Esta entrada está dedicada a mi amiga Gogo (chequen sus macetas)
I
¡No pasarás!
Saludos, visitantes de la Tierra Media. El día de hoy vengo
a contarles una historia muy bonita. Corría el año de 1938 y el mundo estaba a
punto de sumirse en la barbarie. Hitler y Mussolini gobernaban sus respectivos
países con puño de hierro y se preparaban para llevar guerra y destrucción por
toda Europa, mientras el Imperio Japonés cometía atroces masacres en la milenaria
China.
En ese entonces, John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973),
escritor sudafricano, profesor de Oxford y veterano de la Primera Guerra
Mundial, acababa de publicar su primera novela ambientada en el fantástico
mundo de Arda: El Hobbit. Con esa pieza fundacional de la alta fantasía
heroica, Tolkien alcanzó la fama, aunque se superaría a sí mismo con su obra
maestra, la trilogía de El Señor de los Anillos, publicada en 1954.
La popularidad de la novelita llegó a la Alemania nazi,
donde una editorial quería publicarla. Sin embargo, ya que todos los judíos
habían sido expulsados de la vida cultural del país, era necesario asegurarse
de que Tolkien no fuera uno. Así, la editorial alemana Rütten und Loening pidió
evidencias de la “ascendencia aria” de Tolkien. Esto enojó al autor, quien le
dijo a su editor que “lamentaría dar la menor impresión de que suscribe la
enteramente perniciosa y pseudocientífica doctrina racial” de los nazis. La
respuesta que escribió a la editorial fue, como él, elegante y contundente, una
verdadera cachetada con guante blanco que ponía en ridículo las ideas
fundamentales de la ideología nazi:
“Gracias
por su misiva. Lamento que no me queda claro qué es lo que quieren decir con arisch.
No soy de extracción aria; es decir, indo-irania. Hasta donde sé,
ninguno de mis ancestros hablaba hindustaní, persa, cíngaro, o cualquier
dialecto relacionado. Pero si he de entender que están preguntando si soy de
origen judío, sólo puedo responder que lamentablemente parece que no
tengo ancestros de ese dotado pueblo. Mi tátara abuelo vino a Inglaterra en el
siglo dieciocho desde Alemania; la mayor parte de mi ascendencia es por lo
tanto puramente inglesa, y soy un súbdito inglés, lo cual debería ser
suficiente. Me fue inculcado, sin embargo, el considerar mi apellido alemán con
orgullo, y así lo he hecho, incluso a lo largo de la lamentable guerra
reciente, en la que serví en el ejército británico. No puedo, sin embargo,
abstenerme de comentar que, si preguntas impertinentes e irrelevantes de este
tipo se han vuelto la norma en asuntos literarios, entonces no está muy lejos
el día en el que tener un nombre alemán dejará de ser una fuente de orgullo.
Sus
preguntas sin duda son hechas para cumplir con las leyes de su país, pero
debería considerarse inapropiado aplicarlas a los súbditos de otro estado,
incluso si tuviera algo que ver (y no lo tiene) con los méritos de mi trabajo o
con la viabilidad de su publicación, sobre la que ustedes parecen estar
satisfechos sin tener noticia de mi ascendencia.”
Sabiendo que por obligaciones contractuales no podía
simplemente mandar al demonio un posible acuerdo de publicación de Alemania, escribió
una respuesta alternativa en la que graciosamente ignoraba el asunto y dejó que
su editor decidiera cuál enviar. Parece ser que éste optó por la respuesta
conciliadora, pues El Hobbit sí vio la luz en Alemania, un año antes del
inicio de la Segunda Guerra Mundial [aquí
y aquí].
La trilogía de El Señor de los Anillos es una de las
obras literarias que más han impactado en mi vida, y lo mismo digo de su
adaptación cinematográfica. Como friki antifascista, me alegró descubrir esta
anécdota sobre su autor, que lo mostraba como un hombre de principios, además
de un escritor absolutamente genial.
