La fiesta de la kakistocracia - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

martes, 15 de junio de 2021

La fiesta de la kakistocracia


Kakistocracia: del griego κάκιστος (kàkistos), el peor y κράτος (kratos), gobierno, es un término utilizado en análisis y crítica política para designar un gobierno formado por los más ineptos (los más incompetentes, los menos calificados y los más cínicos) de un determinado grupo social.

 

En esta ocasión no escribí un texto antes de las elecciones de junio de 2021. Es que, para ser sinceros, el panorama es tan desolador y deprimente que no tenía nada que decir. Mi costumbre suele ser escribir algo reflexionando sobre las opciones de voto y argumentando sobre la mejor o, de perdido, la menos peor. Sin embargo, para estas elecciones intermedias no habría podido decir con la conciencia tranquila “vota así o asá, no vayas a votar, o anula tu voto”. Es más, ni siquiera les voy a contar lo que hice con mi voto porque no hay forma de que algún grupito no se enoje conmigo y venga a tirarme cascajo. Eso sí, puedo comunicarles que fui funcionario de casilla y que eso es una mega chinga. En conclusión, creo que éstas han sido las peores elecciones de mi vida.

 

Campañas vacías, sin propuestas serias ni relevantes, con candidatos impresentables, desde celebridades de pacotilla a delincuentes denunciados, realizando actos publicitarios que le darían pena al adolescente más desesperado por atención en Tik Tok. Y eso era, y no puedo subrayarlo lo suficiente, en TODOS los partidos. Era como para armar otra antología de “nos gobiernan los subnormales”, pero he estado tan desanimado que no pude encontrar las ganas de hacerlo.

 

Sobre todo, candidatos demostrando que la ciudadanía no podría importarles menos; todos los partidos y todos los gobiernos decidieron hacer de cuenta que no estábamos en pandemia para poder tener sus mítines y sus reuniones masivas e ir a votar el domingo 6 de junio. Como si fuera un milagro, los semáforos pandémicos se pudieron en verde a semanas antes de las elecciones, sólo para volver al rojo apenas pasaron éstas. Para mí está claro lo que pensó nuestra clase política: que se contagie y se muera quien tenga que contagiarse y morirse, pero que antes vaya y vote por mí.

 


¿Qué se hace en un escenario así? Algunas razones para actuar de una u otra forma me han parecido comprensibles, pero ninguna encomiable. ¿Votar por Morena para que esa fracción que sí es progresista tenga la oportunidad de seguir avanzando? Comprensible. ¿Votar por otros partidos a sabiendas de que no son mejores que Morena, no más para equilibrar las fuerzas? Comprensible. ¿No ir a votar o anular el voto? Comprensible.

 

Pero ninguna que pudiera recomendar, mucho menos aplaudir. Porque en tres años no hemos visto que esa ala progresista de Morena se haya empoderado de forma alguna. El conservadurismo de Amlo y sus pactos con los oligarcas, las iglesias cristianas y los partidos rémoras hasta ahora han impedido que avancen proyectos en cuestiones de género y diversidad sexual, por ejemplo. Por otro lado, no veo que vaya a ser muy diferente la vida del ciudadano común con el poder repartido entre más organizaciones delictivas que concentrado en una.

 

Hay cosas que ha hecho el gobierno de Amlo que me parecen muy bien. Todo eso de los apoyos a los ancianos o a los jóvenes desempleados, el aumento al salario mínimo o la regularización del outsourcing. Ésa es la 4T por la que voté. Pero a cambio tenemos que soportar la destrucción de la ciencia mexicana, el desdén total por temas ambientales y de género, el ataque a las instituciones autónomas, y la obsesión con restaurar la economía petrolera cuando los científicos nos están diciendo que si queremos parar el cambio climático hay que dejar todos los combustibles fósiles en el subsuelo.

 

Muchos de los principales problemas causados por los gobiernos del PRI y el PAN permanecen aquí. Esos problemas que nos indignaron, que nos hartaron, que nos llevaron a probar un cambio, una opción distinta a la de siempre, no han mejorado con el gobierno de Amlo. Le economía sigue por los suelos, la violencia no ha hecho más que crecer, la desigualdad también ha aumentado. Y sí, estos son males heredados de los gobiernos anteriores, pero no se vislumbran ni siquiera estrategias efectivas para enfrentarlos.



