Detalle de Guernica de Pablo Picasso |
A sangre y fuego. De la guerra civil europea (1914-1945) es un breve, pero fascinante libro en el que el historiador italiano Enzo Traverso hace un análisis de la catástrofe que barrió
a Europa en la primera mitad del siglo XX, un ciclo de violencia que incluyó conflictos
bélicos de alcance global, guerras civiles, revoluciones, dictaduras,
genocidios y crisis económicas.
Más que hacer una narración de las dos guerras
mundiales y el periodo de entreguerras, Traverso trata de encontrar qué
significó esa época y cómo transformó para siempre la historia, no sólo de
Europa, sino del mundo. Para entender el libro, es necesario saber a grandes
rasgos qué fue lo que pasó aquellos años, pero no es imprescindible conocerlo a
profundidad; si recuerdas tus clases de prepa, será suficiente.
Suelen enseñarnos las guerras mundiales como si fueran
dos eventos claramente separados el uno del otro, con años de paz entre el
final de una y el principio de la otra. Traverso argumenta que estos 31 años
pueden entenderse como una “guerra civil europea”, comparable a la Guerra de
los Treinta Años (1618-1648) y al ciclo de la Revolución Francesa y las Guerras
Napoleónicas (1789-1815), que curiosamente tomaron también alrededor de tres
décadas cada una. Entre las dos guerras mundiales se desataron también guerras
civiles, revoluciones y dictaduras que dejaron miles de muertos, estableciendo
un continuo entre una guerra mundial y la siguiente.
Stormtroopers con máscaras de gas de Otto Dix |
El libro está dividido en dos partes. En la
primera, el autor analiza las características definitorias de esta Guerra Civil
Europa, resaltando su inusitada violencia. Contrario a lo que se suele creer,
la barbarie de las guerras mundiales no significó un “regreso a tiempos más
salvajes”, sino que adquirió un carácter único, propio de la modernidad.
La guerra total es aquélla en la que no se
trataba de vencer al ejército enemigo, sino de exterminar por completo a la
facción contraria. Los bombardeos aéreos contra la población civil, los
bloqueos navales para matar de hambre a una nación completa, y el genocidio
mecanizado a gran escala fueron inéditos en su momento e inconcebibles para
una civilización preindustrial.
La Primera Guerra Mundial inició en 1914 como un
tradicional enfrentamiento bélico entre potencias. Pero no tardó mucho en
degenerar en una guerra total, que incluyó a su vez insurrecciones, conflictos
civiles y una gran revolución, la rusa. Para 1918, cuando terminó la guerra,
todo se había quebrado. No sólo habían desaparecido cuatro grandes imperios,
sino que la misma civilización parecía haberse reducido a cenizas. Los años que
siguieron fueron de extrema violencia, con varios casos de persecuciones
políticas, deportaciones masivas y genocidios que culminarían en el Holocausto.
La Segunda Guerra Mundial no era solamente un
conflicto entre imperios. Fue también una serie de guerras intestinas en el
seno de las naciones ocupadas por el Eje o gobernadas por regímenes fascistas.
Los partisanos en Italia y los Balcanes, así como la Résistance en Francia, en
su lucha contra los fascistas locales y extranjeros, son la figura
representativa de este conflicto. En general, no se trataba solamente de un
duelo entre potencias, sino una lucha a muerte entre ideologías.
Milicianas republicanas en la Guerra Civil Española |
Las atrocidades cometidas por las potencias del Eje
son bien conocidas, pero no podemos olvidar las que perpetraron los mismos
Aliados, como los bombardeos de la aviación británica sobre las ciudades
alemanas, o las violaciones contra miles de mujeres llevadas a cabo por los
soviéticos. Sin embargo, Traverso hace notar que, a pesar de que los crímenes
de los Aliados fueron terribles, no se puede establecer una equivalencia con la
extrema crueldad de lo que hizo el Eje.
Por cierto, que el autor señala que el impacto
cultural del Holocausto en su momento no fue tan tremendo. Se sumó a la lista
de crímenes cometidos por el Eje como uno más, y tanto los intelectuales como el
público en general tardaron mucho en dimensionar el alcance y significado de lo
que había ocurrido en los campos de exterminio nazis.