La obra de Tolkien exalta las tradiciones mitológicas y
literarias europeas, sobre todo las germánicas y celtas. De ahí que despertara
tanta admiración en los nazis originales y en grupos supremacistas hasta la
fecha. Pero también es patente que Tolkien sentía un profundo desdén por el
fascismo y el nazismo. En una
carta a su hijo Michael escribió:
“Tengo
en esta guerra un resentimiento ardiente y privado, que probablemente me haría
un mejor soldado a los 49 de lo que fui a los 22: es contra ese pequeño vulgar
e ignaro de Adolf Hitler (pues lo raro de la inspiración y el ímpetu demoniaco
es que de ninguna forma aumenta la estatura intelectual; sólo afecta la
voluntad), que ha arruinado, pervertido, abusado y maldecido por siempre al
noble espíritu norteño, una suprema contribución a Europa, que yo siempre he
amado y tratado de presentar en su verdadera luz.”
Tolkien había dejado de usar el adjetivo “nórdico” por
considerarlo carente de valor científico y por la relación desafortunada que
había entre esta palabra y la ideología nazi. Hablaba de las lenguas germánicas
y de las culturas norteñas, en el sentido geográfico. Objetaba que se
refirieran a su obra como algo “espiritualmente nórdico”, y señalaba que,
aunque amaba el norte de Europa como su hogar ancestral, rechazaba cualquier
idea de supremacía nórdica. Después de todo, Gondor corresponde con la Europa
mediterránea tanto como la Comarca corresponde con Inglaterra [aquí].
Entonces, Tolkien repudiaba abierta y explícitamente toda
conexión con la ideología del nazismo y con el supremacismo ario. Cualquier fan
de la Tierra Media que coquetee con esas nefastas doctrinas debe saber que el
maestro lo rechazaría con asco.
II
Una fiesta inesperada
Sin embargo, el asunto no acaba ahí. Las posturas políticas
de Tolkien son tema de discusión desde hace décadas, pero en las últimas
semanas ha estado en el centro del debate popular, a raíz del estreno de Los
Anillos de Poder, una serie de streaming inspirada en su obra. Este
tren del mame corre alimentado por la polémica de su reparto multirracial, con
elfos, humanos y enanos de todos los colores, lo cual contrasta con las
caracterizaciones anteriores, estrictamente blancas.
La gente se pelea en redes sobre qué opinaría el mismo
Tolkien de todo esto, con posiciones encontradas que van desde “el maestro se
revuelca en su tumba” hasta “si JRR viviera, con nosotres estuviera”. A mí me
parece una discusión un tanto necia. ¿Realmente importa lo que pensaría Tolkien?
De estar vivo, seguramente los productores de la serie le habrían explicado:
“Mire señor profesor don Tolkien, los tiempos cambian y ahora ya no está bien
visto hacer películas con pura gente blanca, así que tendríamos que hacer
algunos ajustes…”. No sé qué habría dicho él al respecto, si lo hubiera
comprendido o no. Probablemente ni siquiera consideraría el concepto de
“televisión por internet” como una expresión cultural digna de su atención. De
todos modos, sepan que los herederos de Tolkien aprobaron el proyecto, así que no
veo qué tiene que molestarle a un montón de randos en féisbuc.
Ya escribí un luengo ensayo sobre la “inclusión
forzada” y no quiero darle más vueltas a ese asunto. Como he dicho, una
adaptación puede ser buena o mala con o sin cambios de cualquier índole. Yo ni
siquiera estoy viendo la serie ahora ni pienso pagar por ella, porque chingue
su madre Amazon. Ya la veré después, y si no me gusta, la puedo ignorar sin
problemas, que no será capaz de arruinar una de las mejores trilogías en la
historia del cine. Vamos, las películas del Hobbit son terribles, pero daño no
me hacen.