Creo que todos conocemos, de la política de nuestras respectivas localidades, a algún personaje que militó en el PRI, y de la forma más jurásica posible, para ahora lucirse como flamante miembro de Morena. Además de nombres conocidos en candidaturas y puestos de elección popular, sé de un conocido de mi familia extendida que hasta hace unos años se dedicó al espionaje político para el PRI tabasqueño y que ahora se dedica a hacer lo mismo para Morena. Pero vamos, que ese chapulineo se daba también entre el PRI y el PRD, el PAN y los otros partiduchos mexicanos.

 

¿Recuerdan cómo el PRI difundía la teoría conspiratoria de que el Movimiento Estudiantil del 68 era parte de un complot del comunismo internacional? ¿O se acuerdan en los 90 cuando hicieron circular el rumor de que el EZLN era una creación de los gringos para quedarse con Chiapas? Bueno, pues ahí tienen a los fans de la Cuarta Transformación diciendo que el movimiento feminista está financiado por el PRIAN (con todo a imágenes trucadas para mayor énfasis), o que el EZLN fue una creación de Salinas.

 

De hecho, mi problema con Morena es precisamente que es demasiado igual a los partidos de siempre. ¿Cómo vienen a decirme entonces que para frenar al Peje hay que votar por los otros? Si no quiero un regreso a lo de antes, que estaba también del demonio.  ¿Cómo se atreven el PAN y el PRI a criticar en la 4T eso que ellos mismos provocaron? ¿Qué tan idiotas nos creen para decirnos que si ahora ellos gobernaran resolverían enseguida los mismos problemas que sólo se dedicaron a alimentar por décadas? ¿Con qué cara un PAN, que nos ha dicho que Morena es lo mismo que el PRI, nos pide que votemos por ellos en alianza con el PRI?

 


Pero, al mismo tiempo, ¿cómo se atreve Morena a decir que con ellos todo ha cambiado, si deja a nuestros peores problemas igual que antes? ¿Con qué cara nos dice Morena que es mejor que los partidos de antes, si está lleno de figuras impresentables que hasta hace poco militaban en esos mismos partidos? ¿Cómo habla de haber derrotado a la mafia del poder, cuando se alía con los partidos rémora de la partidocracia de siempre? ¿Cómo dice Amlo haber roto el pacto con la oligarquía cuando se pasea de la mano con Carlos Slim y Ricardo Salinas Pliego? ¿Cómo habla del “periodo neoliberal” en pasado, cuando proyectos como el del Tren Maya, con sus despojos territoriales y sus concesiones a sus empresarios consentidos, son típicamente neoliberales?

 

Después de más de un año de enfrentar la peor pandemia de la humanidad en cien años y más de una década de estar viviendo ya los estragos de una crisis climática, ni el gobierno ni los partidos de oposición presentaron propuestas ni proyectos para avanzar hacia energías sustentables, para frenar las actividades extractivas que destruyen el medio ambiente, para fortalecer el sistema de salud pública o aumentar la inversión en ciencias, de forma que podamos enfrentar mejor las próximas pestes que, no dejan de advertirnos los expertos, están por venir. El mundo yéndose a la mierda y nosotros tenemos que escoger entre los que prometen volver a petrolizar la economía y los que prometen defender a los fetos y discriminar a los gays.

 

La derecha no hizo más que un pobre intento de capitalizar la decepción de la 4T en cuestiones de género y ambientalismo (contando con que olvidemos su pésima trayectoria en estos rubros). Ante la rampante violencia de género, propone un feminismo superfluo, blanco, transfóbico, abolicionista y pro-feto. Ante la crisis climática propone introducir tecnologías sustentables, pero en manos de las corporaciones y con una perspectiva individualista (¡pensar en autos eléctricos, en vez de transporte público masivo y accesible!); en fin, ambientalismo para quien pueda pagarlo. Ante todo lo que ha hecho mal la Cuarta Transformación, la oposición no ofrece nada mejor que no ser Morena.

 


Amlo no causó la polarización actual del país. El país ya estaba dividido, Amlo sólo capitaliza y alimenta esa división. Sí, es indignante que Amlo diga que la gente pobre, humilde, buena y trabajadora entiende que cosas como la del colapso del Metro suceden y así es la vida y que es sólo la clase media para arriba la que se queja, más todavía cuando debió su triunfo en 2018 a la clase media y a los sectores más estudiados del país. Sí, es un típico discurso demagógico que divide a la población de un país en “el pueblo”, y “el no-pueblo”. El pueblo es el que está con el caudillo, al que éste representa, por el que trabaja y, en consecuencia, el que importa. El no-pueblo, que se joda, es el que está en contra del caudillo, por la única razón mezquina de que ve sus intereses perjudicados cuando el caudillo trabaja para el bien del pueblo.

