A la hora de hacer análisis de productos
de la cultura pop, en especial cuando se quiere dilucidar el contenido
ideológico o los valores morales de una obra, existe un error muy común. Es algo
a lo que llamo “síndrome de las viejitas de iglesia”. No están ustedes
para saberlo ni yo para contarlo, pero cuando era niño tomaba clases de
catecismo, impartidas en la parroquia por unas damas de edad avanzada. En una
ocasión, no me acuerdo por qué, las señoras nos dijeron que no había que ver
películas de terror como El exorcista o La profecía (las
cuales se solían transmitir por Canal 5 por lo menos una vez al año), quesque
porque eran satánicas y de adoración al diablo.
En ese momento la cosa me pareció
absurda, y eso que entonces yo era un niño que creía en la existencia tanto de
Dios como de Satanás. Pero también era un chico al que ya le fascinaban las
películas de terror. El caso es que me parecía más que obvio que en esas
películas el demonio era presentado como una fuerza del mal, alguien a
quien hay que temer, odiar y combatir. Por añadidura, el bien terminaba
triunfando sobre el Maligno con ayuda de la intervención divina. Es más, la
falta de fe y la incredulidad eran presentadas como miopes y peligrosas.
Pero para las viejitas de iglesia la
interpretación era lineal y simple: en esas películas sale el diablo, ergo,
esas películas adoran al diablo. O sea, si en una obra aparece un elemento
X, entonces la obra está a favor de ese elemento X. Ese mismo error, quizá de
formas menos obviamente burdas, se cometen muy a menudo cuando se analizan
productos de la cultura pop.
Podemos estar de acuerdo en que ningún
trabajo creativo es “ideológicamente neutro”. Aunque su propósito no sea adoctrinar,
siempre reflejará la cosmovisión de sus creadores y de la sociedad de la que
surge: lo que se considera normal, bueno, correcto, real, verdadero, bello,
divertido o gracioso. Sin embargo, para analizar esto muy a menudo es necesario
rascar por debajo de la superficie.
Si, por ejemplo, en una obra acontece un
acto atroz, como un homicidio, una violación o una tortura, esto no significa
por sí mismo que la película glorifique dicho acto. Una película sobre un
asesino en serie no necesariamente está glorificando el homicidio, ni siquiera
si está narrada desde el punto de vista del criminal. Puede tratarse de un
ejercicio de exploración creativa, pues a muchos nos intriga especular cómo
sería estar en la mente de personajes muy diferentes a nosotros mismos,
especialmente los que son considerados peligrosos o perversos.
Ojo: no estoy diciendo que cualquier
representación de actos horribles sea un inocente juego de creatividad.
Bien puede ser que la obra en cuestión en verdad glorifique, romantice o
trivialice cosas que nos parezcan reprobables. Pero para llegar a esa
conclusión debemos mirar más allá de si el elemento X está presente en la obra,
y debemos analizar cómo está retratado. Quizá pensemos que de
todos modos no está bien trivializar al Príncipe de las Tinieblas usándolo como
villano de peli de espantos, pero ésa es una discusión diferente a si la
película se trata de un panfleto satanista.
A mi gusto, las obras más interesantes son
las que eluden las lecturas simplistas, y los mejores personajes son aquéllos a
los que no es tan fácil condenar o celebrar de buenas a primeras. Recuerden que
no siempre protagonista significa “bueno”, y que antagonista
no necesariamente significa “malo”. Que un protagonista haga o diga cosas que
nos parecen chocantes no significa que el objetivo de la película sea promover
esa clase de actitudes; quizá el autor o autora quiso darle dimensión a su
personaje al darle ciertas características desconcertantes como defectos de su
carácter.
De la misma forma, aunque un personaje
sea presentado como “el villano”, no significa que todos los rasgos de su
personalidad deban ser entendidos como inherentes a su maldad. Es decir, que un
villano tenga una característica X no implica que la obra pretenda decirnos
que X es algo propio de gente malvada. A lo mejor sus creadores sólo están
tratando de darle al personaje rasgos que lo hagan más interesante, más
atractivo o más parecido a personas reales.
Existe un error relacionado con esto
último. Una obra nos puede gustar o disgustar por miles de motivos, de los que
muchas veces no podemos dar cuenta. Una forma de racionalizar esto es atribuyendo
a la obra en cuestión valores morales o ideales políticos afines o contrarios a
los nuestros. Es decir, primero nos agrada o desagrada un producto
cultural y luego lo justificamos con alguna explicación ad hoc que haga
parecer nuestra preferencia subjetiva como algo más inteligente y noble de lo
que es en realidad.
O, por el contrario, un análisis muy
bien fundamentado podría demostrar que una obra que nos gusta en efecto comunica
valores muy cuestionables. Esta perspectiva nos puede desconcertar: “Si
esta obra en verdad es discriminatoria y a mí me gusta, ¿qué dice esto de mí?”
Entonces preferimos descartarlo de plano y meternos en apologías no muy bien
pensadas.
Como dice el Bromas, “vivimos en una
sociedad”; una en la que construimos nuestras identidades en gran parte
basándonos en nuestro consumo, y eso incluye el arte y el entretenimiento.
O sea, tendemos a pensar que lo que consumimos define quiénes somos, nuestras
virtudes y nuestros vicios (y los de otras personas). Pero ésta es una trampa
del consumismo capitalista en la que no debemos caer; a cualquiera le puede
gustar una obra que contenga valores diferentes o de plano opuestos a los
suyos, y nada de eso determina su calidad moral. No caigamos en la
fiscalización del gusto: creernos policías de lo que a la demás gente le gusta.
Éste es un fenómeno muy propio de redes sociales y entrar a ello sería salirnos
del tema, que es el análisis de obras de cultura pop.