Lo que sí resulta interesante es preguntarse ¿qué tan
progresista o reaccionetas sería John Ronald Reuel en nuestros tiempos? Y la
respuesta es… Es complicada. Verán, las ideas de Tolkien eran una mescolanza
muy peculiar…
Por ejemplo, Tolkien repudiaba a Hitler y a Mussolini. Estoy
casi seguro de que se espantaría de los fantoches demagogos de la ultraderecha
contemporánea, palurdos vulgares carentes de todo decoro que predican el
antiintelectualismo más craso. Pero Tolkien también era un católico muy devoto
y cuando se enteró de que en la Guerra Civil Española el bando republicano
andaba por ahí matando clérigos y saqueando iglesias, se horrorizó y acabó
expresando sus simpatías por Franco, quien ultimadamente era un engendro de
Hitler y Mussolini.
Hablando de catolicismo, aunque su teología y ética informan
la creación del mundo de El Señor de los Anillos, nada hay de sermoneos
ni metáforas obvias para catequizar, a diferencia de lo que hacía su amiguito
C.S. “el león es Jesús” Lewis. Hay mucho de Satán en Morgoth, claro, y en la
transformación de elfos en orcos hay mucho de los ángeles caídos que se
convirtieron en demonios. Pero si los ángeles réprobos de Lucifer se rebelaron
por su propia voluntad, los elfos fueron torturados y mutilados por la
oscuridad hasta convertirse en orcos, que odian y temen al Señor Oscuro al que
están obligados a servir.
Estos elevados conceptos de mitopoesis es lo que Tolkien
tenía en mente cuando dijo: "El mal no puede crear nada nuevo, sólo
arruinar o corromper lo que las fuerzas del bien han inventado o
construido". Nada tiene que ver con la ridiculez de reaccionarios quejándosede gente racializada o no hetero en la cultura pop. Si cuando escuchan las
palabras mal, arruinar o corromper, lo primero en lo que
piensan es “negros y gays”, el problema son ustedes. Y luego tienen el descaro
de negar que son racistas y homofóbicos.
III
Tambores en la oscuridad
Hablando de orcos empecemos por el asunto más espinoso: la
cuestión de la raza. No podemos negar que Tolkien construyó a estos monstruos
con una codificación racial más que evidente. En una de sus cartas [la
210], el autor los describe:
"Rechonchos,
de narices planas, de piel cetrina, con bocas amplias y ojos rasgados; de
hecho, como versiones degradadas y repulsivas de los tipos mongólicos menos
agradables (para los europeos)."
Rayos. Y además está todo eso de considerar que ciertas
“razas” tienen características y habilidades intrínsecas, incluso virtudes y
defectos esenciales. Eso incluye a algunas que son irremediablemente malvadas,
como orcos, trasgos y trolls. Y podríamos decir que son solamente criaturas de
fantasía, que no tenemos que asumir que el autor pensaba así de los grupos
humanos… Pero luego están las Haradrim (hombres del sur) y los Easterlings
(hombres del oriente), humanos no europeos que se aliaron con las fuerzas de la
oscuridad y lucharon codo a codo con monstruos.
Okey, podríamos matizar todo esto diciendo que Tolkien
simplemente estaba repitiendo convenciones literarias propias de su tiempo y de
la clase de obras en las que se inspiraba. Si la Tierra Media es básicamente la
Europa medieval, es cierto que dicho continente fue invadido por hunos,
mongoles, árabes y turcos a lo largo de su historia… Invasiones de verdad, y no
como los fachos llaman ahora a la llegada a Europa de migrantes y refugiados de
otras latitudes.
Más importante aún, Tolkien sabía muy bien que una cosa es
la ficción y otra la realidad. En una carta a su hijo Christopher [la
71] explica que esa idea de que en la vida hay solo dos bandos en guerra, uno
bueno y el otro malo, es propia de la fantasía, a su vez hija de la alegoría de
la lucha entre el bien y el mal dentro de cada uno de nosotros. En la vida
real, nos dice, si los orcos existieran, pelearían en cualquier bando, junto a
hombres, bestias, demonios y ángeles. Con esto no quiere decir que pensara que
los orcos pueden ser buenos, sino que los orcos no existen, y que gente
buena o mala puede encontrarse por igual en cualquier grupo humano, incluyendo
propios y enemigos.
