Hola, víctimas del capitalismo
tardío. Fíjense que he estado leyendo o releyendo algunos textos clásicos de
filosofía y decidí que ya era momento de introducirme en el mundo de la Escuela
de Frankfurt y su teoría crítica, una de las corrientes de pensamiento más
influyentes del siglo XX, en especial para la izquierda. Para ello, inicié con
el que bien podría ser su libro más famoso, Dialéctica de la Ilustración,
de Theodor Adorno y Max Horkheimer. Estos son los resultados de mi tímida
aventura intelectual.
Primero, tengo que decir que el
problema es muy probablemente mi propia ignorancia y falta de experiencia
con filosofía de este calibre. Porque la
verdad el libro me resultó de poco provecho. Yo solía pensar que era una
crítica a la filosofía de la Ilustración y cómo ésta se corrompió hasta dar
origen a los totalitarismos de la primera mitad del siglo XX. Pero no hace
mucho leí la
reseña de Matías Suárez, que solía pensar lo mismo, y que advierte que no
va por ahí la cosa. En un grupo de escepticismo científico en el que estoy
algunos miembros comentaron los errores de Suárez, a quien acusaron de no haber
entendido bien el texto. Pueden checar el
chisme completo por aquí.
Bien, pues yo traté de tener en
cuenta tanto la reseña como las críticas, al igual que otros resúmenes y
explicaciones del libro, tanto en forma de texto o de video, para tener una
perspectiva amplia del asunto al momento de abordarlo. Así sea, pues aquí
están mis impresiones, a reserva de que es posible que en un futuro la pueda a
volver a leer y entonces sacarle más provecho.
Primero, y esto es algo en lo que
tengo que dar razón a los críticos, es que Dialéctica de la Ilustración se
trata de un libro confuso. No es que no tenga una premisa principal, que sí
la tiene y es muy intrigante y vale la pena ponderarla; es que está expuesta de
una manera que, en lo personal, me pareció desordenada y contraproducente. A lo
mejor soy un simplón, pero estoy acostumbrado a textos que van desarrollando
sus tesis claramente a través de argumentaciones y exposiciones. Adorno y
Horkheimer en cambio parecen ir saltando de una cosa a la otra, y muchas veces
es difícil entender qué las relaciona, o si los paralelismos que traza son
legítimos. Se supone que esto tiene que ver con que su método es dialéctico,
pero yo he leído a otros marxistas, y para nada resultan así de confusos. Su
lenguaje es casi siempre pomposo y melodramático; se supone que están hablando
de capitalismo tardío, fascismo y totalitarismos, pero todo siempre es en
términos tan abstractos que al final uno no siente que haya aprendido gran cosa
sobre el tema.
Y no es que no tenga muchas
aportaciones valiosas, propuestas que me hicieron detenerme, reflexionar y
tratar de abordar algunas cosas desde nuevos puntos de vista. Pero éstas se
entremezclan con pasajes absolutamente desconcertantes. Por ejemplo, los
autores pueden estar haciendo una muy atinada crítica a la brutalidad del
sistema carcelario de los Estados Unidos, que además resulta muy actual después
de casi 80 años, pero de pronto empiezan a hacer una inexplicable relación con
las mónadas de Leibniz. O, en otra parte, pueden describir de forma muy
interesante la mentalidad del antisemitismo, para después caer un galimatías
freudiano sobre homosexualidad reprimida y sodomitas cazadores. Que otro
problema, no pequeño, es que uno de sus pilares intelectuales es el
psicoanálisis de Freud, una perspectiva hoy rechazada como
pseudocientífica, y a la que el
historiador de la cultura Peter Watson califica como “un callejón sin
salida” en el desarrollo intelectual del siglo XX.
De hecho, me parece revelador que
muchos de sus defensores en blogs y foros de Internet ni siquiera puedan
explicar con peras y manzanas de qué se trata. Algunos de ellos de plano
revelaban inadvertidamente no haberlo entendido, sosteniendo que esta obra demuestra
que “la ilustración no fue algo bueno” o “que la razón es mala” o “la ciencia
es tan subjetiva como la religión”, cuando el libro no dice nada de esto. De
hecho, los autores lo declaran literalmente al principio: “la libertad en la
sociedad es inseparable del pensamiento ilustrado”. Cosas así me hacen
preguntarme si no será que en ciertos círculos la gente trata de convencerse de
que es un libro maravilloso e imperdible, porque eso es lo que han escuchado al
respecto generación tras generación y nadie quiere ser el tonto que no lo
entienda y lo valore. Y bueno, a lo mejor el tonto soy yo.
