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domingo, 11 de noviembre de 2018

Historias de la Gran Guerra


Hoy, 11 de noviembre de 2018 se cumple un siglo desde que terminara la Primera Guerra Mundial, ésa que dio a luz al siglo XX. Desde agosto de 2014, cuando iniciaron las conmemoraciones del centenario del comienzo de la Gran Guerra, he estado escribiendo por lo menos una entrada al año para recordar las lecciones históricas que podemos extraer de esta catástrofe, empezando por el principio.

Enredado como estoy en los múltiples aniversarios que se celebran este año (1818, 1918, 1938, 1968…), tengo programado para el próximo un texto para culminar con la serie que inicié hace cuatro años. Sin embargo, no quería dejar pasar esta fecha histórica, por lo que hoy les traigo algunas historias curiosas de la Gran Guerra, para ampliar el panorama y despertar la curiosidad. Disfruten.



EL ÚLTIMO ABRAZO EN SAN PETERSBURGO

Friedrich Pourtalès había vivido en San Petersburgo desde 1907, como embajador alemán ante al Imperio Ruso. Le tenía cariño a la ciudad y había trabado amistad con Sergey Sazonov, el ministro ruso de Relaciones Exteriores.

La mañana del sábado 1 de agosto de 1914, Pourtalès estaba muy nervioso cuando visitó a Sazonov. Le preguntó si Rusia estaría dispuesta a detener una movilización militar contra Austria-Hungría. Como si guardara la esperanza de que la respuesta de Sazonov fuera distinta, Pourtalès preguntó una y otra vez. Pero todas las veces Sazonov dijo que no.

-No tengo otra respuesta que darle -dijo Sazonov finalmente.

Pourtalès dio un fuerte suspiro y dijo con dificultad, -En ese caso, señor, he sido instruido por mi Gobierno para entregarle este documento.

Con manos temblorosas le dio un papel, se alejó de él, se apoyó junto a la ventana y lloró.

-Nunca pensé -dijo entre lágrimas -que dejaría San Petersburgo bajo estas condiciones.

Los dos hombres se abrazaron y a la mañana siguiente Pourtalès y el personal diplomático alemán dejaron la capital rusa para volver a su hogar. Poco después, la ciudad cambiaría su nombre por el de Pietrogrado; Petersburgo sonaba demasiado alemán.

¿El papel? Era la declaración de guerra de Alemania a Rusa. La Primera Guerra Mundial había comenzado.

PD: De hecho, Pourtalès estaba tan nervioso y descorazonado que entregó sin querer a Sazonov las dos versiones de la declaración de guerra, una en la que se decía que Rusia no había dado respuesta, y otra que alegaba que la respuesta de Rusia no era satisfactoria para Alemania.


¿LA PAZ O LA PATRIA?

En octubre de 1914, a un par de meses de iniciada la guerra, apareció el famoso Manifiesto de los Noventa y Tres. Firmado por algunos de los científicos, intelectuales, escritores y artistas más importantes de Alemania, el documento expresaba el apoyo total de estas eminentes figuras (como Max Planck y Wilhelm Roentgen) hacia la causa del Reich en la Gran Guerra. Defendía las acciones militares de Alemania (como la invasión a Bélgica) y desestimaba como calumnias las acusaciones sobre crímenes de guerra cometidos por el ejército del Káiser. Era, en general, un llamado nacionalista y contra los enemigos de la madre patria.

Casi al mismo tiempo apareció un Manifiesto a los Europeos, redactado por el pacifista alemán Georg Friederich Nicolai. Este documento reprueba que la pasión nacionalista haya llevado a Europa a una guerra sin sentido, cuando existía la oportunidad, en un mundo cada vez más interconectado por la tecnología, de crear una Europa unida, y más adelante, todo un mundo unido por medios pacíficos en una sola civilización humana.

Lástima, tal visión era muy avanzada para una época de nacionalismos y xenofobias y sólo otros tres intelectuales lo firmaron aparte de Nicolai. Entre ellos, un joven físico llamado Albert Einstein.