Por otro lado, tenemos por lo menos dos ocasiones en las que
habló del apartheid sudafricano. En una de ellas [carta
61], comenta que fue su madre quien le inculcó interés en el tema y se
lamenta que el horror que causa el trato de los negros en Sudáfrica no genere
sentimientos los suficientemente fuertes como para lograr un cambio.
En su
discurso de despedida de Oxford, lo dice con todas sus letras:
"No
presumo ser el más erudito de los que han venido aquí desde el extremo más
lejano del Continente Negro. Pero llevo el odio al apartheid en los
huesos; y detesto por encima de todo la segregación o separación de la Lengua y
la Literatura. No importa cuál consideren blanca."
En realidad, el punto de esta cita (muy a menudo compartida
fuera de contexto) era comparar con los racistas sudafricanos a quienes separan
el estudio de la lengua y la literatura (y consideran alguna superior a la
otra). Lo cual es… ¿raro? No sé, creo que es muy de su personaje de ratón de
biblioteca equiparar a snobs académicos con un régimen de opresión brutal e
inhumano, pero igual resulta un pelín insensible.
En fin, yo creo que en este asunto Tolkien sería el típico
señor respetuoso y respetable que se horrorizaría por las formas más violentas
y obvias de racismo, pero que pasaría por alto las expresiones más sutiles y
cotidianas. Definitivamente está lejos de ser un Lovecraft, quien era tan
virulentamente racista, incluso para su época y su contexto, que hasta sus
amigos le tenían que decir “Howie, cámate, pofavó.”
Eso sí, hay personas revolviendo pasajes medio ambiguos en
la obra de Tolkien para concluir que él adrede dejaba abierta la posibilidad de
imaginarnos a sus personajes de cualquier raza. Yo creo que no va por ahí la
cosa. En primera, esto es buscarle tres pies al gato, y en segunda constituye whitewashing
de la obra de Tolkien. Me parece claro que él se imaginaba a sus personajes
como europeos blancos, y que si no se tomó la molestia de especificarlo es
simplemente porque la blanquitud era la condición por default en su cultura. Ignorar
los aspectos más problemáticos de la obra de Tolkien, que deberían ser
abordados críticamente, no le hace ningún favor a nadie. Es más, no se necesita
inventar imaginarias aprobaciones del autor para legitimar el reparto
racialmente diverso de Los Anillos de Poder.
IV
Yo no soy un hombre
Creo que podemos encontrar mejores propuestas en sus ideas
sobre género. Es cierto que aparecen poquísimas mujeres en las sagas de la
Tierra Media, pero las que están ahí se han convertido en algunos de los
personajes femeninos empoderados más icónicos de la fantasía. Aunque los
machines ardidos traten de darle la vuelta, todos sabemos muy bien lo que Éowyn
quiere decir cuando clama I am no man! antes de acabar con el Rey Brujo
de Angmar. Creo que a Tolkien le parecerían ridículos esos vatitos que se
quejan de personajes femeninos empoderados en la cultura pop actual (si es que
siquiera se dignara a prestar atención a gente tan zafia).
Es más, Tolkien
leyó a Simone de Beauvoir, a quien está claro que admiraba como filósofa. Nunca
discute el feminismo en concreto, pero me parece imposible que no estuviera
enterado de las ideas más populares de una autora cuya cita él llevaba en su
cartera hasta el día de su muerte.