Los autores mismos cuentan que
esto empezó como una serie de conversaciones informales de sobremesa; no creo
que la intención fuera que se convirtiese en el texto fundacional de toda una
corriente de pensamiento. En realidad, Dialéctica de la Ilustración es
una colección de cinco ensayos y una serie de notas breves, que se relacionan
poco entre sí, pero que tienen como eje unificador la crítica a la
racionalidad instrumental. Que es el meollo del libro, en realidad.
O sea, Adorno y Horkheimer se
preguntan por qué los ideales de la Ilustración no llevaron al mundo a un mejor
futuro, sino que, por el contrario, lo han sumergido en la barbarie. Su
respuesta es que el pensamiento ilustrado tiene en sí mismo el germen de su
propia destrucción. De ahí lo de “dialéctica”: el principio según el cual
cada tesis encierra en sí misma su antítesis y de esa contradicción debe surgir
una nueva síntesis.
Por “pensamiento ilustrado” no se
refieren solamente a la época en la historia de la filosofía conocida como la
Ilustración, sino también al afán, presente en la cultura occidental desde
tiempos homéricos, de someterlo todo al poder de la razón. Por eso es
que de hecho que los lectores encontrarán aquí poquísimas referencias a pensadores
de la Ilustración del siglo XVIII, y en cambio hallarán dos luengos capítulos
dedicados a Homero y al Marqués de Sade. Éstos resultan muy interesantes en
sí mismos como análisis literario, aunque no nos enseñen gran cosa sobre la
Ilustración o el fascismo. Y también se me hace medio excéntrico tomar la
mentalidad de la aristocracia terrateniente de la época homérica y decir que es
básicamente la misma que la de la burguesía industrial capitalista. Pero bueno, qué sé yo.
Según Adorno y Horkheimer, la
razón ilustrada se traicionó a sí misma y pasó de ser un arma radical de
liberación a convertirse en una herramienta de dominación por parte del poder
en el capitalismo. Esto no quiere decir que tratar de razonar, de ser racional,
sea “malo”. Los autores están hablando de la razón instrumental, es decir, de
la forma en que la sociedad burguesa ha convertido a la racionalidad en un
instrumento, que se aplica para crear y mantener aparatos industriales y
burocráticos sumamente eficientes… Pero, ¿eficientes para qué? El problema es
que el capitalismo utiliza la racionalidad, pero desterrando toda crítica
respecto a los objetivos.
Vemos un ejemplo (que no es del
libro), si tengo cinco manzanas y dos amigos, ¿cuál es la forma más racional de
dividirnos las manzanas? Bueno, depende de cuál sea mi objetivo. Si mi
objetivo es maximizar mi propio bienestar inmediato, entonces lo más racional
es quedarme con todas. Si el objetivo del sistema industrial es maximizar las
ganancias para la clase burguesa, mantener un crecimiento sostenido y preservar
las estructuras de poder, este sistema lo está haciendo de maravilla. Sólo no
hay que pensar en la opresión y la miseria a la que se condena a millones de
seres humanos ni la destrucción que ocasiona en la naturaleza.
¿Qué fue el Holocausto sino la
racionalidad industrial llevada hasta sus extremos lógicos? No podemos
poner en duda que los nazis dieron con un método perfectamente racional para
llevar a cabo sus objetivos de la manera más eficiente. Pero estos objetivos
eran monstruosos.
Entonces, la razón que nos había
de liberar se ha convertido en el instrumento de nuestra propia dominación.
Y la respuesta no es renunciar al intento de ser racionales, ni dejarnos guiar
por los instintos, la intuición y demás recetas antirracionalistas. Lo que hay
que hacer es poner bajo una mirada crítica todo, incluyendo el concepto
mismo de razón que nos vende la ideología capitalista, y poner en entredicho la
fe de que el mejoramiento de nuestras condiciones vendrá simplemente dejando
que el progreso haga su magia.