Pueden leer los manifiestos aquí:

(Imagen: propaganda bélica alemana)


LOS COSACOS QUE NO ESTABAN AHÍ

A finales de agosto de 1914 la Primera Guerra Mundial todavía no llevaba un mes de haber iniciado, pero el avance de las tropas alemanas sobre Bélgica y Francia parecía augurar una rápida victoria para las fuerzas del Káiser. La situación era desesperante: Francia estaba por caer, las fuerzas británicas en el continente serían derrotadas pronto y después, con seguridad, vendría una invasión alemana de las Islas Británicas.

Pero entonces llegó a oídos ingleses un rayo de esperanza: ¡los cosacos ya llegaban! Los fieros jinetes de la estepa rusa habían sido transportados por mar, en secreto desde las heladas tierras del Zar, hasta Escocia. Pronto los soldados alemanes se verían abrumados por cerca de un millón de soldados del más formidable cuerpo de caballería del continente.

¿Cuántos cosacos venían? 50 mil, 100 mil, un millón, incluso. Los más confiables testigos los habían visto. Los funcionarios de los ferrocarriles describían sus brillantes uniformes. Los periódicos en todo el mundo anunciaban su llegada. Los visitantes americanos regresaban a Estados Unidos describiendo el magnífico espectáculo de los cosacos que cabalgaban hacia el frente.

El problema: nada de eso era real. Parece ser que el rumor inició en una estación de tren. Los pasajeros se preguntaban por qué demoraba tanto el transporte y poco a poco llegaron a la conclusión que lo que pasaba era que estaban usando los trenes para movilizar a los refuerzos rusos. De ahí en fuera se salió de control.

Nos encontramos ante un curioso caso de "histeria colectiva" o más bien, de "esperanza colectiva". Incluso los alemanes escucharon el rumor y cambiaron sus planes de ataque. Quizá eso fue lo que permitió a los Aliados vencer a los alemanes en la Batalla del Marne, poco después. Fue hasta entonces, a mediados de septiembre, que el gobierno británico desmintió el mito que había incendiado los ánimos a ambos lados del Canal de la Mancha.

Fuentes: The Guns of August de Barbara Tuchman


REGRESO AL FIN DEL MUNDO

En septiembre de 1914 el intrépido explorador británico sir Ernest Shackleton (1874-1922) partió para una expedición hacia el Polo Sur. A pesar de que una guerra ya se había declarado entre Alemania y el Reino Unido, el mismo Winston Churchill animó a Shackleton a continuar con sus planes.

La expedición de Shackleton estuvo llena de contratiempos. Su navío, la famosa Endurance, quedó atrapada en el hielo en enero de 1915. Shackleton y su tripulación permanecieron atrapados hasta octubre de ese mismo año, en que la fuerza del hielo terminó por aplastar a la "Endurance" y tuvieron que abandonar la nave.

Después de pasar meses de penurias en desiertos de hielo, islas deshabitadas y mares tormentosos, teniendo que tomar osadas decisiones para sobrevivir, Shakleton y un grupo de sus hombres consiguieron alcanzar una estación ballenera en la remota isla de South Georgia en mayo de 1916.

Lo primero que preguntó a los balleneros era cuándo y cómo había terminado aquella guerra que aún estaba iniciando cuando él partió hacia el fin del mundo.

"La guerra no ha terminado", le contestaron, "Millones están muriendo. Europa se ha vuelto loca. Todo el mundo se ha vuelto loco."

En efecto, a la Primera Guerra Mundial todavía le faltaban dos años para terminar.

Más info:


ARTE BAJO EL INFIERNO

La nueva tecnología bélica empleada en la guerra obligó a los países beligerantes a abandonar el viejo modelo de batallas a campo abierto con cargas masivas de infantería y adoptar un sistema de trincheras donde los soldados pudieran guarecerse de la artillería enemiga. Esto a su vez llevó a un estancamiento en el Frente Occidental.

Una estrategia para romper este equilibrio letal consistió en ir todavía más abajo: excavar túneles subterráneos por los que las tropas pudieran moverse y colocar explosivos para hacer volar las trincheras enemigas.

