nadie los había sabido conjugar todos de forma tan magistral como Stoker.

 

Gótico clásico cuando Drácula tiene a Harker prisionero en su castillo; gótico urbano cuando el Conde ha llegado a Londres y acecha a sus víctimas en su nuevo hogar; fantasía gótica cuando Van Helsing y su equipo dan caza al vampiro a través de media Europa. Oposición entre un mundo antiguo de monstruos y supersticiones, y un mundo moderno con trenes, fonógrafos y medicina científica. Oposición entre la moral arcaica de una moribunda aristocracia y la sana moral de la buena burguesía victoriana. Simplemente, es imposible concebir la historia de la literatura de terror sin Drácula, que junto a Frankenstein y Jekyll y Hyde forma, según Stephen King, la trilogía más fundamental e influyente del género.

 

Una obra más hemos de mencionar, Otra vuelta de tuerca (1898) de Henry James (1842-1916), relato de una mansión embrujada en la que la presencia fantasmal de dos pecaminosos amantes parece estar pervirtiendo la inocencia de unos niños huérfanos. Más psicológica y sutil que otras novelas góticas, se siente increíblemente moderna.

 

F. CON EXTRAÑOS EONES

 


No es como que muerta doña Victoria se extinguiera la cultura que se había desarrollado bajo su reinado. Durante los primeros años del siglo XX, antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, surgen algunas otras obras importantes del gótico. El sabueso de los Baskerville (1902), de Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930), retoma las típicas leyendas inglesas de los perros negros, emisarios de la muerte, para darle un misterio insólito a su héroe, el brillante detective Sherlock Holmes. A mi gusto ésta es la mejor novela del personaje, estupendo híbrido de horror gótico y novela policiaca.

 

El Fantasma de la Ópera (1910) del francés Gastón Leroux (1868-1927) nos dio a uno de los últimos villanos góticos clásicos, el misterioso y deforme Fantasma. El éxito de esta novela fue inmediato, y se convirtió en uno de los primeros clásicos en ser adaptados al cine. Por su parte, Carnaki, el cazafantasmas (1913), colección de relatos escritos por el inglés William Hope Hogdson (1877-1918), cimentó el arquetipo del investigador de lo paranormal que mezcla conocimientos científicos con ocultistas. Por último, El Golem (1914), del austriaco Gustav Meyrink (1868-1932), inspirado por la leyenda judía de un humanoide con forma de barro que adquiere vida cuando se escribe el nombre verdadero de Dios, destaca por su cautivadora atmósfera y lo inusual de su trama.

 

Sin embargo, tras la Primera Guerra Mundial el gótico en la literatura comienza a ceder el paso a otros estilos. Ya el cuentista Ambrose Bierce (1842-1914) había publicado relatos siniestros que, inspirándose en los horrores reales de la Guerra Civil, diferían bastante en sus escenarios y argumentos de la tradición gótica. En La isla del Doctor Mureau (1896) y La guerra de los mundos (1896) H.G. Wells presentó nuevos y desconocidos horrores que nada tenían que ver con lo gótico. La obra de Arthur Machen (1863-1947), Robert W. Chambers (1865-1933), Lord Dunsany (1878-1957) y el mismo Hogdson anunciaban la llegada de un nuevo género: el horror cósmico. 



Las revistas pulp, que aparecieron a finales del siglo XIX, conocieron su época dorada en las décadas de 1920 y 1930. En ellas, aparecieron nuevas variantes de la literatura de terror, que ya no tenían nada que ver con lo gótico. La mezcolanza desordenada de géneros en obras sensacionalistas y chocantes dejó abandonada la elegancia decimonónica. Esto no quiere decir que el pulp no nos diera auténticas joyas entre tanta basura escrita para satisfacer a un mercado ávido y poco exigente. Los trabajos de Clark Ashton Smith (1893-1961), Robert E. Howard (1906-1936), August Derleth (1909-1971), C.L. Moore (1911-1987) y Robert Bloch (1917-1994) llevaron el horror a nuevos territorios.

 

De entre ellos sobresale el maestro Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), admirable por su genio, digno de compasión por su trágica vida y odioso por su ideología intolerante y reaccionaria. Al principio de su carrera sus relatos eran de un estilo gótico más clásico, pero conforme maduraba le fue dando forma a su especialidad, el horror cósmico, en el que los monstruos, maldiciones y dioses oscuros son representaciones de un universo frío e indiferente en el que el ser humano, con todos sus sufrimientos, es insignificante. Considero a Lovecraft, uno de mis escritores de terror favoritos, el último de los góticos y el primero de los modernos.

 

Después de Lovecraft y la generación pulp, el gótico en las letras dejaría de ser el estilo dominante y ya sólo regresaría de forma esporádica. Sin embargo, al mismo tiempo que esto sucedía en el mundo de la palabra escrita, el gótico encontraba un nuevo hogar en las pantallas de cine, lo que impactaría para siempre la cultura popular. Pero ése será el tema de nuestro próximo capítulo.

 


En nuestro próximo capítulo veremos cómo, en un siglo audiovisual, otros creadores retomaron lo que los escritores estaban abandonando, dándole una nueva vida en El Cine Gótico. Si lo prefieres, puedes ver qué otros temas aborda esta serie en el ÍndiceEn estos otros artículos puedes leer extensamente sobre algunos de los temas que apenas tocamos en esta entrada:


Principales fuentes consultadas para este capítulo:

2 comentarios:

Jacob dijo...

La descripción de Wieland me recuerda a la película The Witch, y la descripción de La balada del viejo marinero me recuerda a The Lighthouse... Ahora que lo pienso, la siguiente película de ese director será una nueva versión de Nosferatu... Es una consistencia en estilo muy interesante de la que no me habría percatado de no ser por este artículo

Maik Civeira dijo...

Excelente observación, mi perspicaz amigo. La similitud entre Wieland y The Witch salta a la vista, y en cuanto a The Lighthouse, el mismo director reconoció las influencias del poema de Coleridge. Gracias por leer.

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