Una
noche en la década de 1930. El matemático Kurt Gödel camina por una calle de
Viena. Por pura casualidad, pasa frente a una tienda que su propietario, un
judío, está cerrando. Al mismo tiempo, un contingente de hombres vestidos de
marrón marcha entonando himnos teutónicos. De pronto alguien grita “¡Hey, un
judío!” y el contingente cae sobre el tendero para molerlo a golpes ante los
ojos de Gödel. El matemático, espantando, trata de encontrar una razón en este
sinsentido “Pero… ¿por qué…?” El capitán del contingente lo increpa “¿Qué te
pasa, marica? ¿El judío es tu amante?”
El filósofo Moritz Schlick, otro miembro prominente del Círculo de Viena y fundador del positivismo lógico, baja por una escalinata en la Universidad cuando es interceptado por un hombre joven, un antiguo estudiante. “Profesor, tengo un regalo para usted”, el joven saca un arma y dispara sobre Schlick, causándole la muerte. La visión racionalista y materialista del Círculo de Viena era una amenaza para los valores espirituales germánicos y Schlick debía ser castigado por atentar contra la cultura nacional. Cuando por fin Alemania anexe a Austria, el joven asesino será liberado de prisión, pues al igual que los hombres de camisas marrones es devoto del nuevo dios teutónico: Adolf Hitler.
Más
de 20 años antes el filósofo y matemático Bertrand Russell participa en una
manifestación pacifista en Londres. El Archiduque Francisco Fernando había sido
asesinado unas semanas antes, y una por una las grandes potencias de Europa se
habían precipitado en un conflicto de alcance continental. Súbitamente la
noticia circula de boca en boca: el Reino Unido le ha declarado la guerra a
Alemania. Entonces Russell presencia un “aterrador milagro”: la gente que
estaba unida por el ideal de la paz empieza a celebrar la realidad de la
guerra.
Ahora, en 1939
Russell se expresa ante una multitud en una universidad estadounidense. Les ha
contado la historia de su vida, la de su filosofía, la de sus colegas y
discípulos, la de una Europa sumida en dos guerras continentales que se
volvieron mundiales. Entre el público la mayoría favorece el aislacionismo: los
Estados Unidos no deberían meterse en una guerra que no les atañe. Russell les
plantea una reflexión: “¿Qué son los nazis? ¿Cómo encontramos el significado de
esta terrible aberración que ha caído sobre nosotros?” y les conmina a pensar
dos veces, por lo menos dos, antes de tomar una decisión.
Estas
cuatro escenas son tomadas de Logicómix (2008), la
novela gráfica de los griegos Apostolos Doxiadis y Christos Papadimitriou, que
tiene como centro la vida, obra y pensamiento de Bertrand Russell (1872-1970), uno
de los más grandes filósofos del siglo XX.
Russell nació en una ilustre familia de la aristocracia inglesa. Fue filósofo, matemático, lógico, activista político, escritor, divulgador y reformador educativo británico, autor de numerosos textos sobre una gran cantidad de temas. A lo largo de sus casi cien años de vida estuvo presente en algunos de los acontecimientos más importantes de la historia del siglo XX. Fue a la cárcel por oponerse a la Primera Guerra Mundial; entrevistó a Lenin tras la Revolución Rusa; fue atacado por su abierto ateísmo y sus opiniones escandalosamente progresistas sobre la sexualidad; en su vejez, marchó con los jóvenes de la generación hippie en las protestas contra la Guerra de Vietnam.
Hay muchísimas cosas que se pueden decir del increíble Logicómix. Su estructura está entre los méritos que más llaman la atención del lector apasionado, pues juega con una narrativa de marco, la metaficción y la ruptura de la linealidad y de la cuarta pared. En efecto, el cómic inicia con Apostolos revisando sus borradores, justo el día en que se encuentra con Christos y los demás para trabajar en el proyecto de la novela gráfica. Vemos a los autores y sus asistentes haciendo la investigación correspondiente, tomando las decisiones sobre cómo se narrará la historia y discutiendo los conceptos lógicos y filosóficos que aborda.
En otro nivel
tenemos a Russell mismo dando una plática en la universidad estadounidense y
narrando la historia de su vida. En el tercer nivel tenemos la historia misma
de Russell, desde su infancia en la casa de sus severos abuelos, pasando por
sus estudios, sus romances y adulterios, su pésimo papel como padre y esposo,
la lucha contra las enfermedades mentales que corrían en la sangre familiar, su
búsqueda de un fundamento sólido para las matemáticas, su activismo pacifista
durante la Gran Guerra, y hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Todo
ello intercalado con las conversaciones reales de los autores del cómic y
significativas referencias a la tragedia griega.
Resulta fascinante
también la exposición de los conceptos de filosofía, lógica y matemáticas. Ya
sea la paradoja de los conjuntos del mismo Russell, sus esfuerzos junto con
Arthur Whitehead para demostrar que 1+1=2, la revelación de Gödel de que
siempre habrá cuestiones irresolubles y que aún las matemáticas quedarán
incompletas, o la epifanía de Ludwig Wittgenstein cuando en medio de la
devastación de la Primera Guerra Mundial declara que “el sentido del mundo no
yace en el mundo”. Es un cómic para pensar, como pocos.