En dichos túneles se han encontrado insospechadas muestras de creatividad dejadas por soldados alemanes y franceses, que lo mismo debían realizar acciones ofensivas como estar alerta respecto a posibles ataques enemigos. Inscripciones, dibujos, incluso esculturas talladas en la roca viva. Motivos religiosos o soeces, imágenes de mujeres o de animales, mensajes patrióticos o derrotistas, incluso muestras sorprendentes de talento.

La necesidad humana por expresar sentimientos, temores y esperanzas no se limita por el lugar ni la situación. El talento y la belleza artística pueden surgir hasta en los lugares más horrendos.

(Fotografías de Jeffrey Gusky para National Geographic)


SÁNDWICHES DE LA LIBERTAD

Cuando la guerra inició en 1914, la mayor parte de los estadounidenses veían el conflicto como un problema europeo al que su país no debía ser arrastrado. La neutralidad era la postura más firme entre políticos y ciudadanos por igual.

Pero conforme fue avanzando la guerra, las noticias de los crímenes cometidos por el Imperio Alemán, los ataques indiscriminados de submarinos alemanes contra navíos neutrales (en los que murieron ciudadanos americanos) y finalmente, el descubrimiento de un complot alemán para provocar una guerra entre Estados Unidos y México, fue dirigiendo la opinión pública hacia la hostilidad contra Alemania y finalmente a la declaración de guerra.

En ese entonces había comunidades alemanas importantes en Estados Unidos, incluso poblados enteros en los que sólo se hablaba alemán y periódicos impresos en esa lengua. Con la entrada de los EUA a la guerra, un sentimiento patriotero y xenófobo contagió a muchos estadounidenses, que ejercieron discriminación contra ciudadanos de origen germánico.

Los germanoamericanos fueron despedidos de sus empleos y excluidos de ciertos lugares públicos y establecimientos, sufrieron muestras de violencia y acoso; incluso hubo casos de linchamiento. Muchas personas eran sospechosas de ser espías y otras tantas tuvieron que cambiar sus apellidos (por ejemplo, de Schmitt a Smith). Cerca de 4,000 ciudadanos de origen alemán fueron arrestados y encarcelados por la paranoia antigermánica.

Las orquestas sinfónicas dejaron de tocar música alemana; escuelas y universidades dejaron de impartir cursos sobre lengua y cultura germánica. Lugares con toponimia germánica fueron renombrados.

Dentro de todo este caos, las hamburguesas fueron rebautizadas con el nombre de "Liberty Sandwiches" y el chucrut, conocido en EUA con el nombre alemán de "sauerkraut", fue nombrada "Liberty Cabagge".

Fuente:


LA TREGUA DE NAVIDAD

Era la Nochebuena de 1914. guerra había comenzado en agosto de ese año y ya había cobrado decenas de miles de vidas de hombres jóvenes: toda una generación masacrada.

La Tierra de Nadie, una extensión de campo lodoso helado por la ventisca y barrido por la artillería, separaba por unos pocos metros las trincheras inglesas y francesas de las de sus enemigos alemanes. De pronto, se empezaron a escuchar villancicos de un lado. Del otro respondieron con más canciones. Antes de que se dieran cuenta, soldados enemigos entonaban juntos las mismas melodías. Poco después, emergieron de las trincheras, se encontraron en la Tierra de Nadie, se miraron frente a frente y por primera vez vieron sus rostros.

Brindaron, intercambiaron regalos, escucharon misa juntos, se mostraron mutuamente las fotos de sus familiares y hasta jugaron 'cascaritas' de futbol. La tregua duró por todo el día siguiente y se extendió de forma espontánea por diversos puntos del Frente Occidental (e incluso en el Oriental, entre austriacos y rusos).

¿Por qué hicieron esto los soldados, arriesgándose, como de hecho sucedió, a sufrir represalias por el crimen de "confraternizar con el enemigo"? Porque ésa no era su guerra. Era la guerra de políticos y generales, de reyes y presidentes, de industriales y banqueros. Pero esa guerra no era suya, ellos no tenían por qué odiarse unos a otros. Esa Navidad de 1914 dejaron de ser soldados y fueron simplemente hombres.