 

Pero del otro lado no hay voluntad de entender por qué ese discurso demagógico es tan efectivo, cómo es que hay masas tan amplias que históricamente han sido ignoradas por los políticos que ahora se sienten representadas y reivindicadas por ese discurso. Esto no sería posible si nuestro país no fuera tan desigual, tan clasista y tan racista, con una clase media que se siente mejor que la que está un escalón abajo y que cree que sus intereses son los mismos que los del empresariado millonario. ¿Cómo se figuran que Amlo puede hablar contra los clasemedieros aspiracionales y fifís, y al mismo tiempo pactar con oligarcas y jerarcas religiosos, y salirse con la suya?

 

¿Qué tenían los partidos de oposición y las élites para responder a esto? Sembrar más pánico contra una inexistente “izquierda radical”, más discursos clasistas e igual de polarizadores, intentos patéticos por aproximarse a unas clases populares a las que ni entienden ni valoran y a las que siguen alienando. Sí, hay muchas críticas válidas contra el Peje y Morena y su 4T, emitidas por algunas figuras señeras del activismo, el periodismo y la academia. Pero ésas no son las que permean hacia el discurso cotidiano ni a las propuestas de los partidos de oposición. Le preguntas a cualquier hijo de vecino por qué ese Amlo es tan malo, y responderá algo en la línea de “quiere ser un dictador” o “le da dinero a los flojos que no trabajan”.

 


Miren, como yo lo veo, la cosa está así. Todos los partidos políticos mexicanos tienen la misma ideología básica: hacerse de poder y dinero. Todo lo demás es imagen de marca, una identidad con la que los partidos pretenden venderse a sus consumidores. En los hechos, en sus acciones, difícilmente se distinguen unos de otros. Sí, hay algunas figuras muy respetables en Morena, incluso una que otra en los otros partidos, pero éstas, junto con sus visiones y propuestas, quedan ahogadas en la marisma de la partidocracia. Como organizaciones, ninguno de los partidos merece ser defendido por nadie.

 

La narrativa de que Morena “es muy de izquierda” le sirve tanto al partido como a sus opositores, pues permite presentar una lucha de mafias por cotos de poder como si fuera un conflicto ideológico. La derecha puede concentrarse en sembrar pánico por cosas que Amlo no hace (comunismo, matrimonio gay, aborto, drogas), porque las cosas que sí hace (militarización, pacto con oligarcas, concentración del poder) son las que ha hecho la oposición cuando gobierna. Además, puede atribuir todo lo que ha hecho mal Amlo a su ideología de izquierda, y con ello satanizar de antemano cualquier proyecto verdaderamente izquierdista que pueda surgir. Por su parte, la 4T puede descalificar cualquier crítica u oposición como “los conservadores”, aunque en realidad su gobierno sea tremendamente conservador, y le ha servido para venderse a los izquierdistas de siempre: “Tú apoyas a la izquierda, ¿no? Pues esto es izquierda, ¡apóyalo!”

 

A mi parecer, Morena se va perfilando para convertirse en una de esas extrañas entidades que sólo pueden surgir en América Latina, como lo fueron el viejo PRI o el peronismo: algo que no es realmente ni de izquierda ni de derecha, sino de ambas y de ninguna a conveniencia, pero, eso sí, cien por ciento populista y autoritario, capaz de despertar odios y filias tan intensos como irracionales.

 


Un ya clásico ensayo político de la revista Vox se titula How politics make us stupid. En pocas palabras, nos advierte que la valoración de los hechos factuales y el pensamiento lógico toman un lugar secundario frente a nuestro sentido de pertenencia y lealtad a una tribu política. Y esa lealtad no tiene nada que ver con los hechos, con el apego a ciertos valores o con la valía de los individuos, sino que proviene una necesidad irracional de defender a la propia tribu y los propios colores.