También se demuestra la falta de visión histórica
en los líderes de las naciones Aliadas. Una vez terminado el conflicto, se juzgó
al enemigo en Nuremberg y Tokyo. Pero tras algunas condenas y ejecuciones, ante
la amenaza de la Guerra Fría, los mandos Aliados comenzaron a dar amnistías o
simplemente a hacerse de la vista gorda. Funcionarios de los regímenes de
Hitler y Mussolini no sólo salieron indemnes, sino que pudieron volver a trabajar
en los gobiernos de sus países.
De forma paralela, surgió el mito de la guerrilla
antifascista como un brazo armado del comunismo soviético. En realidad, las
diferentes guerrillas conjuntaban a múltiples actores, y ni de lejos fueron
todos comunistas, menos aún estalinistas. La narrativa miope del liberalismo de
la posguerra, insistente en equiparar a la Rusia de Stalin con la Alemania de
Hitler, borró a los guerrilleros de las narrativas heroicas, por considerar su
tipo de lucha (fuera de la legalidad y de las jerarquías de gobiernos y
ejércitos), como una inspiración peligrosa.
La segunda parte trata de uno de los aspectos en
los que Traverso es especialista: la relación entre los hechos históricos y las
corrientes de pensamiento contemporáneas a los mismos. El historiador nos habla
de las reacciones de los intelectuales y artistas a estos acontecimientos, y su
influencia en ellos. Qué arte, qué literatura, qué filosofía emergieron de
estos años, y cómo le dieron forma a la cultura contemporánea.
De especial interés para los lectores
contemporáneos será el análisis de la ideología nazi, y de cómo se configuró
una intelectualidad antifascista que defendía la herencia de la Ilustración;
una alianza tácita o explícita, que incluía a liberales, marxistas, cristianos,
etc. Muchos dejaron de lado sus diferencias para luchar contra el enemigo
común. Aquí sí me gustaría citar al completo una página:
Si bien está más allá de toda discusión
que el antifascismo incluía una pluralidad de corrientes (marxista, cristiana,
liberal, republicana) y no presentaba un perfil único, lo cierto es que sus
diferentes componentes reclamaban el legado de la Ilustración. Esta base de sus
valores era universalmente aceptada, incluso por los comunistas, que trataban
de reconciliar la defensa de la democracia en Occidente con la apología de la
dictadura soviética en Rusia. En un análisis final, fue el fascismo el que
cimentó la unidad de sus enemigos.
El antifascismo oponía el pacifismo y
cierto espíritu cosmopolita al misticismo de la nación y la guerra. Oponía los
principios de igualdad, democracia, libertad y ciudadanía, a los valores
reaccionarios de la autoridad, jerarquía y raza. Al irracionalismo vitalista y
antihumanista de los defensores del régimen totalitario, el antifascismo se
inscribía con fuerza en las tradiciones de la Ilustración, en su concepción
universal de la humanidad, su racionalismo y su idea de progreso. Contra el
fascismo antiliberal, con su culto a la masa y el líder, oponía el estado de
derecho, con su pluralismo y libertades individuales.
En pocas palabras, el fascismo y el
antifascismo se enfrentaron movilizando sus respectivos valores, sus mitos
fundacionales, sus conmemoraciones, sus banderas, sus cantos y sus rituales.
Contra la religión política de la fuerza del fascismo, el antifascismo
impulsó la religión civil de la humanidad, la democracia y el
socialismo.
Tal fue el ethos que, en un
contexto histórico que era excepcional y necesariamente transitorio, hizo
posible aglutinar cristianos y comunistas ateos, liberales y colectivistas.
Esta convergencia descansaba en un cimiento mínimo, pero esencial, que relegó
al segundo plano concepciones que en otras circunstancias habrían sido
irreconciliables.
Esa generación de intelectuales, dice Traverso, es
comparable a la de los philosophes del Siglo de las Luces francés, cuyas
ideas, a pesar de sus diferencias, fueron parte también de una lucha que
determinó el destino de la historia. El caso de esa breve, pero trascendental
alianza, debería servirnos de inspiración en los tiempos presentes.
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