LOS GUERREROS AFRICANOS DEL KAISER
 

"Askari" es una palabra árabe que significa "guerrero", y era el nombre dado a los nativos africanos que peleaban en los ejércitos coloniales de las potencias europeas que se habían repartido el África.

En la colonia alemana del África Oriental (actual Tanzania) los askari eran reclutados de las tribus Nyamewezi, Sukuma, Wehehe y Angoni. Cuando la Primera Guerra Mundial llegó a África, los askari formaron el grueso de las tropas del general alemán Paul von Lettow-Vorbeck, el "León Africano": de los 14,000 soldados del Reich, 11,000 eran nativos africanos, que se mantuvieron invictos a lo largo de todo el conflicto.

Tras la derrota de Alemania y la pérdida de la colonia, la recién constituida República de Weimar otorgó una pensión a los askari retirados. Sin embargo, el ascenso del nazismo interrumpió los pagos.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la República Federal de Alemania ordenó que se restituyera el pago a los askari que siguieran con vida. Sólo unos pocos lograron presentar los documentos de baja que les habían dado en 1918 y la mayoría sólo pudo mostrar sus uniformes o insignias como prueba de su servicio.

Entonces, el representante del gobierno alemán tuvo una idea: le dio un palo de escoba a cada uno y le pidió que ejecutara los ejercicios del manual de armas del ejército colonial. Todos ellos pasaron la prueba y recibieron su paga.


EL KÁISER Y EL FÜHRER

Todo escolapio sabe (o debería saber) que en la Primera Guerra Mundial Alemania estaba gobernada por el Káiser Wilhelm II, mientras que en la Segunda lo estaba por Adolf Hitler.

Pero no se nos dice qué pasó con WIlhelm después de haber sido obligado a abdicar al trono hacia el final de la 1GM. Él vivió en el exilio hasta 1941, lo que quiere decir que tuvo tiempo suficiente para presenciar el ascenso del nazismo.

Mientras vivía en Holanda, casado con su segunda esposa, la princesa Hermine (29 años más joven que él), Wilhelm se dedicaba a cazar, talar, practicar la arqueología de aficionado y diseñar buques de guerra que nadie iba a construir. Desde su exilio contempló el rápido ascenso de Hitler, y hasta sus hijos, que tenían el permiso de vivir en Alemania, se sumaron al furor nazi.

Wilhelm creía que Hitler era un individuo vulgar y corriente, que había convertido a Alemania de un pueblo de artistas, músicos, poetas y soldados, en uno de fanáticos histéricos, y que era capaz de darles victorias militares, pero no gloria verdadera. Expresó su repudio a la Noche de los Cristales Rotos, acciones que juzgaba indignas de un gobernante y propias de pandilleros.

Sin embargo, Wilhelm se cuidaba de expresarse abiertamente al respecto, pues aún guardaba esperanzas de que los nazis restauraran la monarquía. El Führer, por su parte, no tenía la mínima intención de hacerlo, y consideraba al depuesto Káiser como un viejo tonto y ridículo, pero mantuvo la diplomacia con Wilhelm por motivos propagandísticos. Después de todo, el suyo era el Tercer Reich, heredero directo del Segundo Reich de los Hohenzollern, y tenía que legitimarse de alguna forma.

Con todo, Wilhelm se emocionó mucho tras las victorias de la Alemania Nazi en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial y escribió entusiastas misivas felicitando a Hitler por su victoria contra el "enemigo secular" de Alemania: Francia, a quien no había podido derrotar en la 1GM.

Wilhelm murió cuando las fuerzas del Eje estaban en su máximo poderío. Declaró expresamente que no quería que hubiera ningún tipo de parafernalia nazi en su funeral. Pero la oportunidad propagandística era demasiado buena para que Hitler la dejara escapar. Así, muerto en el exilio, en territorio ocupado por las tropas de un austriaco que ahora gobernaba su país natal, Wilhelm, el último emperador alemán, descendiente de Federico el Grande, fue velado entre suásticas.


FIN

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