Si nos consideramos a nosotros mismos de izquierda o derecha, del equipo rojo o del azul, será más importante defender ese sentido de pertenencia que reconocer hechos (científicos, históricos, de cualquier tipo) o razonar con lógica y congruencia. Siempre será una mayor prioridad estar a favor de las posturas, acciones o personalidades que se acepten como los propios de la tribu en ese momento; todo lo demás es secundario. Si lo hace mi tribu está bien; si la otra hace lo mismo, está mal. Si habla bien de mi tribu y mal de la otra, es verdad; si al revés, es mentira. Y, por supuesto, esto también afecta a los centristas ilustrados que creen que no tienen ideología.

 

Aplicando el concepto al caso específico de México, bien podríamos decir Cómo Amlo nos vuelve pendejos. Eso explica por qué los seguidores de Amlo, supuestamente de izquierda, en realidad conceden un mayor peso a la fidelidad a su líder que a los valores tradicionales de la izquierda. En caso de contradicción entre uno u otro, “izquierda” pasa a ser lo que sea que Amlo haga o diga. Ni siquiera es hipocresía; no se dan cuenta de los sesgos cognitivos que los llevan a estas conclusiones incongruentes e irracionales.

 


En un muy interesante video-ensayo sobre la relación entre Donald Trump y sus fanáticos, Leon Thomas aborda la cuestión de cómo es posible que éstos creyeran tantas mentiras. Thomas responde que sólo tienen que creer UNA mentira: la grandeza incuestionable de su caudillo. Todo lo demás lo adaptan a esto último. Es verdad si coincide con ese axioma; es mentira si lo contradice.

 

Esto me pareció útil para entender la mentalidad de los amlovers inamovibles. ¿Cómo es posible que se traguen tantas patrañas? ¿Cómo pueden ignorar tantos desaciertos, tantos errores, tantas cosas criticables? Es que sólo necesitan creer una cosa: que el Peje es grande y es de izquierda. Todo lo demás se ajusta a este dogma de fe. Así, si Amlo hace lo que sea, debe ser grandioso y favorecedor de un gran proyecto izquierdista. Si lo que hace es algo obviamente contrario a los valores de la izquierda, debe ser una concesión temporal, parte de su magistral estrategia a largo plazo para, algún día, tener una utopía de izquierda.

 

Así, tenemos amlovers justificando la militarización del país;  amlovers descalificando a intelectuales y periodistas que alguna vez eran los referentes del discurso izquierdista; amlovers promoviendo teorías conspiranoicas propias de fanáticos de Trump; amlovers tirándole mierda al feminismo y al progresismo como cualquier facho fan de Laje; amlovers diciendo lo mismo que cualquier neoliberal para poner la industria petrolera por encima del combate al cambio climático; amlovers que hace unos años eran los más contestatarios y críticos del gobierno, convertidos en los más agachados lamehuevos del poder.

 


Los fieles del Peje han creado la figura del “progre”. En todo el mundo, y también en México, “progre” es un término despectivo usado desde la derecha para denostar a la izquierda, en especial la preocupada por asuntos de justicia social. Mientras, los fanáticos de Amlo lo usan para descalificar las críticas a la 4T que provengan de la izquierda. Para los amlovers, los progres se creen de izquierda, pero en realidad son tontos útiles de la derecha y sólo se preocupan por asuntos superficiales, como el feminismo, la lucha LGBTQ+ y el ambientalismo, pero se asustan por la forma en la que Amlo está verdaderamente luchando a favor del pueblo y en contra del neoliberalismo.

 

¿Te preocupa la militarización del país? Eres sólo un progre cursi y moralino. ¿Te indigna el trato de la guardia nacional hacia los migrantes centroamericanos en la frontera sur? Eres progre ingenuo que no entiende de seguridad nacional. ¿Estás en contra de la construcción del Tren Maya? Progre pachamamerto frezapatista. ¿Te indigna la imposición del violador Salgado Macedonio (y después de su hija) en Guerrero? Progre aliade ridícule. Esta estrategia discursiva le permite al creyente evitar la disonancia cognitiva, seguir apoyando a Amlo y creyéndose de izquierda al mismo tiempo, pues esas críticas no son de “verdadera izquierda”, sino de tibios y traidores que se creen izquierda.