Una de las aportaciones que me parecen más valiosas en la
obra de Tolkien es la idea de masculinidad que plantea. Sus héroes masculinos
no temen expresar sus sentimientos; con frecuencia lloran de tristeza o
manifiestan su afecto mutuo sin reservas. Son hombres sensibles que se deleitan
en la música y la poesía. Esto es justo lo contrario de las más tradicionales
idealizaciones de la agresión y la insensibilidad como rasgos masculinos
deseables. El eje de El Señor de los Anillos no es el amor romántico,
sino la amistad entre varones; y no la mera camaradería o compañerismo, sino
una forma muy profunda de afecto. Ultimadamente, no es la espada de Aragorn,
sino la compasión de Frodo y la lealtad de Sam lo que vence a las fuerzas de la
oscuridad.
Vivimos tiempos de crisis de la masculinidad, en los que
muchos varones jóvenes ya no saben lo que significa “ser hombre” y se vuelven
presas fáciles de discursos reaccionarios que prometen “devolverles su lugar”
volviendo a formas más barbáricas de hombría. En este panorama la “masculinidad
suave” de Tolkien ofrece una alternativa muy positiva, a la vez que llena de
heroísmo. Estoy convencido de que el maestro encontraría ridículas las alarmas
histéricas sobre la “feminización de la sociedad” y la “pérdida de la
masculinidad”, sólo porque el ideal del hombre está dejando de ser una masa
insensible de músculos y testosterona. Además, ¿no a él debemos los elfos,
seres andróginos por excelencia?
V
Aquí, al final de todas las cosas
Tolkien, quien había visto morir a la mayoría de sus amigos
en las trincheras, era un pacifista convencido. Al final de El Señor de los
Anillos, Frodo es un veterano de guerra con estrés postraumático y la forma
en la que Tolkien retrata ese dolor es de lo más poderoso que hay en toda la
trilogía. El escritor repudiaba los bombardeos aéreos y las armas nucleares.
Creía que ciertas acciones eran tan atroces que no se justificaban ni siquiera
contra el más abominable de los enemigos. Por otra parte, en una carta [la 100] a su hijo Christopher,
dice:
"No
conozco nada sobre el imperialismo británico o estadounidense en el Lejano
Oriente que no me llene de dolor y repugnancia."
Así que
quienes exaltan la guerra como forjadora de carácter o fuente de gloria para
las naciones, o quienes justifican las intervenciones militares alrededor del
mundo, en nombre de un patrioterismo barato, tampoco encontrarían la simpatía
de Tolkien.
No parece que
el autor suscribiera la popular doctrina de que la historia la hacen los
grandes hombres. Aunque en El Señor de los Anillos hay reyes y “herederos
legítimos al trono”, debemos pensar que difícilmente podría ser de otra forma,
teniendo en cuenta la historia y mitología en la que se basó. Y aun, mientras
muchas sagas de fantasía se centran en “elegidos por el destino”, aquí la
columna vertebral de toda la historia no son ni los elfos inmortales ni los
príncipes con sangre de Númenor, sino los Hobbits, que representan a la gente
común, la que ama todo lo que crece y que gusta de celebrar una vida sencilla. En
palabras de Gandalf:
"Los héroes sólo desempeñan un pequeño papel
en cualquier gran hazaña."
Pero si intentamos
llegar a ideas políticas más concretas, encontraremos la postura de Tolkien es confusa,
por decir lo menos. Hasta en ocasiones se le ha tratado de presentar como un
anarquista, y lo más sorprendente es que no faltan las razones. De otra
carta a Christopher, precisamente archivada
en la Anarchist Library, tenemos fragmentos como:
"Mis opiniones políticas tienden más y más a
la anarquía (filosóficamente entendida, que significa abolición del control, no
hombres barbudos con bombas)."
"El más inadecuado trabajo para cualquier
hombre, incluso para los santos (que en cualquier caso al menos no tenían la
intención de hacerlo), es mandar a otros hombres. Ni siquiera uno en un millón
es apto para ello, y menos entre aquellos que están buscando la oportunidad."