Precisamente estas situaciones que he
estado describiendo son las que suelen a llevar a interpretaciones rebuscadas y
deshonestas. Sí, suena raro eso de la honestidad tratándose de estos temas,
¿no? Bueno, es que resulta intelectualmente deshonesto enfatizar en
algunos aspectos de la obra e ignorar otros para hacer prevalecer una
interpretación que se tenía a priori, antes de iniciar el análisis.
Las discusiones sobre los “límites de
la interpretación” pueden ser muy amplias y agotadoras. A veces se quiere
decir que, como el arte es subjetivo, cualquier interpretación de cualquier
obra es igual de válida que cualquier otra. Yo no lo creo. Quizá el análisis
definitivo, científico y cien por ciento objetivo de una obra no exista, pero
ciertamente hay interpretaciones que son más coherentes que otras, que
se corresponden mejor con lo que está en el texto analizado y que se sostienen
con argumentos congruentes.
Además, siendo sinceros, eso de “todas
las interpretaciones son válidas” suele ser un pretexto perezoso para no
pensar demasiado las cosas y quedarse nada más con lo que a una persona se le
figuró de acuerdo a sus propios prejuicios. Para colmo, a menudo estas personas
pasan del relativismo al absolutismo según convenga. Me he topado con
individuos que primero te dan una interpretación medio absurda y para
justificarse apelan a que el arte es subjetivo y se puede entender de mil
formas… Pero luego pretenden que su interpretación sea aceptada como la
única válida y que todo mundo debe adoptarla, normalmente porque quieren que te
sumes a su vehemente condena o celebración.
Yo no puedo decirles cuál es “la manera
correcta” de abordar el análisis de una obra de la cultura pop, ya sea una
peli, un cómic, un videojuego o un libro. Pero una moraleja podemos extraer de
lo que hemos dicho: un buen análisis no debe ser ni muy rebuscado, ni muy
simplón.
Como vimos cuando hablamos del “verdadero significado” de Jurassic Park, tengan en cuenta que muchas decisiones creativas
pueden responder a motivos externos a la narración y no necesariamente a
significados que sus creadores le hubieran querido meter o que hubieran puesto
inconscientemente. No se queden con la idea de que “si muestra X, es porque
apoya X”, pues hay muchos elementos que debemos considerar.
Pero tampoco nos esforcemos demasiado en
tratar de adivinar lo que un autor “quiso decir”. Creamos o no en la absoluta “muerte
del autor” o que la intencionalidad consciente de los creadores sí tiene un
papel importante a la hora de entender una obra, no podemos reducirla a sólo
ello. Como en todo proceso de comunicación, existen no sólo un emisor y su
mensaje, sino múltiples receptores, factores contextuales, medios y canales de
comunicación y un lenguaje en el que se comunica. Todo ello es digno de ser
estudiado y a cada elemento se le puede dar mayor o menor peso dependiendo del
enfoque.
Por último, podemos tomar una obra como
punto de partida para invitar a reflexiones o plantear discusiones sobre
asuntos trascendentes de nuestra existencia, a sabiendas de que la intención
autoral no necesariamente contemplaba nada de eso. Es decir, es válido hacer una
lectura creativa de la obra siempre que no queramos imponerla con LA
interpretación definitiva.
A lo largo de mis años como ñoño
profesional y asiduo a escribir MUCHO TEXTO sobre las cosas que me gustan,
he tratado de mantenerme fiel a estos principios de honestidad intelectual,
pero por supuesto que no siempre lo he logrado, porque errare humanum est.
Lo único que podemos hacer es echarle ganas. A ustedes que me leen, nomás les
deseo muy satisfactoria fruición de aquello que les guste y que hagan
ejercicios de análisis muy estimulantes y enriquecedores. No sean viejitas de
iglesia.
Como siempre, agradezco a mis mecenas en Patreon por su apoyo. Aquí hay más textos sobre temas relacionados:
1 comentario:
O, por el contrario, un análisis muy bien fundamentado podría demostrar que una obra que nos gusta en efecto comunica valores muy cuestionables. Esta perspectiva nos puede desconcertar: “Si esta obra en verdad es discriminatoria y a mí me gusta, ¿qué dice esto de mí?” Entonces preferimos descartarlo de plano y meternos en apologías no muy bien pensadas.
Esto en particular es sumamente cierto, y creo que se señala con mucha menos frecuencia de la que debería. Es como "Jesús ya me ha perdonado". Tiendo a asociarlo también a frases como "separar la obra del artista", o (en mi experiencia) "está bien que te gusten cosas problemáticas siempre y cuando reconozcas que son problemáticas".
Creo que es una variante de un truco de manipulación-psicológica-haciéndose-la-tonta (o sea: "gaslighting") más viejo que el tiempo: el de afirmar "¡Hacer X ESTÁ MAL!", ser pescado haciendo X, y defenderse diciendo "No, no, es que yo tenía UNA BUENA RAZÓN para hacer X, yo sí estoy justificado" (nunca con esas mismas palabras, obviamente).
Cuando dicen "hacer X está mal", para otras personas lo dicen literalmente: pero para sí mismos, añaden: "sin una buena razón". De esta forma pueden hacer lo que quieran, cuando quieran, y como "tenían una buena razón", no reciben represalias demasiado grandes, y es mucho más difícil hacerlos responsables. Primo hermano del "principio de no-agresión" libertariano. El libertariano "nunca agredió al otro, siempre se defendió, estaba justificado", por los siglos de los siglos.
Pienso que ahí entran bien de cabeza muchos "wokes", "aliados" o "justicieros sociales" que en la práctica son conservadores -lo sepan o no- que simplemente se figuraron que si acusaban de conservadores a los demás, nadie sospecharía de ellos.
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