“No albergamos la menor duda —y ésta es
nuestra petitio principii— de que la libertad en la sociedad es
inseparable del pensamiento ilustrado. Pero creemos haber descubierto con igual
claridad que el concepto de este mismo pensamiento, no menos que las formas
históricas concretas y las instituciones sociales en que se halla inmerso,
contiene ya el germen de aquella regresión que hoy se verifica por doquier. Si
la Ilustración no asume en sí misma la reflexión sobre este momento regresivo,
firma su propia condena. En la medida en que deja a sus enemigos la reflexión
sobre el momento destructivo del progreso, el pensamiento ciegamente
pragmatizado pierde su carácter superador, y por tanto también su relación con
la verdad. En la enigmática disposición de las masas técnicamente educadas a
caer en el hechizo de cualquier despotismo, en su afinidad autodestructora con
la paranoia populista: en todo este incomprendido absurdo se revela la
debilidad de la comprensión teórica actual.”
Uno de los capítulos más célebres
del libro, y con justa razón, es el dedicado a la industria cultural.
Éste será de sumo interés para cualquiera que le entre al análisis de la
cultura pop y apuesto que es lectura obligatoria para comunicólogos. La cultura
de masas, señalan los autores, se ha convertido en otro instrumento de
dominación, que adoctrina de tal forma que atrofia el pensamiento crítico
y la profundidad estética, y contribuye a la aceptación pasiva de la ideología
dominante. Todo muy actual, y hasta he visto más de un videoensayo que vincula
estas ideas con el actual monopolio de Disney, y en el especial las películas
de Marvel.
Sin duda el panorama actual
habría resultado una pesadilla para Adorno y Horkheimer, porque estos señores
se estaban escandalizando con expresiones culturales que hoy consideraríamos
canónicas y hasta prestigiosas, especialmente el jazz y el cine de la Era
Dorada de Hollywood. Caray, que si hoy la chaviza escuchara más música de Louis
Armstrong y viera más películas de Humphrey Bogart lo veríamos como ganancia,
pero para estos autores eso era muestra de decadencia cultural. Y sí, los conceptos
que desarrollan se aplican muy bien a fenómenos como el K-Pop, pero leer a
estos filósofos desesperarse por las improvisaciones jazzísticas les confiere
un aire de viejitos peleándose con nubes que hace difícil tomarlos muy
en serio.
En fin, como les dije, es un
libro con aportaciones muy valiosas, que bien podría haber expuesto de forma
menos mamalona[1]. De
modo que sólo lo recomendaría a quien le interese especializarse en filosofía y
por ello quiera conocer de primera mano sus textos más célebres. No la
recomiendo a un público en general. Sobre los mismos temas que aborda el libro,
les puedo recomendar mejores opciones, mucho más claras y edificantes: para
comprender el pensamiento ilustrado, La filosofía de la Ilustración de
Ernst Cassirer; para una explicación de cómo la racionalidad se puede convertir
una trampa, La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max
Weber; para entender las bases filosóficas del fascismo, Asalto a la razón
de Georg Lukács; para una mejor crítica de la cultura de masas, Apocalípticos
e integrados de Umberto Eco.
Pero bueno, quién quita y en un
par de años me habré vuelto más sabio y pueda regresar a este libro y
entenderlo mejor. Todo puede pasar.
Agradezco mucho a mis mecenas en Patron por las aportaciones que me permiten pagar el lunch de mis hijos. Tú también puedes ayudarme a seguir creando con una aportación a partir de un dólar mensual. Mientras tanto, aquí te dejo otros textos que te pudieran resultar interesantes:
- Ernst Cassirer y la verdadera filosofía de la Ilustración
- De Schopenhauer e Hitler. El asalto a la razón que dio a luz al nazismo
- Filosofía de la ciencia, postmodernismo y pensamiento crítico
[1] Café Kyoto, por ejemplo, hizo todo un video titulado Cómo funciona el fascismo, basándose en este libro, y que me maten si sirve de algo para entender el fascismo; pero eso sí, dice muchas palabrotas como “objetivar” y “sublimación”. Este canal también podría decir lo mismito de formas menos mamadoras, pero bueno, argentinos…
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