Además, uno
de los puntos más importantes de El Señor de los Anillos es que el poder,
encarnado en el Anillo Único, no puede ser ejercido sin corromper a quien
quiera hacerlo, aunque esta persona tuviera buenas intenciones. Mientras muchas
otras historias populares plantean que el poder debe estar en manos de los
buenos, quienes lo manejarían sabiamente y sin abusar de él, en esta trilogía
sólo hay una solución ante el poder: destruirlo por completo.
Por otra
parte, en esa misma carta Tolkien habla de que le gustaría una “monarquía
inconstitucional”, lo cual ha sido una fuente de muchas interpretaciones,
porque nadie sabe a ciencia cierta de qué chuchas está hablando. Por sus
diatribas contra la reverencia al estado y su rechazo a un gobierno
centralizado fuerte ha sido reclamado por los libertarianos y
anarcocapitalistas como uno de los suyos. Pero si de algo estoy seguro es de la
hostilidad de Tolkien por el capitalismo industrial.
La protección
de la naturaleza es una preocupación constante en la obra del maestro, y estoy
seguro de que estaría horrorizado por la crisis ambiental de nuestro mundo actual.
Saruman, con su “mente de ruedas y engranes”, devastando el Bosque de Fangorn,
con toda claridad representa a ese industrialismo voraz y destructor de la
naturaleza. En Tolkien la maldad es enemiga del mundo natural, y dado que la
derecha contemporánea es ferozmente ecocida, dudo mucho que expresaría por
ella otra cosa que repugnancia.
Es más, en la
misma susodicha carta, expresa aprobación al sabotaje contra fábricas y plantas
de energía:
"Hay
sólo un punto brillante, y ése es el hábito creciente de los hombres enojados
que dinamitan fábricas y plantas de energía; espero que, alentado ahora como
‘patriotismo’, siga siendo una costumbre. Pero no hará ningún bien si no es
universal."
Lo cual es
raro, porque según había dicho que su anarquismo no iba sobre tirar bombas.
Quién lo entiende, profe.
Otra
constante es el desdén que expresa a la codicia y al deseo de lucro como
motivación. En El Hobbit, el villano es un dragón que acumula tesoros,
que no hace nada bueno con ellos, pero que carbonizaría a cualquiera que intentara
quitarle siquiera una moneda. Como dato curioso, la revista Forbes hizo una
lista de los personajes ficticios más ricos del mundo, y colocó en segundo
lugar a Smaug, con una fortuna calculada en 54 mil millones de dólares. Ahora bien,
los
primeros 20 hombres más ricos del mundo actual tienen más que eso. O sea
que vivimos en un mundo en el que 20 vatos pueden acumular más riqueza que un
puto dragón sentado en oro dentro de una montaña. Piensen en eso, ¿sí?
Sin embargo,
este desprecio por el capitalismo industrial está más bien cimentado en un
rechazo a la modernidad. Tolkien tenía una visión pesimista de la historia y no
albergaba confianza en el progreso de la humanidad. Esta creencia de que todo
cambio sólo trae decadencia suele ser el fundamento de ideologías conservadoras.
Su anarquismo sería socialmente conservador, si es que puede concebirse tal
cosa.
De hecho, si
les interesa, aquí hay un
artículo académico que analiza la visión utópica de Tolkien: comunidades
autorreguladas, sin gobierno central, igualitarias y con distribución de la
riqueza, pero fundamentada en valores sociales conservadores. Al fin y al cabo,
creo que el proyecto político que Tolkien apoyaría sería uno que le dejara
estar en santa paz con sus libros, sus árboles y su pipa.
VI
Incluso la persona más pequeña...
Feminazgûl es una
banda de black metal de ideología feminista y anarquista, inspirada en la obra
de Tolkien y fundada por la artista trans Margaret Killjoy. Tómense un momento
para leer bien todo eso. No sé si Tolkien consideraría el black metal como
música aceptable. No creo que fuera precisamente un aliado del feminismo contemporáneo.