Pero quiero llamar
la atención hacia las primeras escenas a las que me referí, porque dan el
panorama aterrador de algo que puede repetirse. El triunfo de Donald Trump en
los Estados Unidos, de Jair Bolsonaro en Brasil, Viktor Orbán en Hungría (entre
otros) ha envalentonado a los racistas y a los xenófobos en el mundo. Los
crímenes de odio y la violencia motivada por la intolerancia han alcanzado
niveles que no se habían visto desde la paranoia post once de septiembre. No
sólo eso, sino que las organizaciones de ultraderecha fascistoide en todo el
mundo se sienten alentadas y confiadas en obtener victorias análogas a la de
Trump y otros populistas. La misma ONU ha alertado del resurgimiento
del neonazismo. Los insultos y acosos ya dieron lugar a las golpizas; los
discursos mal veladamente racistas dieron paso a los eventos en los que la
simbología nazi se muestra sin vergüenza… ¿Cuánto más falta para que inicien
los asesinatos, los linchamientos, los pogroms?
En estos tiempos
que se anuncian oscuros conviene recordar la obra y el pensamiento de un hombre
como Bertrand Russell, que dedicó una buena parte de sus extraordinarias
capacidades mentales a entender los orígenes de ese monstruo ideológico que
llamamos fascismo, incluso en varios pasajes de su gran obra Historia de la filosofía occidental,
escrita precisamente durante la Segunda Guerra Mundial.
Y conviene
descubrir esta novela gráfica, subtitulada Una búsqueda épica de la verdad.
A través de la lógica y la razón, Russell busca encontrar el sentido del mundo.
Pero si algo aprende en esta epopeya intelectual, en sus facetas no sólo como
matemático, como reformador educativo, como activista político, como asiduo al
teatro, como eterno retador de las convenciones moralinas de su época, es que
la lógica y la razón, si bien fundamentales e imprescindibles, tampoco son
siempre suficientes.
En su discurso final ante los aislacionistas estadounidenses, Russell afirma que no podemos olvidar la responsabilidad, la justicia, e incluso un sentido del bien y el mal, conceptos que sus amigos del Círculo de Viena quisieron excluir de todo análisis estrictamente racionalista. Porque, como dice su discípulo y colega Wittgenstein en algún punto del cómic, “Son las cosas de las que no se puede hablar lógicamente las únicas que importan.” Russell tiene una cita reveladora al respecto, aunque no aparece en las viñetas:
“Desde la adolescencia siempre he creído en el valor de dos cosas: la bondad y la claridad de pensamiento. Al principio ambas permanecieron más o menos separadas una de la otra; cuando me sentí triunfante creí en la claridad de pensamiento, y cuando me sentí derrotado creí sobre todo en la bondad. Gradualmente, las dos se han fusionado más y más en mis sentimientos. Ahora encuentro que muchos pensamientos irracionales existen como excusa para la crueldad y que mucha crueldad es desencadenada por creencias supersticiosas.”
Russell señala una
y otra vez en la enorme diferencia entre la Primera Guerra Mundial, contra la
cual hizo un firme activismo que lo llevó a la cárcel, y la Segunda, en la que
verdaderamente lo atemorizaba el prospecto de una Europa dominada por Hitler.
La primera fue una confrontación absurda entre potencias imperialistas
impulsada por las ambiciones de sus gobernantes y sancionada por el ciego furor
nacionalista de sus ciudadanos. La otra era una lucha por la supervivencia de
la libertad y la democracia en contra de una bestia destructiva de mil cabezas.
Ésa es una lección
que no debemos olvidar ante el presente resurgimiento del fascismo en el mundo.
No se trata simplemente de otro conjunto de opiniones políticas, de un plan
alterno para administrar el aparato público, ni de un partido de otro color,
pero ultimadamente muy similar a cualquier otro. Se trata de una ideología de
odio y opresión, de una amenaza para la libertad y la democracia, al igual que
el fascismo que Russell conoció. Ante el odio y la irracionalidad que esa
ideología promueve, necesitamos predicar la bondad y la claridad de
pensamiento.
Pero, ¿cómo le
hacemos? Russell, personaje de cómic, no tiene las respuestas. En cambio, lo
que ofrece es su historia como una fábula cuya moraleja es que no existen las
soluciones prefabricadas a nuestros problemas más complejos, que no podemos
simplemente aplicar fórmulas preestablecidas. En todo caso, hay muchas
respuestas, muchas reacciones posibles a la historia que nos expone. ¿Cuál es
la tuya? Sólo tú puedes decirlo. Sí, tú. Cada hombre, cada mujer. Tú.
Les
dejo con un mensaje final que Russell dio a las generaciones venideras:
2 comentarios:
Reposteo (porque no se como editar comentarios):
Lo lei hace muchos años y me gusto mucho. Creo que todavía lo tengo por ahi (lo leí en digital. Nunca pude encontrar una copia en papel).
Los temas de salud mental me impactaron muchisimo, al ver como terminaron sus dias varios de los conocidos de Russell y lo que hablaba del desarrollo e historia de la filosofia. Muy interesante. Aprendi más con ese comic que con las clases de la escuela que recuerdo a un profesor que era más proselitista evangelico que maestro de filosofía.
Pero el punto es que en el tiempo en que lo leí estaba mas de acuerdo con Russell con respecto a que la racionalidad y la bondad van de la mano. En ese entonces lo creía. Hoy, quisiera creerlo con la misma fuerza, pero me siento más cinico. Deseo que Russell en ese aspecto tenga razon, pero cuando veo que en la actualidad aquellos que defienden causas justas utilizan los mismos mecanismos de opresion que sus adversarios, las mismas actitudes represoras, me descorazono. El mundo ha mejorado y seguira mejorando, me digo. Pero a veces no pareciera hacerlo.
Sorry, sera el aislamiento que me tiene depresivo.
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