 

De la misma manera, los fanáticos anti-Amlo parecen incapaces de recordar cómo todo aquello que le critican al anticristo de sus pesadillas son la clase de cosas que siempre han hecho los otros políticos. La identidad de anti-Amlo es más importante que los hechos. Te asustan con que Morena está lleno de refugiados del PRIAN pero quieren que votes por el PRIAN. Te asustan con que Amlo quiere destruir la división de poderes y erosionar las instituciones autónomas, y quieren que olvides que los gobiernos panistas y priistas también hacían esa clase de intentos por concentrar el poder. Sus humoristas comparan las burlas y críticas hacia ellos con la persecución y la muerte que sufren verdaderos grupos marginados en otros lugares del mundo. Se vanaglorian pensando que en las pasadas elecciones detuvieron “la dictadura de Morena”, cuando para efectos prácticos no cambió gran cosa en el Legislativo y en los estados perdieron casi todo. Y esto es si no de plano intentan asustarte con el comunismo y Venezuela.

 


Yo siempre dije: votaré por Amlo y luego criticaré lo que haya que criticar; y eso es lo que he estado haciendo. No he escrito mucho yo mismo, porque he estado más preocupado por el avance de la ultraderecha en el mundo, pero he compartido muchos textos analíticos y críticos de otras autorías en mi página de Facebook.

 

Los fanáticos pro-Peje odian eso, pues para ellos no puede existir crítica válida contra su glorioso líder. A sus ojos sólo soy un progre tonto útil de la derecha. Los fanáticos anti-Peje odian que les diga que no me arrepiento de haber votado por él, que sigo pensando que, hasta este momento, sus competidores no tienen nada mejor que ofrecer. Para ellos soy un chairo pejezombi posmoderno. Y ya puedo verlos, a los unos ignorando todo lo malo que dije sobre la oposición para declararme fifí enemigo del pueblo, y a los otros minimizando todo lo que critiqué del Peje para catalogarme como amlover fanático, como ha sucedido desde que empecé este blog. Y estoy HARTO de todo esto. Estoy harto de sentirme atrapado entre dos bandas de simios chillando y arrojándose estiércol.

 

No podemos dejar que el Peje haga y deshaga como quiera. Pero tampoco podemos devolver el poder a los partidos de antes. Si acaso hemos aprendido algo de esta alternancia es que el problema de este país no es un partido o el otro, sino la clase política como tal. Como he dicho antes, la verdadera oposición a la 4T viene del activismo, y como señala Antonio Salgado Borge, a Morena hay que rebasarla por la izquierda. Ya es tiempo de ir más allá de la partidocracia y tomar el asunto en nuestras manos. Votar es importante, pero debe ser sólo una pequeña parte de una estrategia más amplia. Sobre todo, tenemos que empezar a pensar sobre la política de forma que podamos superar los instintos tribales que nos han convertido en, ahora sí, tontos útiles para mafias que se turnan la oportunidad de robarnos.

 


Hemos dejado que toda la discusión política en este país gire alrededor del odio irracional y la devoción fanática hacia un individuo que, fuera de su capacidad para despertar emociones intensas, tiene muy poco de extraordinario. Y me temo que esto seguirá así más allá del término de su mandato, probablemente después de su muerte. A menos, claro, que nosotros cambiemos ese rumbo.



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4 comentarios:

Sexto Empirico dijo...

Maik. Yo creo que un número significativo de gente nos sentimos como tu frente a las opciones de la votación. También voté y no tuve muchas dudas al momento, pero tampoco voy a decir por qué partido.

Lamentablemente, creo que las redes sociales son de los principales agentes que contribuyen a crear la sensación de polarización. La mayor parte de la gente moderada preferimos no comentar mucho de política, se llena entonces todo de comentarios fanáticos. Yo mismo ya cerré mi Face y mi Twitter. Tengo mi blog pero hace tiempo que no escribo.

Sí organizas algín grupo de activismo político aquí en Mérida sería me gustaría enterarme.

Saludos

Maik Civeira dijo...

Hey, Jolex. Gracias por leer y comentar. Dado mi pobre desempeño como funcionario de casilla, creo que es evidente que no tengo capacidad para organizar nada, jejeje. Estamos en contacto.

Ognimod dijo...

Me imagino que los amlolievers serán de esos que dicen que "la teoría de la herradura es un invento de la derecha para hacerse los equidistantes/centristas iluminados"...

Maik Civeira dijo...

Pues no sé, pero la teoría de la herradura sí es una tontería jajaja. No creo que el problema de los amlovers es que estén muy hacia un extremo ideológico, sino que su fidelidad a Amlo está por encima de todo, tanto hechos de la realidad como valores ideológicos.

https://youtu.be/ATFyBRhCQvw

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