No me imagino cómo reaccionaria ante la idea de las personas trans. ¿Y acaso
importa? Definitivamente Killjoy no necesita coincidir con el viejo maestro en
todas y cada una de sus posturas para inspirarse en su obra (pueden leer una
entrevista con ella por acá).
Y es que la
obra de Tolkien es hermosa y profundamente humana; no necesitas ni siquiera
pensar en los detalles de las posturas políticas del autor para extraer de ella
inspiración y sabiduría. Puedes aprender con Gimli y Legolas que tu mejor amigo
puede venir de donde menos lo imaginas; o con Éowyn y Pippin a retar las
expectativas que los demás tienen de ti. Puedes recordar por siempre las
enseñanzas de Gandalf, de que, en un mundo en el que tantas cosas están fuera
de nuestro control, “lo único que podemos hacer es decidir qué haremos con el
tiempo que nos ha sido dado”.
No todos
hemos ido a la guerra, ni enfrentaremos a una encarnación física del Mal, pero cualquier
persona que haya vivido un poco en este mundo puede ver en la experiencia de
Frodo un paralelismo con la depresión y el trauma, y conmoverse hasta las
lágrimas cuando entiende que lo que Sam en realidad le está diciendo es “no
puedo cargar tu dolor por ti, pero puedo ser tu apoyo”.
No creo que
Tolkien sería muy progre, pero estoy seguro de que los reaccionarios no tienen
nada que extraer de él, salvo admiración superflua por “gente blanca con
espadas”. Definitivamente no tienen ningún derecho sobre su obra, nada con qué
reclamarla como suya. Ante la inmensa bondad y sabiduría que emanan los libros
de Tolkien, su mezquindades y resentimientos absurdos los hacen verse minúsculos.
Por otra
parte, a veces temo que el progresismo contemporáneo se centra demasiado en
cultivar dos sentimientos: la indignación y la culpa… Y normalmente en esta
forma: “yo siento indignación y más vale que tú sientas culpa”. Creo que nos
convendría cultivar también algo más: el heroísmo. He aquí algo en lo que nos
puede inspirar la obra de Tolkien. A través de sus aventuras, podemos aprender que
somos capaces de más valentía de la que nos imaginamos, que tenemos el
potencial ser tan nobles y arrojados como para hacer retroceder a los
monstruos, y que hasta la persona más pequeña puede cambiar el curso del
futuro.
Agradezco mucho a mis mecenas en Patreon por su apoyo a lo largo de todo este tiempo. Si te gusta mi trabajo, puedes ayudarme a continuar con este proyecto con una subscripción mensual. O, si lo prefieres, también puedes hacer una sola donación en PayPal. De cualquier forma, aquí tienes más textos relacionados:
2 comentarios:
Parafraseando a Gandalf, el de Tolkien es el conservadurismo como tendría que haber sido.
Uno preocupado por conservar valores como la valentía, la lealtad, la amistad y el aprecio por las cosas más sencillas de la vida, y no por perpetuar las jerarquías sociales "naturales", el egoísmo, o el "sálvese quien pueda".
Hay un dato que no has mencionado aquí y es el de la idea de que los Enanos son la versión Tierra Media de los judíos, basándose en que Thorin era avaro y vivía obsesionado con recuperar el tesoro de la Montaña Solitaria a toda costa, lo que terminó costándole la vida. Siento que esa interpretación tiende a ignorar que prácticamente todos los Enanos de El Hobbit y de la Trilogía (no me he leído El Silmarillion aún) demuestran muchas veces ser gente de mucha confianza y dispuesta a dar la vida por los amigos.
Bien dicho, amigo. Y aunque los Enanos fueran "avaros", eran también orgullosos y honorables guerreros que vivían exiliados de si tierra natal. Sacar conclusiones totalizadoras ("Tolkien era antisemita") de un sólo aspecto de su obra, ignorando los demás, no es muy inteligente ni honesto.
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